Выбрать главу

– Me estás pidiendo que revele los secretos de un colega fallecido en circunstancias muy trágicas. Es demasiado.

– ¿Los secretos o los trapos sucios? Porque ese Logarás, que lo sabe todo, parece aludir a asuntos turbios.

Calla y bebe otro sorbo de café.

– Hay algo más -dice al fin, con gravedad-. Vakirtzís y yo pertenecíamos a la misma corriente ideológica.

– ¿Y qué?

Las corrientes ideológicas no significan nada para mí, por lo que me cuesta entender adónde quiere ir a parar. Él, sin embargo, interpreta mi reacción como señal de desprecio y se cabrea.

– Tienes razón. Ha sido un error mentar la ideología -espeta con sarcasmo-. La pasma no entiende de compañerismo ni de solidaridad.

Después de tantas semanas, reaparece ante mí el viejo Sotirópulos. Aunque ahora sabemos muchas cosas el uno del otro, y la relación de fuerzas ha cambiado.

– ¿Sabes cómo solía llamarte hace tiempo, antes de conocerte mejor, Sotirópulos?

– ¿Cómo?

– El Robespierre vestido de Armani. Y con las típicas gafitas que llevaba el carnicero de Hitler, Himmler, que ahora tanto os gusta lucir a vosotros, los intelectuales.

La sorpresa se refleja en su rostro, y se echa a reír.

– Entre nosotros, no te equivocas del todo.

– Aunque siempre te he reconocido una cualidad.

– ¿Cuál? -pregunta con sincera curiosidad.

– Eres legal. Puede que a veces aprietes demasiado para conseguir información, que infles las noticias y que nos hagas quedar como unos inútiles, pero no lo haces en beneficio propio. Tampoco extorsionas ni aterrorizas a nadie para favorecer tus empresas.

Sonríe satisfecho.

– Me alegra que lo reconozcas -dice sencillamente, aunque le relumbran los ojos.

– ¿Qué relación te unía, pues, a Vakirtzís hasta el punto de querer protegerlo? ¿No has visto su casa?

– La he visto.

– ¿Y todavía albergas dudas? -No quiero hablarle de las anotaciones que encontramos en el portátil de Stefanakos, para no abrirle el apetito-. Aún no he averiguado cómo y de dónde sacaba tanta pasta, pero es seguro que estaba metido en muchas cosas, y tú lo sabes. ¿Por qué me vienes ahora con eso de la solidaridad? ¿Qué clase de solidaridad es ésa? ¿La de la inercia?

– O la de la buena vida -responde con una sonrisa amarga-. Olvídalo. -Guarda silencio por un momento y luego añade, rehuyéndome la mirada-: Vakirtzís tenía un hermano, Menélaos Vakirtzís.

El M. de las notas de Stefanakos, pienso. La trama cada vez se extiende a más gente: Favieros y su esposa, Stefanakos y Lilian Stazatu, y los hermanos Apóstolos y Menélaos Vakirtzís. Claro que estos últimos sólo pertenecían al círculo tangencialmente, ya que consiguieron sus puestos mediante chantajes y presiones.

– Quizás hayas oído hablar de Menélaos Vakirtzís como alcalde -prosigue Sotirópulos-. Pero también es empresario. De aquellos sobre los que pesan acusaciones extraoficiales de abusos, escándalos y favoritismos. Oficialmente, no se sabe nada. Al contrario, siguen nombrándolo alcalde y él sigue ocupando el cargo desde hace tres mandatos. Dicen las malas lenguas que debe tanto la inmunidad como la alcaldía a las influencias de su hermano. -Clava en mí los ojos que acaban de recuperar su brillo irónico-: Si te apetece, espera a que pasen tres años. Si no se presenta a las próximas municipales o si empiezan a lloverle denuncias, será que las malas lenguas dicen la verdad.

– Es demasiado tiempo.

– Entonces investiga a Menélaos Vakirtzís ahora mismo.

– ¿Tú no sabes en qué tipo de empresas está metido? -inquiero con la esperanza de ganar tiempo.

– No, y no pienso dedicarme al tema. Desde el momento en que Vakirtzís murió, su hermano ya no interesa. O sale adelante como empresario, o fracasará también como alcalde.

