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– Había escrito tres biografías de trescientas páginas cada una, señora Yanneli. Las dos primeras obraban ya en poder de los editores. Nadie escribiría tres biografías con la esperanza de que sus protagonistas se suiciden. Y no olvidemos que el tal Logarás no dejó sus señas ni los datos de una cuenta bancaria para que le abonasen sus derechos de autor.

– No los perderá. Puede aparecer en cualquier momento para reclamarlos.

– Tal vez, aunque su actitud indica que no lo hará.

Adopta una expresión grave y pregunta, en un tono que parece sincero:

– ¿Qué está buscando, señor comisario?

– Ya se lo he dicho: las causas por las que se quitaron la vida Favieros, Stefanakos y Vakirtzís.

– ¿Y lo averiguará investigando nuestras empresas? -Yanneli vuelve a clavarme una mirada irónica.

Me dispongo a contestar cuando interviene Kula:

– Perdone, señora Yanneli, ¿cómo sabe que no habrá nuevos suicidios? -pregunta amablemente-. Ya ha habido tres, todos cortados por el mismo patrón.

Yanneli se vuelve hacia ella, desconcertada como si la viera por primera vez.

– ¿Y yo cómo voy a saberlo? -inquiere con el mismo tono despectivo que emplean los taxistas cuando se dirigen a muchachas jóvenes-. Ni siquiera ustedes lo saben.

– Precisamente. Y, puesto que ni nosotros ni usted lo sabemos, podría contestar a nuestras preguntas, a ver si llegamos a alguna conclusión antes de que se produzcan más muertes que debamos llevar sobre nuestra conciencia.

La cara de Yanneli refleja una extrañeza aún mayor.

– Muy bien, contestaré -dice en tono conciliador-. Y, si alguna vez te cansas de ser policía, ven a verme y te contrataré.

Kula se pone roja como un tomate, señal de que conserva su humildad. Yo aprovecho la ventana que me ha abierto para lanzarme a hacer preguntas.

– ¿Sabe si Iásonas Favieros tenía tratos con Apóstolos Vakirtzís?

– Si se refiere a tratos profesionales, no. Vakirtzís no era socio ni colaborador de ninguna de las empresas del grupo. De esto estoy segura.

– ¿Sabe si tenían relaciones personales?

Yanneli reflexiona por unos instantes.

– Creo que se conocían desde la época de la dictadura. Que yo sepa, Vakirtzís también fue miembro de la resistencia. Iásonas mencionaba su nombre de vez en cuando, aunque no sé si se veían todavía.

– ¿Lo sabría el señor Zamanis?

Esboza una sonrisa.

– Le aconsejaría que no se lo pregunte. En estos momentos, el señor Zamanis no guarda la mejor de las opiniones sobre usted.

A punto estoy de replicar que me importa un comino pero me contengo. Lo que importa es que existe un tercer lazo de unión entre las tres víctimas, aparte de los suicidios públicos y las biografías: los tres se conocían desde la época de la dictadura, cuando habían coincidido en sus actividades antifascistas. ¿Qué puede encerrar todo esto? Quizás algo sepultado en el pasado común, que alguien había desenterrado para chantajearlos. Tal vez esté en lo cierto, aunque antes debo indagar si existía tal secreto y en qué consistía.

Regreso al presente con la intención de seguir interrogando a Yanneli, cuando la veo descolgar el auricular.

– Hola, Xenofón. Dime una cosa, porque me muero de curiosidad. Este Vakirtzís que se suicidó hace dos días ¿conocía a Iásonas? -No esperaba que llamara a Zamanis por mí y me quedo boquiabierto. Kula me mira con una sonrisa mal disimulada en los labios-. No, por ninguna razón en concreto -prosigue Yanneli-. Pero la idea se me ocurrió ayer y quería confirmarla. -Escucha meneando la cabeza-. ¿Y todavía mantenían el contacto? -pregunta, al tiempo que posa los ojos en mí-. A veces se llamaban por teléfono. Ya. No me equivocaba, pues. En alguna ocasión había oído a Iásonas hablar de Vakirtzís.

