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– Dígale que es Mai.

Tras una larga, severa y desafiante mirada, la señora Morley salió lentamente de detrás de su mesa. Mientras esperaba, Mai se puso a girar un delgado dedo en el aire: era la viva imagen de un sueño erótico. Al cabo de un rato volvió la señora Morley.

– Puede pasar -dijo sin disimular su desilusión.

Mai cruzó la oficina envuelta en un denso silencio, y en cuanto la puerta del despacho de Jack se cerró detrás de ella hubo un suspiro colectivo y todo el mundo se puso a hacer comentarios.

– Es la novia de Jack -les explicó Kelvin a Ashling, Lisa y Mercedes.

– No le va a dar más que problemas -opinó la señora Morley con gravedad.

– Yo no estoy tan seguro de eso, señora Morley -replicó Kelvin lascivamente. La señora Morley se dio la vuelta con un resoplido de indignación.

– Es mitad irlandesa y mitad vietnamita -aportó el silencioso Gerry.

– Se llevan a matar -dijo Trix, emocionada-. Es una chica muy agresiva.

– Pues esa será su herencia irlandesa -terció Dervla O'Donnell con firmeza, feliz de abandonar un momento a las Novias Hibernianas-. Los vietnamitas son gente muy tranquila y hospitalaria. Cuando estuve en Saigón…

– Vaya, ya está -protestó Trix-. La ex hippie ha tenido otro flashback. Creo que me va a dar algo.

Ashling siguió fotocopiando comunicados de prensa, pero la máquina emitió un lento gruñido, dio unos cuantos pitidos que no tenía por qué dar y quedó sumida en un inoportuno silencio. La pantalla de visualización de datos lanzó un mensaje amarillo.

– ¿PQo3? -preguntó Ashling-. ¿Qué significa?

– ¿PQo3? -Los empleados de más antigüedad se miraron unos a otros-. ¡Ni idea!

– Ese es nuevo.

– Pero podría haber sido peor. Generalmente se para después de las dos primeras copias.

– ¿Qué hago? -preguntó Ashling-. Estos comunicados de prensa tienen que salir por correo esta noche.

Miró a Lisa, con la esperanza de que ella la sacara del atolladero. Pero Lisa conservó una expresión serena y no dijo nada. Tras una semana en la oficina, Ashling había llegado a la conclusión de que Lisa era una negrera con grandes ideas de lo que tenía que ser la revista. En muchos aspectos eso era fantástico, pero no si resultaba que tú eras la persona sobre la que recaía la responsabilidad de poner en práctica, sin ayuda de nadie, cada una de las ideas que se le ocurrían a Lisa.

– No te molestes en pedirles a esos idiotas que la arreglen -dijo Trix señalando con la cabeza a Gerry, Bernard y Kelvin-. Solo conseguirían cargársela del todo -añadió con desdén-. Jack, en cambio, es bastante manitas. Aunque yo no lo molestaría en este momento -sugirió.

– Mientras tanto haré otra cosa.

Ashling volvió a su mesa, donde se quedó momentáneamente paralizada al ver la cantidad de trabajo que le quedaba por hacer. Decidió seguir con la lista de los cien irlandeses más sexys, interesantes y talentosos. Pinchadiscos, peluqueros, actores, periodistas… Y a medida que Ashling iba añadiendo nombres, Trix le iba concertando a Lisa desayunos, comidas, cafés y cenas con ellos: Lisa estaba haciendo un cursillo intensivo para infiltrarse en la plana mayor de la sociedad irlandesa.

– Vas a acabar como una foca con tantas comidas de trabajo -bromeó Trix.

Lisa le sonrió desdeñosamente. Por lo visto su secretaria no sabía que el hecho de que pidieras una comida no significaba que tuvieras que comértela.

La oficina bullía de actividad, hasta que se abrió la puerta del despacho de Jack y Mai salió a toda velocidad. Todos levantaron inmediatamente la cabeza, expectantes, pero se llevaron un chasco. Mai hizo un violento intento de dar un portazo al salir de la oficina, pero la puerta tenía puesta una cuña para que no se cerrara, así que Mai tuvo que contentarse con pegarle una patada.

