Выбрать главу

Le miro con conmiseración.

– Vamos. Tanto la agencia Georgios Iliakos como un montón de inmobiliarias más pertenecen a Balkan Prospect, una de las empresas de Iásonas Favieros. La tragedia que afligió a su familia y la incertidumbre que reina en estos momentos en torno al futuro de sus empresas nos obliga a proceder con mucho cuidado. Y usted se beneficia de ello.

– ¿Por qué yo?

– Porque usted redactó los contratos -afirmo con rotundidad, como si lo hubiese confirmado de cuarenta maneras distintas. Él no se atreve a desmentirlo-. Hay tres posibilidades, señor Kariofilis. Primero, que el griego póntico esté mintiendo. En tal caso, le mandaremos a su casa con un tirón de orejas. Segundo, que algún empleado de las agencias haya montado el tinglado para timar a los compradores, a los vendedores y a sus propios jefes. Tercero, que exista una red organizada de agentes y notarios que se enriquecen ilegalmente de este modo.

– La primera posibilidad es la única razonable, señor comisario. -Como le lancé en primer lugar la tabla de salvación, se aferra a ella.

– Eso significa que el griego póntico pagó cuarenta y cinco mil euros, el vendedor cobró esta misma suma menos la comisión de la agencia, y en el contrato figuran veinticinco mil euros por razones fiscales. Y ahora el griego póntico se ha avispado e intenta recuperar veinte mil haciéndoles chantaje.

– Exacto, señor comisario. Esa gente es subdesarrollada, desconfiada, como los animales. Reúnen todo el dinero en efectivo, lo ponen sobre la mesa y lo único que les interesa es la llave del piso -prosigue Kariofilis-. Una vez instalados y seguros de su propiedad, se les despierta la avaricia y empiezan a discurrir el modo de recobrar parte de lo que pagaron.

En el fondo estoy de acuerdo con él. Si dejan que les estafen tanto dinero delante mismo de sus narices, no pueden ser otra cosa que animales.

– Es muy posible que tenga razón. Pero ¿qué pasará si el póntico no es más que la punta del iceberg y empiezan a acumularse denuncias como la suya? Entonces se descubrirá el chanchullo, Balkan Prospect caerá, culpable o no, y usted caerá con ella.

– ¿Por qué yo?

– Porque usted se encarga de todos los contratos de Balkan Prospect. Lo sabemos desde dentro.

Lo tengo arrinconado, y no le queda otra solución que levantarse de un salto y prorrumpir en gritos.

– ¡No es más que una patraña! ¡Se acusa a los directivos de una empresa, a una notaría que existe desde 1930, cuando la fundó mi padre, y todo porque un griego póntico deshonesto y miserable intenta extorsionarnos para recuperar su dinero!

– Aún no se acusa a nadie -repongo con calma-. Ya se lo he dicho, la investigación es extraoficial y nuestro deseo es concluirla sin demasiado ruido. Hay una forma sencilla de conseguirlo. Facilíteme los datos del vendedor. En cuanto confirmemos que cobró cuarenta y cinco mil euros, el caso quedará cerrado.

Su expresión se vuelve cada vez más tensa y hostil.

– Desafortunadamente no puedo.

– ¿Porqué?

– Porque, si lo hiciera, descubriría un delito en el que están involucrados tanto el vendedor como el agente inmobiliario.

– Le repito que no soy de Hacienda.

– De acuerdo, puede convencerme a mí con ese argumento. Pero no convencerá a los otros dos.

– Podría conseguir los nombres en la Cámara de la Propiedad.

Vacila por un instante y luego afirma, resuelto:

– Esto es distinto y no tiene que ver conmigo. No me importa dónde encuentre los datos, mientras no sea yo quien se los proporcione. -Su negativa confirma mis sospechas, pero no abro la boca-. Antes, cuando ocurrían estas cosas, la policía repartía unas cuantas hostias a esos desgraciados y les advertía que les pasarían cosas mucho peores si insistían -se lamenta mientras me tiende la mano.

Son cosas que conoce bien, porque dirige un despacho con historia. No hago comentarios, y dejo que interprete mi silencio como le venga en gana.

Me paro en la primera cabina que acepta tarjetas y llamo a casa. Le pido a Adrianí que me pase a Kula.

– Vete inmediatamente a la Cámara de la Propiedad y busca la escritura del griego póntico -le indico en cuanto se pone al teléfono-. Quiero los datos del vendedor. Se trata de un asunto urgente que no admite aplazamientos por clases de cocina.

Guarda silencio por un instante y luego contesta:

– Enseguida.

