– Eso no se le pregunta a un caballero -dijo Dylan con sorna.
– Dijiste que me esperarías -repuso Clodagh con un hilo de voz.
– Ah, ¿sí? Pues te mentí.
Cuando los principales rivales de Randolph Media le ofrecieron trabajo, Lisa empezó a pensar en su futuro. En los diez meses que llevaba en Colleen había conseguido alcanzar la tirada y los ingresos por publicidad que se había propuesto. Ahora ya podía marcharse.
Sabía que iba a volver a Londres: allí se sentía en su casa, y quería estar cerca de sus padres. Pero valorando sus opciones pensó que no estaba segura de si quería volver a dirigir una revista femenina. La perspectiva de trepar a toda costa, humillar a los demás y robarles el mérito ya no la atraía como antes. Ni la feroz rivalidad entre publicaciones. Ni las salvajes guerras intestinas que tenían lugar dentro de una revista. Hasta entonces aquel ambiente competitivo siempre la había motivado; pero ahora ya no, y ante aquella conclusión Lisa sintió pánico. ¿Se había convertido en una mujer débil, un pelele, una ejecutiva del montón? Pero no se sentía débil. El que hubiera cosas que ya no estaba dispuesta a hacer no significaba que fuera débil; solo significaba que había cambiado.
Aunque no demasiado. Evidentemente seguía encantándole la frivolidad de las revistas, la ropa, el maquillaje, los consejos sentimentales. De modo que lo mejor que podía hacer era buscar trabajo de consultoría.
Ashling se dio cuenta de que pasaba algo raro. Al principio no se lo pareció; creyó que no era más que un incidente aislado. Seguido de otro. Y luego otro. Pero ¿cuándo una serie de incidentes aislados dejaba de ser una serie de incidentes aislados y empezaba a convertirse en una rutina?
No había querido darle demasiada importancia porque en el fondo estaba deseando que la tuviera. Se trataba de Jack Devine. La había invitado a tomar una copa para celebrar que Ashling había dejado el Prozac. Después, una semana más tarde, cuando pareció demostrarse que no iba a recaer, Jack volvió a invitarla a tomar una copa para celebrarlo. Después la invitó a tomar una copa y a comer una pizza para celebrar que volvía a las clases de salsa. Después la invitó a cenar en Cookes para celebrar que Boo se había instalado en su primer piso. Sin embargo, cuando Ashling sugirió que lo lógico era que invitaran a Boo también, Jack no se mostró muy entusiasmado. «He quedado para tomar unas cervezas con él y con otros colegas de la televisión mañana por la noche», se excusó.
Y ahora se había acercado a su mesa y la había invitado otra vez a salir.
– ¿Qué celebramos esta vez? -preguntó ella, recelosa.
Jack reflexionó y dijo:
– Que es jueves.
– Ah, vale -dijo Ashling. Porque era jueves. Pero no entendía nada. ¿Por qué estaba tan simpático con ella? ¿Todavía la compadecía por lo que le había pasado? Pero aquello ya pertenecía al pasado. Y las otras razones que se le ocurrían para explicar la actitud de Jack parecían absurdas.
Fue Lisa la que se lo hizo entender.
– Veo que al final Jack y tú os habéis aclarado -dijo como quien no quiere la cosa. Todavía no había digerido del todo su fracaso con Jack; siempre le había costado encajar las derrotas, y seguramente seguiría costándole.
– ¿Cómo dices?
– Jack y tú. Te gusta, no me digas que no.
Ashling se puso muy colorada.
– Y tú le gustas a él -añadió Lisa.
– Qué va.
– Le gustas.
– No.
– Venga, Ashling, no seas tan inocente -le espetó Lisa.
Ashling la miró, alarmada; se quedó un rato callada y luego dijo en voz baja:
– Vale, vale.
Aquella noche, en el restaurante, Ashling intentó aclarar la situación. En realidad no quería hacerlo, pero tenía la sensación de que era su obligación. Para darse ánimo encendió un cigarrillo, y Jack se quedó mirando cómo se lo fumaba como si estuviera haciendo algo inusual.
«No me mires así. No puedo pensar.»
– ¿Puedo preguntarte una cosa, Jack? Hemos salido a cenar, pero ¿es esto…? -Se quedó muda. «Quizá no debía decirlo. ¿Y si se equivocaba?»
