Ashling estaba harta de los altibajos que tenía la relación de Joy y Mick. Eran peores que los de Jack Devine y su novia comededos. Buscó el sacacorchos, sirvió dos copas de vino y empezó a analizar, sílaba por sílaba, todo lo que Mick le había dicho a Joy.
– … Entonces dijo que yo era de esas mujeres a las que les gusta trasnochar. ¿Qué crees que quería decir con eso? Que estoy bien para ir de juerga pero no para casarse conmigo, ¿no?
– A lo mejor solo quería decir que te gusta trasnochar.
Joy negó enérgicamente con la cabeza.
– No, Ashling, siempre hay un trasfondo…
– Ted dice que no. Dice que cuando un hombre dice algo solo quiere decir lo que ha dicho.
– Y él ¿qué sabe?
Buscarle un significado oculto a todo era una tarea tan apasionante que a las diez y siete minutos, cuando sonó el teléfono, Ashling casi había olvidado que esperaba una llamada.
– Contesta-. Joy señaló el teléfono con la barbilla. Pero Ashling no se atrevía a descolgar el auricular, por si no era Marcus.
– Hola -dijo, insegura.
– Hola. ¿Eres Ashling, la santa patrona de los cómicos? Soy Marcus Valentina.
– Hola -dijo Ashling. «Es él», le dijo a Joy moviendo los labios, y se dio unos golpecitos por la cara con la yema del dedo que indicaban las pecas-. ¿Cómo me has llamado? -preguntó risueña.
– La santa patrona de los cómicos. Ayudaste a Ted Mullins en su primera función, ¿no te acuerdas? Y yo me dije: esa chica es una amiga de los cómicos.
Ashling reflexionó; sí, no le disgustaba la idea de ser la santa patrona de los cómicos.
– ¿Cómo estás? -preguntó Marcus. Ashling decidió que le gustaba su voz: no tenía nada que indicara que pertenecía a un hombre pecoso-. ¿Has ido a alguna función últimamente?
– Pues sí, el sábado pasado -contestó ella riendo.
– Tendrás que contármelo -repuso él con su voz libre de pecas.
– Lo haré -dijo Ashling, y volvió a escapársele aquella risita tonta. ¿A qué venía tanta risita? Parecía imbécil.
– ¿Te va bien que quedemos el sábado por la noche? -le propuso él.
– Lo siento, no puedo.
Lo dijo con verdadero pesar. Estuvo a punto de explicarle que tenía que hacer de niñera para Clodagh, pero en el último momento logró dominarse. No estaba de más que Marcus creyera que Ashling tenía otros compromisos.
– ¿Te vas a pasar el puente fuera? -preguntó él, desilusionado.
– No; es que he quedado el sábado por la noche.
– Vaya. Pues yo ya he quedado el domingo.
La conversación se interrumpió un instante, y de pronto ambos hablaron simultáneamente.
– ¿Haces algo el lunes? -preguntó él, al tiempo que Ashling proponía:
– ¿Qué tal el lunes?
Ella rió otra vez.
– Parece que las cosas empiezan a encajar -dijo Marcus-. ¿Qué tal si te llamo el lunes por la mañana, no muy temprano, y quedamos?
– Muy bien. Nos vemos.
– Nos vemos -repitió él con tono tierno y prometedor.
Ashling colgó.
– ¡Ostras! He quedado el lunes con Marcus Valentina. -Estaba emocionada e impresionada-. Hacía años que no tenía una cita. Desde que salía con Phelim.
– ¿Estás contenta? -le preguntó Joy.
Ashling asintió con cautela. Ahora que Marcus ya había llamado, cabía la posibilidad de que ella volviera a perder el interés.
– Muy bien -dijo Joy-. Ahora tienes que entrenarte un poco. Repite conmigo: «¡Oh, Marcus! ¡Marcus!».
A la mañana siguiente, cuando Ashling llegó a la oficina, Lisa la llamó para decirle:
– A ver si adivinas quién me llamó anoche.
Ashling miró la expresión belicosa y competitiva de Lisa, el triunfo que iluminaba sus ojos grises.
– ¿Marcus Valentina? -Solo podía ser él.
– Exacto -confirmó Lisa-. Marcus Valentina.
– No me digas. -Se puso una mano en la cadera, adoptando una postura descarada y enérgica-. Pues mira, a mí también me llamó.
