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Cuando vivían en Rusia, los Némirovsky disfrutaban de un alto nivel de vida. Todos los veranos abandonaban Ucrania ya fuese con destino a Crimea o a Biarritz, San Juan de Luz y Hendaya, o la Costa Azul. La madre de Iréne se instalaba en un palacio, mientras que su hija y su aya se alojaban en una casa de huéspedes.

Tras la muerte de su institutriz francesa, Iréne Némirovsky, a la sazón de catorce años de edad, empezó a escribir. Se acomodaba en un sofá con un cuaderno apoyado en las rodillas. Había elaborado una técnica novelesca inspirada en el estilo de Iván Turguéniev. Al comenzar una novela escribía no sólo el relato en sí, sino también las reflexiones que éste le inspiraba, sin supresión ni tachadura algunas. Por añadidura, conocía de forma precisa a todos sus personajes, incluso a los más secundarios. Emborronaba cuadernos enteros para describir su fisonomía, su carácter, su educación, su infancia y las etapas cronológicas de su vida. Cuando todos los personajes habían alcanzado semejante grado de precisión, subrayaba con ayuda de dos lápices, uno rojo y otro azul, los rasgos esenciales que debía conservar; a veces bastaban unas líneas. Pasaba rápidamente a la composición de la novela, la mejoraba, y acto seguido redactaba la versión definitiva.

En el momento en que estalló la Revolución de Octubre, los Némirovsky residían en San Petersburgo desde hacía tres años, en una casa grande y hermosa. «Estaba construida de tal manera que, desde el vestíbulo, la mirada podía alcanzar las estancias del fondo; a través de anchas puertas abiertas se veía una hilera de salones blanco y oro», escribe en Le vin de solitude, una novela en gran parte autobiográfica. San Petersburgo era una ciudad mítica para muchos escritores y poetas rusos. Iréne sólo veía en ella una sucesión de calles oscuras, cubiertas de nieve, recorridas por un viento glacial que subía de las nauseabundas aguas de los canales y el Neva.

Léon Némirovsky, a quien sus asuntos llamaban con frecuencia a Moscú, subarrendaba en dicha ciudad un piso amueblado a un oficial de la guardia imperial, por entonces destinado en la embajada rusa en Londres. Creyendo poner a su familia a salvo, Némirovsky instaló a los suyos en Moscú, pero fue precisamente allí donde la revolución alcanzó su apogeo de violencia en octubre de 1918. Mientras el fuego de fusilería causaba estragos, Iréne exploraba la biblioteca de Des Esseintes, aquel cultivado oficial. Descubrió a Huysmans, Maupassant, Platón y Oscar Wilde. El retrato de Dorian Gray era su libro preferido.

La casa, invisible desde la calle, se hallaba encastrada en otros edificios y rodeada de un patio, bordeado a su vez de una casa más alta que la precedente. Luego había otro patio circular, y otra casa más. Iréne bajaba discretamente a recoger casquillos cuando el lugar se hallaba desierto. Por espacio de cinco días, la familia subsistió en el piso con un saco de patatas, cajas de chocolatinas y sardinas como únicas provisiones. Aprovechando un período de calma, los Némirovsky regresaron a San Petersburgo, y cuando los bolcheviques pusieron precio a la cabeza del padre de Iréne, éste se vio obligado a pasar a la clandestinidad. En diciembre de 1918, aprovechando el hecho de que la frontera aún no estaba cerrada, organizó la huida a Finlandia de los suyos, disfrazados de campesinos. Iréne pasó un año en un caserío compuesto de tres casas de madera rodeadas de campos nevados. Confiaba en poder volver a Rusia. Durante esa larga espera, su padre regresaba con frecuencia de incógnito a su país para tratar de salvar sus bienes.

Por primera vez, Iréne conoció un momento de serenidad y paz. Se convirtió en una mujer y empezó a escribir poemas en prosa, inspirados en Oscar Wilde. Como la situación en Rusia no hacía mas que empeorar y los bolcheviques se les acercaban peligrosamente, los Némirovsky alcanzaron Suecia al término de un largo viaje. Pasaron tres meses en Estocolmo. Iréne conservó el recuerdo de las lilas malva que crecían en los patios y jardines en primavera.

En julio de 1919, la familia embarcó en un pequeño carguero que los llevaría a Ruán. Navegaron durante diez días, sin escalas, en medio de una espantosa tempestad que habría de inspirar la dramática escena final de David Golder. En París, Léon Némirovsky asumió la dirección de una sucursal de su banco, y de ese modo pudo reconstituir su fortuna.

Iréne se matriculó en la Sorbona y obtuvo una licenciatura en Letras con mención. David Golder, su primera novela, no era su primer intento. Había debutado en el mundo editorial enviando lo que denominaba «breves cuentos divertidos» a la revista bimensual ilustrada Fantasio, que aparecía el 1 y el 15 de cada mes, que los publicó y le pagó por cada uno sesenta francos. Luego se lanzó y ofreció un cuento a Le Matin, que también lo publicó. Siguieron un cuento y una novela corta en Les Oeuvres Libres, así como Le Malentendu, una primera novela -redactada en 1923, a la edad de dieciocho años-, y un año más tarde L’Enfant génial una novela corta posteriormente titulada Un enfant prodige, que apareció en la misma editorial en febrero de 1926.

