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A Lisa, en cambio, Ashling no le impresionó en absoluto. Había convertido lo ordinario en un arte. Es muy fácil dejarse el pelo tal cual, ni liso ni rizado, pensó Lisa con sarcasmo. Nadie nace con una melena peinada y reluciente, hay que currárselo. El maquillaje de Trix, por ejemplo, no era precisamente discreto, pero al menos demostraba voluntad.

Entonces llegó Mercedes, y Lisa tampoco supo qué pensar de ella; se limitó a constatar que era una mujer elegante y discreta.

Solo le quedaba conocer a Bernard, que resultó el peor de todos. El chaleco de punto rojo que llevaba sobre la camisa y la corbata era, evidentemente, una reminiscencia de cuando aquella combinación estuvo de moda y, francamente, Lisa no necesitaba saber nada más de él.

A las diez en punto el equipo de Colleen, Jack y su secretaria personal, la señora Morley, se reunieron en la sala de juntas para hacer una primera toma de contacto. A Lisa le sorprendió que la señora Morley no fuera una perfumada y eficiente señorita Moneypenny, sino un ogro de más de sesenta años con cara de malas pulgas. Más adelante Lisa se enteró que Jack la había heredado cuando sustituyó al anterior director ejecutivo. Habría podido contratar a otra secretaria, pero por algún extraño motivo decidió no hacerlo, y por consiguiente la señora Morley le tenía mucha devoción. Demasiada devoción, según el resto del personal.

Mientras la señora Morley levantaba acta, Jack repitió una vez más las instrucciones: Colleen tenía que ser una revista sexy y atrevida dirigida a irlandesas de entre dieciocho y treinta años. Tenía que ser imparcial, sexualmente abierta y divertida. Pidió a todos que pensaran bien los artículos.

– ¿Qué os parece una sección sobre cómo ligar en Irlanda? -saltó Ashling, nerviosa-. Podríamos presentar a una chica que un mes va a una agencia matrimonial, otro mes se dedica a navegar por Internet, otro mes va a montar a caballo…

– No es mala idea -dijo Jack de mala gana.

Ashling esbozó una sonrisa vacilante. No sabía si podría soportar muchas situaciones como aquella, porque las ideas no eran precisamente su fuerte. La idea de crear esa sección se la había sugerido Joy, porque Joy esperaba que la utilizaran como conejillo de Indias. «Me paso la vida intentando ligar -le había dicho-. No estaría mal que me pagaran por ello.»

– ¿Alguna otra idea? -preguntó Jack.

– ¿Qué os parece una carta de un famoso? -terció Lisa-. Buscamos a un irlandés famoso, como… -Se quedó a media frase, porque no conocía a ningún irlandés famoso-. Como… como…

– Bono -propuso Ashling-. O una integrante de los Corrs.

– Exacto -dijo Lisa-. Unas mil palabras, sobre los vuelos en primera clase, las fiestas con Kate Moss y Anna Friel. Algo con glamour y subido de tono.

– Muy buena idea.

Jack estaba contento. En cambio, Lisa estaba horrorizada. De pronto la agobiaba el tamaño de la tarea que tenía por delante. ¡Poner en marcha una revista en un país que no era el suyo!

– Y ¿qué os parece una carta de alguien que no sea famoso? -propuso Trix con su voz ronca-. Ya sabéis: soy una chica normal y corriente, anoche me emborraché, le pongo cuernos a mi novio, odio mi trabajo, me gustaría ganar más dinero, el otro día robé un esmalte de uñas en Boot's…

Los demás asintieron con entusiasmo hasta que Trix llegó a lo del esmalte de uñas; entonces dejaron de asentir y se quedaron callados. Todos lo habían hecho alguna vez, pero nadie estaba dispuesto a admitirlo.

Trix se dio cuenta enseguida y se recuperó con aplomo.

– Mi madre no puede ver a mi novio (a ninguno de los dos), me he teñido el pelo y me he quemado el cuero cabelludo… Cosas así.

– No está mal -dijo Jack-. ¿Y tú, Mercedes? ¿Tienes alguna idea?

Mercedes había estado garabateando en su bloc de notas, con la mirada perdida.

– Voy a exhibir a cuantos diseñadores irlandeses sea posible. Iré a las fiestas de licenciatura de las escuelas de moda…

– ¿No será muy provinciano? -la interrumpió Lisa con mordacidad-. Si queremos que nos tomen en serio tenemos que hablar de los diseñadores internacionales.

