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– No hace falta que me diga nada, lo he visto todo en la tele. Ya sé lo que ha pasado.

– Hoy he hablado con Guikas.

– ¿Y?

– Manda decir que te tomes el resto de tus vacaciones y luego vuelvas al trabajo.

– Algo es algo. Al menos, podré ir a la playa -murmura con sarcasmo, o algo parecido.

– ¿Te sabe mal? -pregunto.

Se encoge de hombros.

– Mi padre pagó caras su tozudez y su insolencia. Y nosotras las pagamos con él. Esa amargura acabó con mi madre. Yo me pasé al otro extremo. Ahora mi filosofía es: «Haz tu trabajo y pasa de todo.» -Como no se me ocurre qué decir, ella continúa-: He venido porque quiero que sepa que ha sido un placer colaborar con usted, y que le echaré de menos. A usted y a la señora Adrianí.

Mientras habla se dirige a la cocina, donde Adrianí está preparando pescado. Kula espera con paciencia a que termine de regular la temperatura del horno.

– Mi trabajo con el señor comisario ha concluido, y he venido para despedirme -le anuncia al fin-. Me ha encantado conocerla.

– A mí también, cariño -contesta Adrianí con afecto y le planta dos besos en las mejillas-. ¿Qué vas a hacer ahora? ¿Volverás al departamento?

– No, iré a tomar las aguas -repone Kula con amargura mal disimulada.

– Nosotros también pensamos ir a casa de mi hermana, en la isla.

– Harán muy bien. El señor comisario lo necesita, después de tanto ajetreo.

– Díselo, ver si a ti te hace caso -responde Adrianí, feliz de haber encontrado una aliada.

– ¿Puedo llamarla por teléfono, si alguna vez necesito su ayuda para cocinar?

– ¡Por supuesto, cuando quieras! También puedes venir para que te enseñe.

Se besan de nuevo y Kula se va a toda prisa, como si temiera que la dominase el impulso de quedarse en casa.

– Una muchacha estupenda -comenta Adrianí-. Y ni siquiera la hemos invitado a comer alguna vez. Somos unos insociables.

– Podemos invitarla a venir el domingo.

– Buena idea. -Pero enseguida cambia de opinión-. No, el domingo, mejor no.

– ¿Por qué?

– El domingo viene Fanis.

– ¿Y qué?

Por toda respuesta me lanza una mirada muy fácil de interpretar.

– ¿Estás loca? Fanis se pasa el día entre médicos y enfermeras. ¿Crees que se va a fijar en Kula?

Adrianí reflexiona un poco antes de pronunciar su sentencia:

– Es guapa, y el demonio tiene muchos caminos.

A decir verdad, tal como se han desarrollado las cosas, me inclino a creérmelo.

Capítulo 31

– Hay barcos high-speed cada martes y jueves -me informa Adrianí. Son las nueve de la mañana y ella ya está vestida y emperifollada para ir a comprar los billetes.

– ¿Qué demonios son los high-speed?

– Esos barcos rápidos, que tardan seis horas y sólo hacen escala en Paros y Naxos. Los barcos de línea regular salen todos los días menos el sábado.

– Mejor tomemos el rápido.

Se marcha a velocidad de high-speed, por miedo a que me eche atrás y le pida que lo deje para más tarde. Me dispongo a retomar mi viejo ritual para paliar el tedio hasta el jueves: pasar por el quiosco para comprar todos los periódicos y sentarme en la cafetería de la plazoleta de San Lázaro, con el camarero malcarado al que le pides un café dulce y te trae aguachirle con azúcar.

Me pregunto cómo mataré el tiempo en la isla y si debo comprar una caña de pescar y una silla plegable en Atenas o en la isla, cuando suena el teléfono.

– ¿El comisario Costas Jaritos? -pregunta una voz femenina juvenil.

– Yo mismo.

– Señor comisario, hace unos días solicitó una entrevista con el diputado Kyriakos Andreadis.

Me quedo mirando el auricular. Si me hubiese dicho que han soltado a los tres matones y encerrado a Yanutsos en su lugar, no me habría sorprendido tanto. Apenas logro barbotar un «sí».