Lisa, que no se esperaba aquella noticia, se quedó boquiabierta. Era evidente que se había precipitado al dar por ganada la batalla.
– ¿Cuándo habéis quedado? -preguntó Ashling.
– La semana que viene.
– Ah, ¿sí? Pues mira, yo he quedado el lunes por la noche… Antes que tú -añadió, por si Lisa no había reparado en aquel detalle.
Lisa y Ashling se miraron con ceño, agresivas y malhumoradas.
– ¡He ganado! -Ashling no sabía qué le estaba pasando.
Sorprendida, Lisa la fulminó con la mirada y Ashling tuvo que hacer un gran esfuerzo para adoptar una expresión airada. La habían vencido. Y, sorprendentemente, lo encontraba gracioso. Rompió a reír.
– ¡Bien hecho! -exclamó.
Ashling tardó un poco en adaptarse a aquel cambio de humor, y entonces ella también rompió a reír. ¡Qué ridículo era todo aquello!
– Ostras, Lisa, cualquiera diría que ambas buscamos lo mismo de él -dijo armándose de valor-. ¿Por qué le das tanta importancia?
– No lo sé -reconoció Lisa-. Supongo que todo el mundo ha de tener algún hobby.
28
En las oficinas de Randolph Media reinaba una atmósfera de final de curso. Era el viernes anterior al puente del mes de junio (Lisa estaba desconcertada, porque en Inglaterra el puente había sido la semana anterior), pero no solo eso: además se había extendido la noticia de los anuncios de L'Oréal, Jack Devine no estaba en la oficina, y acababa de llegar una caja de champán destinada al premio de un concurso convocado por Colleen. («¿De qué región de Francia procede el champán? Envíanos una postal a… La ganadora recibirá doce botellas del mejor…»)
Lisa miró la caja de champán, miró su reloj (eran las cuatro menos cuarto) y miró a sus empleados. Llevaban tres semanas trabajando mucho y lo cierto era que Colleen empezaba a tomar la forma de algo decente. De pronto Lisa recordó la importancia de mantener alta la moral de los trabajadores. Y para ser franca tenía que admitir que le apetecía una copa y sospechaba que podía producirse un motín si se servía champán para ella sola.
Carraspeó con mucho teatro y, con voz alegre, dijo:
– ¡Ejem! ¿A alguien le apetece una copa de champán? -Inclinó la reluciente cabeza hacia la caja con gesto de complicidad, y en cuestión de segundos todos se dieron cuenta de lo que había querido decir.
– Pero ¿y el concurso? -preguntó Ashling.
– Cállate, imbécil -susurró Trix, y dirigiéndose a Lisa con tono adulador dijo-: Me parece una idea excelente. Podemos celebrar tu éxito con el contrato de L'Oréal.
No hubo que insistir más. La noticia («Lisa dice que podemos bebernos el champán del concurso, Lisa dice que podemos bebernos el champán del concurso!») se extendió como la brisa por la oficina. Todos dejaron lo que estaban haciendo y se relajaron. Hasta Mercedes parecía contenta.
– Pero si no tenemos copas -observó Lisa, consternada.
– No te preocupes.
Antes de que Lisa se lo pensara mejor, Trix cogió una bandeja llena de tazas de café sucias y se las llevó al lavabo. Era la primera vez en seis meses que lavaba las tazas. Volvió volando; no se entretuvo aclarando bien las tazas, porque el exceso de espuma podía atribuirse al champán.
– Me temo que no está muy frío -dijo Lisa con gentileza ofreciéndole una taza desportillada con la leyenda «Los windsurfistas lo hacen de pie» llena de espumoso champán a Kelvin, que la cogió con una mano llena de anillos.
– ¡Qué más da! -dijo Kelvin, entusiasmado.
Estaba encantado de que lo hubieran incluido en la celebración, aunque no trabajara para Colleen.
El reducido grupo de empleados administrativos esperaba ansiosamente en su rincón sin saber si lo iban a invitar también. Todos suspiraron aliviados cuando Lisa descorchó otra botella y se les acercó con unas tazas que llevaban estampadas respectivamente las leyendas «Las secretarias lo hacen sentadas» y «Las bailarinas lo hacen de puntillas» y dos «No apto para menores».