A los pocos segundos salió Jack, hecho un basilisco. Daba grandes zancadas con sus largas piernas, con lo que no tardaría en alcanzar a Mai. Pero antes de llegar a la puerta volvió en sí y aminoró el paso. «Mierda!», ¡masculló, y dio un puñetazo en la fotocopiadora. La máquina emitió un zumbido, luego un pitido, y entonces empezó a escupir hojas. ¡La fotocopiadora volvía a funcionar!

– ¡Viva la tecnología! Jack Devine nos ha salvado -anunció Ashling, y se puso a aplaudir.

Los otros la imitaron. Jack miró alrededor, fulminando a los empleados, y entonces, para sorpresa de todos, rompió a reír. De pronto parecía otro: más joven y más simpático.

– Esto es una locura -comentó.

Ashling estaba de acuerdo con él.

Jack vaciló un momento. No sabía si seguir a Mai o… entonces vio un paquete de Marlboro en la mesa de Ashling, del que sobresalía un cigarrillo. En teoría no se podía fumar en la oficina, pero nadie respetaba aquella prohibición. Excepto el soso de Bernard, que se rodeaba de letreros que rezaban «Gracias por no fumar». Hasta tenía un pequeño ventilador.

Jack arqueó las cejas, como diciendo «¿Puedo?» y extrajo el cigarrillo del paquete con los labios. Prendió una cerilla para encenderlo, la apagó con una fuerte sacudida de la mano y dio una honda calada.

Ashling siguió cada uno de sus movimientos; sentía repulsión, pero no podía mirar hacia otro lado.

– Me temo que no he elegido a la chica adecuada para dejar de fumar -dijo Jack, y se dirigió a su despacho.

– Necesito ayuda, chicas -exclamó Dervla O'Donnell, distrayendo a todos. Se levantó dejando las páginas de moda de otoño de Novias Hibernianas y empezó a pasearse por la oficina, haciendo ondular su amplia falda y su holgada chaqueta de punto-. ¿Qué van a llevar los invitados elegantes a las bodas en otoño de 2000? ¿Qué se lleva, qué está de moda, qué mola?

– No sé, lo que está claro es que no se llevan las papadas -observó Lisa, y ladeó la cabeza indicando la gruesa papada de Dervla.

Hubo un silencio de asombro que derivó en una carcajada general, lo cual animó a Lisa. Ella estaba orgullosa de su lengua viperina, y del poder que le confería.

Dervla se quedó plantada en medio de la oficina, perpleja, mientras alrededor sus colegas reían a carcajadas, y entonces ella, haciendo alarde de su espíritu deportivo, también esbozó una sonrisa.

– Qué situación tan maravillosa. Jack levantó su jarra con falsa efusividad para brindar con Kelvin y Gerry-. Tres hombres y ninguna mujer que nos moleste.

Kelvin echó un vistazo al pub. La clientela del viernes por la noche incluía a bastantes mujeres.

– Pero no hay ninguna sentada aquí con nosotros, dándonos el coñazo -aclaró Jack.

– A mí no me importaría que Lisa estuviera sentada aquí -dijo Kelvin-. Es una preciosidad.

– Un bombón -coincidió Gerry, lo bastante emocionado como para hablar.

– Y ¿os habéis fijado en que aunque no mueva los ojos, te sigue por la oficina con los pezones? -observó Kelvin.

Aquel comentario desconcertó ligeramente a Gerry y Jack.

– Mercedes también está para comérsela -dijo Kelvin con entusiasmo.

– Pero no abre la boca -repuso Gerry, aunque no era la persona más indicada para criticarla por eso.

Kelvin miró a Gerry con una sonrisa y dijo:

– Lo que me interesa no son precisamente sus dotes de conversadora.

Los tres rieron con complicidad.

– Pásame el cenicero, Kelvin -les interrumpió Jack. Kelvin se lo acercó, y entonces, con una risita sombría, Jack dijo-: La última vez que dije eso me soltaron: «Me has destrozado la vida, capullo».

Gerry y Kelvin se removieron en los asientos. Jack estaba estropeando el buen ambiente del viernes por la noche.

– No le hagas caso -le aconsejó Kelvin, e hizo un valeroso intento de reconducir la conversación-. ¿Y Ashling? ¿No la encontráis adorable?

– Sí, es encantadora. La hermanita que todos querríamos tener -repuso Gerry.

– Y también es muy guapa -añadió Kelvin, generoso-. Aunque no sea tan despampanante como Lisa o Mercedes.