Le da las gracias y cuelga el auricular. Después se dirige a mí:

– Ya lo ha oído. A veces hablaban por teléfono. El resto es tal como se lo he dicho. Participaron juntos en la lucha antifascista y fueron detenidos al mismo tiempo por la policía militar.

– Muchas gracias, señora Yanneli.

Ella sonríe.

– Me inspira sentimientos encontrados, señor comisario. Tan pronto me irrita como despierta mi admiración por la perseverancia con que busca a ciegas.

– En cuanto a esta empresa off-shore que dirigía Favieros junto con la señora Stazatu… -Retomo el hilo del interrogatorio para no dejarme engatusar con los elogios.

– Balkan Inns…

– Esta misma.

De nuevo me dedica una sonrisa sardónica.

– Ya hemos hablado de ello, si no recuerdo mal.

– Lo recuerda mal. En aquella ocasión me dijo que la persona más indicada para responder a mis preguntas era la señora Stazatu, y que usted sólo se ocupa de Balkan Prospect. Hoy, sin embargo, la señora Stazatu ha afirmado no saber nada y que es usted quien dirige Balkan Inns.

Aunque se percata de que la he arrinconado, no pierde el aplomo.

– Muy bien, pregunte.

– ¿Guarda Balkan Inns alguna relación con su otra empresa off-shore?

Sin una palabra, Yanneli se levanta y sale del despacho. Kula me mira, extrañada.

– ¿Qué mosca le ha picado?

– Espera y lo veremos.

No hace falta esperar mucho. Yanneli regresa casi enseguida, con dos carpetas en la mano.

– Son los historiales de ambas empresas, junto con sus últimos balances anuales. Si los estudia, encontrará todas las respuestas. -Sin sentarse, me tiende los dos dossieres-. Por desgracia, el folleto de Balkan Inns está en inglés, pues las copias en griego se han agotado -añade con cierta ironía.

Me da igual. Los balances representan un misterio para mí, aunque estén en griego. Kula ya se ha puesto de pie. Me levanto yo también y tomo las carpetas. Hay que irse, es el momento de pasar por el aro, como decía mi pobre madre.

Capítulo 37

Ahora ya sé qué se entiende por lector experto. No es el que lee muy deprisa o con mucha atención. Es el que sabe en qué fijarse y qué pasar por alto. Yo he alcanzado esta categoría gracias a las tres biografías de Logarás. La primera, la de Favieros, la leí palabra por palabra. Durante la lectura de la segunda, la de Stefanakos, llegué a entender muchas frases sin necesidad de leerlas completas. Con la biografía de Vakirtzís, que empecé anoche, he alcanzado la perfección: me salté el primer tercio, dedicadoa sus años de la infancia y de la juventud, así como los elogios dirigidos a su labor como periodista y pasé directamente a la última parte del libro, allí donde Logarás suele sembrar sus insinuaciones.

Para mi enorme satisfacción, descubrí que no me había equivocado. Justo donde terminaban las alabanzas, aparecía la primera indirecta:

Dicen que, para ser un buen periodista, hay que ser muy decidido. Y Apóstolos Vakirtzís no se detenía ante nada. Insistía y presionaba hasta conseguir la información que quería. Todos, ministros, diputados, alcaldes y concejales, lo temían y le hacían todos los favores posibles para no tener conflictos con él. Apóstolos Vakirtzís utilizaba los datos así obtenidos para fundamentar sus denuncias y revelaciones.

Hasta aquí, nada reprochable. Son muchos los periodistas que emplean estos métodos, aunque quizá no de un modo tan agresivo como Vakirtzís. La verdadera pista de Logarás venía inmediatamente después:

Las malas lenguas afirman que Vakirtzís aprovechaba esas «relaciones especiales» que cultivaba para favorecer a las empresas de las que era socio, si bien un socio en la sombra. Gracias a esas «relaciones especiales» no sólo obtenía información de interés periodístico, sino también un trato privilegiado para dichas empresas. Eso dicen las malas lenguas. Ignoramos si hay pruebas fehacientes que lo corroboren.