– ¿Es esto…? -repitió él, animándola a continuar.
Ashling exhaló un suspiro. Mierda. Que pase lo que Dios quiera.
– ¿Es esto una cita?
Jack reflexionó concienzudamente.
– ¿Tú quieres que lo sea? -preguntó.
Ella fingió que se lo pensaba.
– Sí -contestó.
– Pues entonces lo es.
Ambos pasearon la mirada por el restaurante.
– ¿Quieres que lo repitamos? -preguntó Jack sin darle importancia.
– Sí.
– ¿El sábado por la noche?
Ostras. Un sábado. Aquello suponía una novedad.
– Sí.
Volvieron a mirar alrededor, esquivándose mutuamente la mirada.
Ashling oyó su propia voz diciendo:
– Jack, ¿puedo preguntarte por qué te interesa tanto… salir conmigo?
Lo miró a la cara en el mismo instante en que él la miraba a ella, y sus ojos colisionaron violentamente. Ashling notó que le faltaba el aliento.
– Porque estás interfiriendo en mis planes para dominar el mundo -dijo Jack en voz baja.
¿Qué significaba aquello?
– No puedo pensar más que en ti -aclaró él con toda naturalidad-. Y esto afecta a todo lo demás.
A Ashling se le llenó la cabeza de aire, y no podía hablar. No encontraba ni una sola sílaba adecuada. Cierto, ya sospechaba que le gustaba, pero ahora que él mismo lo había dicho…
– Di algo -suplicó Jack.
– ¿Cuánto hace de eso? -balbució ella. Parezco el doctor Mc Devitt.
– Una eternidad -contestó él-. Desde la noche de la presentación de la revista.
– ¿Tanto tiempo?
– Sí.
– ¡Pero si han pasado meses!
– Seis, para ser exactos.
– Y todo ese tiempo…
Ashling volvió sobre aquellos seis meses pasados, y la versión de su vida cobró otro significado. ¿Lo había dicho en serio? Bueno, lo había dicho. Pero no se atrevía a creérselo. Todavía no.
– Ahora entiendo por qué estabas tan simpático conmigo -consiguió decir.
– Lo habría estado de todos modos.
– ¿ Sí?
– Claro -dijo él, sonriente-. Bueno, supongo. Seguramente. ¿Y tú?
– ¿Yo?
– ¿Qué opinas tú?
Seguía sin encontrar palabras, y solo fue capaz de decir:
– Opino que… que me parece muy bien que quedemos el sábado por la noche.
– De acuerdo -dijo él, leyendo entre líneas-. ¿Quieres venir a mi casa? Dijiste que me enseñarías a bailar.
En realidad Ashling nunca había dicho eso, pero cedió.
– Y sigo pensando que tienes que probar el sushi. Si confías en mí -añadió.
– Confío en ti.
Al día siguiente, cuando Lisa presentó su dimisión y anunció que volvía a Londres, Jack tuvo el detalle de decir:
– Ya es una suerte que hayas aguantado tanto tiempo con nosotros.
Pero ella era lo bastante lista para darse cuenta de que no se lo estaba diciendo todo.
– Y Trix puede sustituirme -sugirió inocentemente.
– Lo pensaremos, lo pensa… ¡Ja, ja, ja! ¡Muy graciosa! -dijo él con una risa nerviosa.
64
En una casa de una esquina inhóspita frente al mar, en Ringsend, un hombre y una mujer se saludaron con timidez. Él la condujo a una habitación que se había pasado varias horas limpiando aquel mismo día, lo cual no era nada habitual. Por cierto que, de paso, podría haberse planchado la camisa de franela y puesto unos vaqueros que no estuvieran rotos.
La mujer se sentó en el sofá recién aspirado y se llevó una mano al cabello, que se había peinado con secador. Se puso cómoda y notó el encaje y el algodón de su ropa interior nueva, que le recordaron su presencia.
– ¿Tienes hambre? -preguntó Jack Devine ofreciéndole una copa de vino.
– Sí, mucha -mintió ella.
Jack puso unos palillos, salsa de soja, jengibre y otros elementos del sushi en una mesita, y a continuación, con mucho cuidado, le preparó los paquetitos de arroz a Ashling.