Dicha narración cuenta la trágica historia de Ismaël Baruch, un niño judío nacido en un cuchitril de Odessa. Sus dotes de poeta precoz e ingenuo seducen a un aristócrata, que lo recoge del arroyo y lo lleva a un palacio para distraer la ociosidad de su amante. Mimado, el niño vive extasiado a los pies de la princesa, que ve en él una especie de mono sabio.

Llegado a adolescente al término de una prolongada crisis, pierde las gracias que lo habían adornado en la infancia y tiene en muy poco los cantos y poemas que otrora le valieron su fortuna.

Busca la inspiración en la lectura, pero la cultura no hace de él un genio; por el contrario, destruye su originalidad y espontaneidad. Entonces, la princesa lo abandona como un objeto inútil y a Ismaël no le queda otro remedio que regresar a su mundo de origen: el barrio judío de Odessa, con sus zaquizamís y sus tugurios. Sin embargo, nadie reconoce a Ismaël en aquel joven establecido. Rechazado por los suyos, ya no tiene un lugar en ese mundo y corre a arrojarse a las aguas estancadas del puerto.

En Francia, su vida tiene una tonalidad menos amarga. Los Némirovsky se adaptan y llevan en París la vida rutilante de los grandes burgueses acaudalados. Veladas mundanas, cenas con champán, bailes, veraneos lujosos. Iréne adora el movimiento, la danza. Va de fiesta en recepción. Según su propia confesión, se va de juerga. En ocasiones juega en el casino. El 2 de enero de 1924 escribe a una amiga: «He pasado una semana completamente loca: baile tras baile; todavía estoy un poco embriagada y me cuesta regresar a la senda del deber.»

En otra ocasión, en Niza: «Me agito como una chiflada y eso debería avergonzarme. Bailo de la noche a la mañana. Todos los días se celebran galas muy elegantes en diferentes hoteles, y como mi buena estrella me ha gratificado con algunos gigolós, me lo paso en grande.» De vuelta de Niza: «No he sido buena chica… para variar. La víspera de mi partida hubo un gran baile en nuestra residencia, en el hotel Negresco. Bailé como una posesa hasta las dos de la mañana y luego, pese a que soplaba un viento glacial, salí a flirtear y a beber champán frío.» Pocos días después: «Choura vino a verme y me soltó un responso de dos horas: al parecer, flirteo demasiado, y está muy mal enloquecer de ese modo a los chicos… Como sabes, he terminado con Henry, que vino a verme el otro día, pálido y con los ojos desorbitados, con expresión malvada ¡y un revólver en el bolsillo!»

En el torbellino de una de esas veladas conoce a Mijail, llamado Michel Epstein, «un morenito de tez muy oscura» que no tarda en hacerle la corte. Ingeniero en física y electricidad por la Universidad de San Petersburgo, trabaja como apoderado en la Banque des Pays du Nord, en la rue Gaillon. Lo encuentra de su agrado, flirtea y en 1926 se casa con él.

La pareja se instala en el número 10 de la avenida Constant-Coquelin, en un hermoso piso cuyas ventanas dan al gran jardín de un convento de la orilla izquierda. Su hija Denise nace en 1929. Fanny regala a Iréne un oso de peluche cuando se entera de que la han hecho abuela. Una segunda niña, Élisabeth, vendrá al mundo el 20 de marzo de 1937.

Los Némirovsky reciben a algunos amigos, como Tristan Bernard y la actriz Suzanne Devoyod, y frecuentan a la princesa Obolensky. Iréne cuida de su asma en estaciones balnearias. Unos productores cinematográficos adquieren los derechos de adaptación de David Golder, que será interpretada por Harry Baur en una película de Julien Duvivier.

Pese a su notoriedad, Iréne Némirovsky, que se ha enamorado de Francia y de su buena sociedad, no conseguirá la nacionalidad francesa. En el contexto de la psicosis de guerra de 1939, y tras una década marcada por un antisemitismo violento que presenta a los judíos como invasores dañinos, mercachifles, belicosos, sedientos de poder, promotores de guerras, a un tiempo burgueses y revolucionarios, toma la decisión de convertirse al cristianismo junto con sus hijas. La madrugada del 2 de febrero de 1939, en la capilla de Santa María de París, la bautiza un amigo de la familia, monseñor Ghika, príncipe-obispo rumano.

La víspera del inicio de la Segunda Guerra Mundial, el 1 de septiembre de 1939, Iréne y Michel Epstein conducen a Denise y Élisabeth, sus dos hijas, a Issy-l'Évêque, en Saône-et-Loire, con su niñera Cécile Michaud, natural de ese pueblo. Esta confía las niñas a los buenos cuidados de su madre, la señora Mitaine. Iréne y Michel Epstein regresan a París, desde donde harán frecuentes visitas a sus hijas, hasta que se establece la línea de demarcación en junio de 1940.

El primer estatuto de los judíos, del 3 de octubre de 1940, les asigna una condición social y jurídica inferior que los convierte en parias. Ante todo define, basándose en criterios raciales, quién es judío a los ojos del Estado francés. Los Némirovsky, que entran en el censo en junio de 1941, son a un tiempo judíos y extranjeros. Michel ya no tiene derecho a trabajar en la Banque des Pays du Nord; las editoriales «arianizan» a su personal y a sus autores, Iréne ya no puede publicar. Ambos abandonan París y se reúnen con sus hijas en el Hôtel des Voyageurs, en Issy- l'Évêque, donde residen asimismo soldados y oficiales de la Wehrmacht.