Aprecio mucho a Kula, pero si la dejo a merced de Adrianí, no habrá quien las aguante.

Capítulo 22

¿Cuánto tarda un registro en desaparecer de la Cámara de la Propiedad? Depende de los contactos de quien quiere hacerlo desaparecer. Evidentemente, Balkan Prospect cuenta con un buen enchufe. Cuando Kula llegó a la Cámara, el registro ya no existía. Se había traspapelado, no aparecía por ningún sitio, así que le recomendaron que dejara su número de teléfono o que volviera a pasar dentro de unos días.

Al final, pagó muy caro su aprendizaje culinario, porque perdió toda la tarde recabando información sobre el vendedor entre los vecinos de la calle Larimnis. Justo cuando empezaba a desesperar topó con una viejecita que pagaba las facturas del piso antes de su venta. Ésta le reveló el nombre de la propietaria anterior: Irini Leventóyanni, residente en Polídroso.

Por lo demás, pasé la velada escuchando encomios. No de la Virgen, sino de Stefanakos. No en la iglesia, sino en la televisión. Además de los elogios, tomé nota de un detalle interesante. Era un programa de la cadena donde trabaja Sotirópulos y no de la que transmitió los suicidios. Lo presentaba Sotirópulos en persona. Los invitados arrancaron con una ronda de alabanzas. El ministro y los diputados hablaron de la talla y la ética de Stefanakos, de su gran experiencia parlamentaria y de la pérdida irreparable que su muerte significaba para el Parlamento. Los dos representantes de la izquierda se dedicaron a rememorar la lucha común en la clandestinidad, bajo la junta militar, los sucesos de la Politécnica y las torturas que Stefanakos sufrió a manos de la policía militar. Pero la verdadera atracción era el ministro de un país balcánico, que intervenía vía satélite y rezumaba miel ensalzando a Stefanakos, un político que luchaba incansablemente en la sombra y sin cejar, que trabajaba por la amistad y la cooperación entre los países balcánicos, que cooperaba en la recuperación económica de su país después de la caída de los regímenes socialistas, que si oficiaba de puente entre este país, el gobierno griego y Bruselas, que si los Balcanes enteros lloraban su pérdida.

Sotirópulos les dejó hablar sin apenas interrumpirlos y, cuando estimó que se habían desfogado, lanzó la primera piedra. ¿Eran buenos amigos Stefanakos y Favieros? Me quité el sombrero y me maldije a mí mismo. Eso es lo primero que habría debido preguntarme. Los representantes de la izquierda fueron categóricos: sin duda se conocían desde los tiempos de la lucha estudiantil, puesto que frecuentaban los mismos ambientes. Los parlamentarios se mostraron más cautos. Aunque se conocían desde la época de la dictadura, no sabían si aún cultivaban esa relación. Ambos eran personas muy ocupadas, por lo que no parecía probable que se vieran con frecuencia.

Mientras discutían si se veían mucho o poco, Sotirópulos lanzó la segunda piedra: ¿era coincidencia que ambos se suicidaran de modo similar? Y, si no lo era, ¿qué se ocultaba tras ese doble suicidio?

En momentos como ése, veo con claridad que la agresividad de Sotirópulos rinde frutos, aunque a mí me crispe los nervios. Los invitados, desconcertados, empezaron a farfullar explicaciones confusas, tratando de discurrir alguna respuesta convincente, pero Sotirópulos no aflojó la cuerda. Les preguntó si creían que realmente subyacía un escándalo tras esas muertes, como afirmaban los periódicos. Había conseguido romper la armonía y sembrar la controversia entre todos. El ministro y los de izquierdas rechazaron furiosos la alegación. El primero porque, de aceptarla, pondría al gobierno en un aprieto; los segundos porque no querían dejar en mal lugar a dos ex camaradas suyos. Los únicos que no descartaron la posibilidad de un escándalo fueron los diputados de la oposición. El ministro defendió la misma teoría que Petrulakis: que las muertes fueron obra de la extrema derecha, como sus propios miembros proclamaban. En ese momento concebí la sospecha de que esta gilipollez reflejaba la postura oficial del gobierno. Esperaba que todos rompiesen a reír pero me equivoqué, como de costumbre. Los representantes de la izquierda se aferraron a la misma posición con fanatismo. Sólo los diputados de la oposición se atrevieron a opinar que se les antojaba un poco descabellado, pero el ministro arremetió contra ellos, acusándoles de demagogia y de querer asegurarse los votos de la extrema derecha. Poco faltó para que los elogios se trocaran en maldiciones.