– El señor Andreadis le espera esta tarde a las dos en su despacho. Le ruego puntualidad, porque a las tres tiene que estar en el Parlamento.

– Seré puntual. ¿Dónde está el despacho?

– Heyden 34, tercera planta.

Cuelgo el teléfono e intento digerir lo que acabo de oír. ¿Qué ha movido a Andreadis a cambiar de opinión? La detención de los tres matones, supongo, y el intento del gobierno de achacar las muertes a la extrema derecha. En ese caso, Andreadis debe de disponer de datos que desmienten la versión oficial y desea filtrarlos anónimamente, para que ni él ni su partido se vean comprometidos. Telefoneo a Sotirópulos para averiguar si hay alguna novedad pero su móvil está desconectado. En la emisora me comunican que no ha llegado todavía.

Como me quedan tres horas, decido seguir mi programa. En esta ocasión, al quiosquero le sorprende que compre todos los diarios, porque las detenciones se realizaron hace dos días y ayer no se produjeron sucesos destacables. Se devana los sesos intentando recordar si se le escapa algo, pero me despido dejándolo con la duda.

En la cafetería, soy yo quien se lleva una sorpresa. En lugar del camarero malcarado, se acerca una joven con sandalias y minifalda.

– ¿Dónde está mi amigo? -pregunto, extrañado.

– ¿El señor Jristos? No está. Cada año en esta época se va a Anafi. Tiene allí unas habitaciones que alquila a los turistas.

Curiosamente, en vez de alegrarme de que me atienda una muchacha fresca como una rosa, me cabreo porque el tal Jristos me ha estropeado el plan que había preconcebido. Por suerte, el café sigue siendo aguachirle y esto me consuela.

Aunque ya han transcurrido cuarenta y ocho horas, la detención de los tres nacionalistas ocupa los titulares de buena parte de los diarios. Otro rasgo que comparten es su apreciación de los hechos.

Todos los periódicos expresan su desacuerdo con los arrestos. Las críticas van desde la reserva contenida de la prensa progubernamental hasta el sarcasmo sin tapujos de la prensa de la oposición. En todo caso, esta unanimidad, aunque matizada, demuestra que la trama que urdieron determinados cerebros ha topado con algunas dificultades. Por un momento, se me ocurre que quizá por eso Andreadis quiere hablar conmigo. Sin duda ha visto los periódicos por la mañana y ha considerado oportuno el momento para citarme. No descarto la posibilidad de que quiera abrir un segundo frente, para acorralar aún más al gobierno.

Pero ¿qué actitud tomo ante Guikas, si las cosas son como imagino? ¿Me sincero con él y le cuento todo lo que averigüe de boca de Andreadis? En circunstancias normales, debería hacerlo. Al fin y al cabo, él también está apaleado y tengo cierta obligación moral de rendirle cuentas. Por otro lado, si en mi entrevista con Andreadis aflorasen datos que convendría guardar en secreto, lo decidiré sobre la marcha.

Tomo el último sorbo del aguachirle y me levanto. El Mirafiori está aparcado en la calle Protesilaos. Son las doce, la hora de más calor. Antes de cruzar la calle Aronis ya estoy empapado en sudor, así que decido pasar por casa para cambiarme de camisa. Por suerte, Adrianí no ha regresado todavía y no tengo que darle explicaciones.

El tramo entero de la avenida Rey Constantino hasta la plaza de Omonia está embotellado. Entro por la calle 3 de septiembre y avanzo por la calle Adriano para salir a la avenida Ajarnón y enfilar Heyden desde el principio. El número 34 se encuentra entre la calle Aristóteles y la 3 de septiembre. Aparco en segunda fila justo delante del edificio, convencido de que los guardias de tráfico nunca rondan por aquí.

La oficina de Kyriakos Andreadis consta de tres habitaciones espaciosas, como los pisos que construían en la década de los sesenta, unos veinte metros cuadrados más amplios que los actuales. Me recibe una joven que ronda los treinta, alta, esbelta, vestida y peinada impecablemente. Sus modales están a la misma altura.