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Siguen dos o tres notas aparentemente irrelevantes, y luego una, más interesante, del 20 de mayo:

K. es categórico. Dice que se juega el puesto.

Y otra, del 22 de mayo:

Anoche vi el programa de A. Es un chantaje descarado. Debo hablar con la emisora y convencer a algún periodista de que me entreviste para que pueda rebatirlo.

De nuevo, unas notas irrelevantes. Después, dos seguidas, escritas el 2 y el 3 de junio:

¿De dónde ha salido éste? ¿Qué pretende? Dice que tiene pruebas irrefutables. Creo que está mintiendo.

Y el 3 de junio:

Pide el oro y el moro para enviarme las pruebas. La gente está loca.

I. me ha dicho que no puede negarse a llamar a M. A. sabe mucho y le tiene miedo.

Vuelvo a leer las anotaciones, esforzándome por encontrar el hilo conductor. Para empezar, no me cabe duda de que A. es Apóstolos Vakirtzís. La L. debe de corresponder a Lilian Stazatu, la mujer de Stefanakos, e I. no puede designar a otro que a Iásonas Favieros. No sé quiénes son M. y K. De momento, he llegado a las siguientes conclusiones provisionales: en primer lugar, Vakirtzís presionaba a Stefanakos para que le echase una mano con sus empresas; Stefanakos, a su vez, presionaba a su esposa y a ese tal K., que debe de ser alguno de los miembros del gobierno, uno de los ministros, probablemente. En segundo lugar, Iásonas Favieros recelaba de Vakirtzís porque sabía demasiado. En tercer lugar, y lo que resulta más significativo, Vakirtzís chantajeaba a Stefanakos valiéndose de sus programas para obligarlo a ceder. Lo único que queda sin explicar es la nota del 3 de junio. Obviamente, se refiere a un desconocido que asegura disponer de pruebas irrefutables. ¿Qué tipo de pruebas y a quién concernían? ¿A Vakirtzís? Es muy posible, aunque de la nota no se desprende que Stefanakos estuviera reuniendo datos referentes a Vakirtzís. Seguramente el desconocido ofreció sus servicios a un precio considerable, como se infiere del comentario de Stefanakos sobre «el oro y el moro».

Después de tanto tiempo, es la primera vez que encontramos ciertos indicios que nos permiten formular una hipótesis. Como mínimo, ahora estoy convencido de que Favieros, Stefanakos y Vakirtzís no sólo se conocían sino que hacían negocios juntos, negocios no del todo limpios.

– Haz dos copias impresas -le indico a Kula. Pienso llevárselas directamente a Guikas, darle un huesito que roer, para matar un poco el hambre.

– Os felicito, muchachos. Habéis hecho un trabajo excelente.

La sonrisa se ensancha en la boca de Kula, aunque Spiros no se muestra muy impresionado por la enhorabuena.

– ¿Podremos ver pronto el ordenador de Vakirtzís? -pregunta sin apartar los ojos de la pantalla. Por lo visto, es lo único que atrae su mirada.

– Lo veréis, pero ¿por qué tanta prisa?

De nuevo la mezcla de desprecio y sorpresa.

– Porque usted dijo que tenía un ordenador y no lo usaba demasiado. Es muy probable que instalara un programa de limpieza. Más que probable. Aun así, su suicidio es tan reciente que todavía podríamos recuperar algún dato del disco duro.

– De acuerdo, lo arreglaré para mañana mismo. Entretanto, seguid investigando los archivos del Ministerio de Comercio, a ver si encontramos algo relacionado con Vakirtzís.

Mientras Kula imprime las notas llamo a Guikas para pedirle que me espere.

Deben de haber despachado al poli de las revistas, o se ha ido a acompañar a la mujer de Guikas a la peluquería, porque ocupa su asiento un joven que, al menos, tiene el ordenador encendido y me pregunta quién soy y qué deseo.

Guikas está tan ansioso que olvida saludarme.

– Dime algo que pueda contarle al ministro; me llama tres veces al día.

Sin una palabra, despliego sobre el escritorio las copias de las notas de Stefanakos, como si fueran cartas de una baraja. Guikas las lee con atención una tras otra, luego levanta la vista hacia mí.

– ¿Qué opinas? -pregunta.

– Para empezar, lo obvio. Vakirtzís no sólo era periodista sino también empresario. Estamos investigando en qué negocios andaba metido. Los encontraremos, es sólo cuestión de tiempo. En segundo lugar, Vakirtzís chantajeaba a Stefanakos, bien para sacar tajada de las empresas de su esposa, bien porque deseaba colaborar con ella. Y parece que Favieros estaba implicado en esta trama de negocios y extorsiones. -Callo por un momento y prosigo-: No sé hasta qué punto el ministro se alegrará de oír lo de Vakirtzís.

Guikas se encoge de hombros.

– No creo que le importe demasiado. Últimamente, se había convertido en un incordio. No dejaba de criticarlos y los ponía muy nerviosos. A juzgar por la información que me traes, sus ataques tenían otros objetivos.

– Todavía no sé quiénes son M. y K.

Sacude la cabeza con un suspiro.

– Yo tampoco sé quién es M. Sin embargo, si K. es quien yo me temo, al ministro le costará digerirlo.

– ¿Quién cree que es? -pregunto, presa de la curiosidad.

– Karanikas, el funcionario del ministerio que supervisa las obras olímpicas.

A Guikas le preocupa el ministro y a mí la cara que pondrá Petrulakis cuando averigüe adonde nos llevan las investigaciones.

– ¿Puede conseguirme una entrevista con Karanikas?

Me fulmina con la mirada, furiosa y extrañada a la vez.

– ¿Te has vuelto loco? ¿Con qué pruebas abordarás a Karanikas? ¿Pretendes mostrarle tus cartas? El día siguiente saldrás en los periódicos, la radio y la televisión. -Hace una pequeña pausa y añade lentamente-: Debí suponerlo. Vuelves a las andadas.

No quiero insistir porque, en el fondo, tiene razón. En realidad, no dispongo de pruebas suficientes para obligar a Karanikas a confesar y, si mi investigación encubierta sale a la luz, Guikas me despellejará vivo, con la valiosa ayuda de Sotirópulos, que cuenta con el reportaje en exclusiva.

– Quisiera pedirle otro favor.

– ¿Como el de Karanikas?

– No. Quisiera que consiga una grabación del programa de Vakirtzís del 21 de mayo, aquel en el que supuestamente chantajea a Stefanakos.

– Si existe, te la conseguiré.

– Mañana mandaré a Kula a registrar el ordenador de Vakirtzís. Si surgen problemas, le llamaré por teléfono.

– Llámame y me ocuparé.

Se ha restablecido el buen entendimiento aunque, justo cuando me dispongo a marchar, Guikas dispara una andanada de aviso:

– Ten cuidado, Costas. Estamos en la cuerda floja y, si damos un paso en falso, no habrá red que nos proteja. Ya has visto lo que pasó con Petrulakis.

Prefiero no contestar para no comprometerme, aunque sé que está en lo cierto cuando dice que estamos en la cuerda floja.

Capítulo 39

A este paso, el «Green Park» se convertirá en el escenario habitual de mis citas secretas con Sotirópulos. Si fuera invierno, nos reuniríamos en algún reservado solitario. Pero es verano, y el tiempo asqueroso de ayer perdura todavía, con un calor sofocante. Por eso hemos elegido una mesa al fondo, entre los árboles del parque, para resguardarnos de las miradas indiscretas.

Él ha acudido a instancias mías, porque la búsqueda de Kula y su primo Spiros no nos ha conducido a ninguna empresa registrada a nombre de Vakirtzís o de la que él fuera copropietario. Empecé a dudar de la fiabilidad de Logarás hasta que concluí que él sí sabe de qué habla y somos nosotros quienes no sabemos qué buscar. Así que resolví recurrir a Sotirópulos, pues, en su calidad de colega de Vakirtzís, sin duda sabe más que el Ministerio de Comercio.

En esta ocasión, sin embargo, me enfrento a un Sotirópulos poco conciliador. Toma un sorbo de su café frappé y me mira con cara de pocos amigos.