¡No estaba dispuesta a ponerse diseños de aficionados hechos de cualquier manera por los colegas de Mercedes en sus dormitorios! Las revistas de verdad, como Femme, hacían reportajes fotográficos con prendas exquisitas que les enviaban los gabinetes de prensa de las marcas internacionales. La ropa era prestada, pero muchas veces se perdía después de una sesión de fotografías. Naturalmente, siempre se le echaba la culpa a las modelos (a ver, ¿acaso no tenían que financiar su adicción a la heroína?). Y si las prendas «extraviadas» aparecían en el armario de Lisa, nadie se enteraba. Bueno, en realidad se enteraba todo el mundo, pero no podían hacer nada al respecto. Y aquel era un beneficio extra al que Lisa no estaba dispuesta a renunciar.

Mercedes se quedó mirando a Lisa con desdén. Y esta, para su sorpresa, se sintió intimidada.

– ¿Algo más? -preguntó Jack.

– ¿Qué os parece…? -dijo Ashling lentamente, insegura. Creía que se le había ocurrido una idea original, pero no estaba convencida-. ¿Qué os parece si incluimos un artículo firmado por un hombre? Ya sé que es una revista femenina, pero podríamos incluir una especie de diccionario de cómo funciona el cerebro de los hombres. ¿Qué quiere decir un chico realmente cuando dice «Ya te llamaré»? Es más -prosiguió, emocionada-, ¿qué os parecería incluir también la opinión de la mujer?

Jack miró a Lisa arqueando una ceja inquisitivamente.

– Eso está muy pasado -se limitó a decir ella.

– Ah, ¿sí? -repuso Ashling con humildad-. Vale.

– Hoy es 12 de mayo -dijo Jack, poniendo fin a la reunión-. La junta quiere el primer número en la calle a finales de agosto. A los que venís de publicaciones semanales os parecerá mucho tiempo, pero no lo es. Vais a tener mucho trabajo.

»Pero también os vais a divertir -añadió, porque tenía que decirlo. No sabía exactamente a quién pretendía convencer, pero desde luego a él mismo no-. Y si tenéis algún problema, siempre encontraréis mi puerta abierta.

– Lo cual no será de gran ayuda si no estás en tu despacho -replicó Trix con descaro-. Quiero decir -se apresuró a añadir al ver que el semblante de Jack se endurecía- que como a veces tienes que ir a la televisión para poner orden…

– Desgraciadamente -dijo Jack dirigiéndose a Lisa-, nuestro canal de televisión y nuestra emisora de radio operan desde otro local, a un kilómetro de aquí. Yo tengo mi despacho aquí por motivos de espacio, pero paso mucho tiempo allí. De todos modos, si me necesitáis y no me encontráis aquí, siempre podéis llamarme por teléfono.

– De acuerdo -dijo Lisa-. Y ¿a qué cifras de ventas aspiramos con Colleen?

– Treinta mil. Quizá no lo consigamos al principio, pero esperamos haber llegado a esa cifra en unos seis meses.

Treinta mil. Lisa estaba atónita. Si las ventas de Femme bajaban de los trescientos cincuenta mil ejemplares, empezaban a rodar cabezas.

A continuación Jack le enseñó a Lisa el presupuesto para colaboradores, pero había algo que no encajaba: faltaba un cero. Al menos uno.

Aquello era el colmo. Lisa se disculpó educadamente y fue al cuarto de baño, donde se encerró en uno de los cubículos. Se dio cuenta, no sin desconcierto, de que estaba llorando. Lloraba de desilusión, de humillación, de soledad, por todo lo que había perdido. No duró mucho, porque Lisa no era muy llorona, pero cuando salió del cubículo se paró en seco al ver que había alguien de pie junto a los lavabos. Era Ashling. Estaba allí plantada, con las manos cogidas a la espalda. ¡Entrometida!

– ¿Qué mano quieres? -le preguntó Ashling.

Lisa no la entendió.

– Elige una mano -insistió Ashling.

A Lisa le dieron ganas de pegarle una bofetada. Estaban todos locos.

– ¿Derecha o izquierda? -dijo Ashling.

– Izquierda.

Ashling reveló el contenido de su mano izquierda: un paquete de pañuelos de papel. Luego le mostró la mano derecha: una botella de bálsamo curalotodo.