Por un instante, contemplo la posibilidad de dejar el tema en manos de Guikas pero lo descarto enseguida. Todavía no sé si Menélaos Vakirtzís conserva sus contactos incluso después de la muerte de su hermano. Además, es un error esperar que Guikas investigue a personalidades con enchufe. Si no se niega de entrada, le acarreará un conflicto tan grande que apenas tocará el tema.

Estoy a punto de resignarme a contar únicamente con Kula y su primo cuando, de pronto, me acuerdo de Zamanis. Él sabrá si Favieros colaboraba con Menélaos Vakirtzís. Y recuerdo otra de las anotaciones de Stefanakos, según la cual su mujer había hecho a M. de oro. Posiblemente, esto significa que había invertido generosamente en las campañas electorales de Menélaos Vakirtzís, y es posible que también Favieros le hubiera pasado dinero y que Zamanis estuviese al tanto de ello.

Por supuesto, Yanneli me ha advertido que a Zamanis no le caigo demasiado bien, pero esto no me quita el sueño. Yo quiero respuestas, poco me importa si me las da con una sonrisa o con la cara larga.

Por otra parte, conviene que Kula investigue a Menélaos Vakirtzís para que yo acuda a mi entrevista con Zamanis con los deberes hechos.

– Discúlpame un momento -digo a Sotirópulos y voy a llamar a Kula.

Cuando vuelvo, Sotirópulos ya ha terminado su frappé y se dispone a levantarse, pero lo retengo.

– Dime una cosa más. ¿Crees que Favieros y la mujer de Stefanakos aportaban fondos a las campañas electorales de Menélaos Vakirtzís?

Sotirópulos se encoge de hombros.

– Es muy posible. Pero ¿de qué te sirve averiguarlo? Todos los que se presentan a diputado, alcalde y concejal encuentran la manera de exprimir a los empresarios. Y éstos siempre acceden a contribuir, no porque esperen recuperar su inversión sino sólo por si las moscas. En mi opinión, hay más miga en las empresas de Menélaos Vakirtzís.

– Las investigaré de todas formas. Pero, si desenredo la maraña de todos los que financiaban al alcalde Menélaos Vakirtzís, quizá descubra algunas pistas que me conduzcan a otra parte.

Sotirópulos esboza una sonrisa.

– Eres listo -comenta-. La inteligencia no es lo que más caracteriza a los policías griegos, pero tú eres listo. -Hace una pequeña pausa antes de añadir-: Haré algunas indagaciones discretas. Si averiguo cualquier cosa, te llamo.

Nos levantamos para irnos, él a los estudios, y yo a hablar con Zamanis. Meto la mano en el bolsillo para pagar pero no me deja.

– Me toca a mí -señala-. La última vez pagaste tú.

No es verdad, aunque aprecio su delicadeza.

Capítulo 40

La cincuentona de recepción cuelga el auricular y me mira con cara de pesar.

– Por desgracia, el señor Zamanis está muy ocupado y no puede recibirle.

Estoy agradecido a Yanneli por prevenirme. Vengo preparado. Me levanto del sillón y, bajo la severa mirada de Favieros, me acerco a la recepcionista.

– Es una lástima que no pueda -le respondo tranquilamente-. Dígale al señor Zamanis que mañana lo llamaremos a testificar en la jefatura de policía. -La cincuentona me observa, tratando de discernir si me estoy marcando un farol o hablo en serio-. Después del suicidio de Apóstolos Vakirtzís, se acabaron las bromas -agrego-. Ahora investigamos a fondo los motivos de cada una de estas muertes, porque tememos que se produzcan otras y queremos evitarlas. Si el señor Zamanis cree que estoy mintiendo, no tiene más que llamar al director de seguridad, el señor Nikólaos Guikas, que se lo confirmará con mucho gusto.

Termino mi discurso y me dirijo a la salida, cuando la voz de la cincuentona me detiene, tal como esperaba.

– Aguarde un momento, señor comisario.

Me quedo de pie para indicarle que no pienso aguardar demasiado. Ella descuelga el teléfono de nuevo, acerca la boca al micrófono, tapándolo con la mano ahuecada y empieza a bisbisear. Pronto baja el auricular y me sonríe: