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– ¿Ni siquiera una copia de la biografía?

– Ni eso.

– ¿Y las cintas que encontramos en el despacho de Vakirtzís? -Ella deposita sobre el escritorio el sobre que llevaba bajo el brazo-. ¿Las mandaste transcribir?

– Esta mañana, todas excepto una. La que corresponde al 12 de mayo, que le corría prisa. Spiros hizo la transcripción anoche. Si quiere ingresar en el cuerpo, que ponga voluntad de su parte. Encontrará la transcripción en el sobre -señala, sonriéndome con intención.

– Te felicito, lo has hecho muy bien. ¿Qué más hay?

– Pensamos registrar el ordenador de la casa de Favieros en Porto Rafti.

– No creo que encontréis nada pero registradlo; más vale mirar en todos los rincones.

Kula se va y yo empiezo a leer la transcripción del programa de Vakirtzís. Lo primero que se me ocurre tras la lectura de las primeras páginas es que las palabras de Vakirtzís eran la chispa capaz de enardecer a los líderes de la organización Filipo el Macedonio y de dar muerte a Stefanakos. El programa entero constituye un ataque despiadado contra Stefanakos y sus teorías sobre el reconocimiento de la identidad cultural de los refugiados y la introducción de su lengua en los programas de la enseñanza pública.

Vakirtzís no enarbola la bandera nacionalista sino que critica a Stefanakos desde la izquierda, erigiéndose en defensor de los trabajadores en paro. La razón por la que el desempleo no se reduce, a pesar de que aumentan los puestos de trabajo, son los trabajadores extranjeros, alega Vakirtzís. Los griegos quedan fuera del reparto. Los empresarios prefieren contratar a inmigrantes, porque trabajan por sueldos inferiores al salario mínimo y sin limitación de horario. Si las propuestas de Stefanakos prosperan, los trabajadores extranjeros se establecerán aquí de forma permanente y, con ellos, las altas tasas de desempleo de la mano de obra autóctona. El colofón llega al finaclass="underline"

De acuerdo, señor Stefanakos, aceptemos que los derechos humanos son su evangelio. Incluso haré oídos sordos al rumor de que esta actitud suya no es tan desinteresada como quiere aparentar. Pero ¿no ve cuál es el coste social de sus teorías? ¿Qué nos está proponiendo? ¿Admitir en Grecia a rumanos, albaneses, búlgaros y serbios y enviar a los nuestros a buscar trabajo en Rumania, Albania, Bulgaria y Serbia, respectivamente?

Esta pregunta bastaría para que los nacionalistas asesinaran no sólo a Stefanakos sino al Parlamento griego en pleno. La continuación del programa así lo confirma: una avalancha de llamadas de ociosos de ambos sexos, que hablan pestes de los extranjeros, que nos quitan el trabajo y llevan el país al desastre.

Empiezo a perder el interés tras la lectura interminable de las preguntas y respuestas entre la audiencia y Vakirtzís cuando, hacia el final del programa, aparece otra frase de éste que me llama la atención:

¿Quién no desea el desarrollo de nuestros vecinos de los Balcanes? Pero les prestaría un servicio mucho más valioso, a ellos y también a Grecia, quien invirtiese directamente en estos países. Si Stefanakos quiere ayudar a nuestros vecinos, que apoye a los griegos dispuestos a montar empresas allí y no a los extranjeros que vienen a quitarnos el trabajo aquí.

En eso consistía el doble juego de Vakirtzís. Por un lado desataba una ofensiva insidiosa contra Stefanakos, perjudicándolo políticamente, y por otro, rompía una lanza por su mujer, que facilitaba fondos, es decir, puestos de trabajo, a los países balcánicos. Éste es el mensaje. Estaba transmitiéndole a Stefanakos que a él también le interesaba la perspectiva de invertir en los Balcanes, a través de su hermano.

¿Por qué Stefanakos no llevó a Vakirtzís a los tribunales? Lo que argüía en su contra y, sobre todo, la virulencia con que argumentaba, constituían una base más que suficiente para una denuncia por difamación. ¿Por qué no la presentó? ¿Por camaradería trasnochada y rancia solidaridad? Tras una breve reflexión, mi respuesta es negativa. La explicación está en el sobre que Kula dejó en mi escritorio: en la fotocopia del cheque por valor de trescientos mil euros, emitido por un banco de Bucarest y que obraba en poder de Vakirtzís.

Capítulo 44

Stazatu no aparta la vista de la fotocopia del cheque de Bucarest. Su problema no es el desconocimiento del idioma rumano sino que necesita ganar tiempo para decidir cómo enfrentarse al portador, es decir, a mí.

– ¿Dónde la ha encontrado? -pregunta al final.

– En un cajón del escritorio de Apóstolos Vakirtzís. Entre otros documentos, como la grabación de un programa dedicado a su esposo.

– Ah, aquel famoso programa -comenta con voz inexpresiva.

Se produce un silencio embarazoso. Stazatu no sabe cómo seguir y yo no sé cómo empezar. Me pregunto si debería entrar directamente en materia o irme por las ramas. Al final, opto por lo primero.

– ¿Apóstolos Vakirtzís les hacía chantaje?

Ella adopta su expresión relajada y altiva.

– Vamos, comisario. Ve conspiraciones por todas partes…

– He oído cómo Vakirtzís se cebaba en su esposo durante aquel programa. ¿No tenía motivos ocultos, en su opinión?

Ella se encoge de hombros.

– No, ése era su parecer. El nacionalismo de izquierdas se puso muy de moda tras la caída de los regímenes socialistas.

– Tal vez pero, hacia el final del programa, Vakirtzís dijo algo. -Saco del bolsillo el trozo de papel donde había anotado las palabras de Vakirtzís y se las leo-: «¿Quién no desea el desarrollo de nuestros vecinos de los Balcanes? Pero les prestaría un servicio mucho más valioso, a ellosytambién a Grecia, quien invirtiese directamente en estos países.» Este comentario alude directamente a usted, señora Stazatu. Deja entrever que aprueba sus actividades y que le gustaría tomar parte en ellas. A la luz de la fotocopia del cheque que encontramos entre sus papeles, el mensaje resulta muy elocuente.

Se le han pasado las ganas de adoctrinarme y ahora se limita a observarme en silencio.

– Les he dicho ya repetidas veces, tanto a usted misma como al señor Zamanis y a la señora Yanneli, que el objeto de nuestra investigación no son sus empresas ni sus transacciones. Sólo nos interesa descubrir las causas de los tres suicidios, por una razón concreta: queremos evitar que haya otros. Lo demás nos trae sin cuidado.

Ella sigue mirándome pensativa y suspira profundamente.

– Tiene razón, nos estaba chantajeando. A Lukás y a mí también. Claro que no éramos los únicos. Vakirtzís extorsionaba a políticos, editores y empresarios, no por dinero sino para obtener favores e información que luego utilizaba en su contra.

– Y ustedes… ¿cedieron a los chantajes?

– Los empresarios no quieren quebraderos de cabeza, señor comisario. Vakirtzís lo sabía muy bien.

– ¡Y?

– Conseguí que se adjudicasen dos grandes obras en los Balcanes a su empresa, Electrosys. Además… -Se interrumpe bruscamente.

– Sería útil que me lo contara todo -la animo con suavidad.

Ella hace un gesto de impotencia.

– Ya no tiene importancia. Le procuré cierta retribución económica por promocionar un país balcánico a través de su programa. No le diré de qué país se trata, pero sí que el dinero nosalió de su presupuesto nacional. Lo pagué de mi bolsillo. -De pronto, me sonríe-: Al menos, este dinero me lo ahorraré. Pero debo seguir apoyando las obras de Electrosys porque, si algo sale mal, me veré comprometida.

Se muestra muy sincera conmigo y no quiero quedarme atrás.

– Por lo que me cuenta, no creo que éste fuera el motivo del suicidio de su esposo ni, por supuesto, de Iásonas Favieros, y mucho menos del propio Vakirtzís.