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¿Por qué?

¿A quién le beneficiarían aquellas muertes?

Si Tessa había matado a Harley, ¿había matado a los otros dos también? ¿Con qué fin? No parecía una psicótica, y había matado a Harley pensando que era Weston… Kane hizo una mueca mientras pensaba en el mayor de los hijos de Neal Taggert. Prepotente. Manipulador. Pura maldad. La pistola que habían encontrado en el agua seguía sin ser reclamada. Sin embargo, Kane había podido averiguar que Mikki Taggert había adquirido un revólver de pequeño calibre hacía años, en una feria de armas. Había conseguido dicha información entrevistando a una antigua criada que había estado trabajando en la casa de los Taggert. La doncella juró haber visto una pistola en el cajón de la cómoda de Mikki, y aunque era igual que la pistola encontrada en la bahía, cerca del cuerpo de Harley, la criada no podía asegurar que se tratara de la misma. Además, le había explicado que, meses antes de la muerte de Harley, robaron o perdieron el revólver. En diversas ocasiones se interrogó al personal de la casa acerca de objetos perdidos, uno de los cuales era la pistola.

Pero a Harley no le mataron de un tiro. No tenía una herida de bala. La pistola se encontró cerca de su cuerpo, pero todas las balas estaban en el tambor.

Tessa mató a Harley.

Tessa no pudo haber matado a Jack o a Hunter.

Kane indicó en un mapa los lugares donde se encontraba todo el mundo cuando atacaron a Jack, suponiendo que no se hubiese caído por accidente del acantilado, lo cual descartó, ya que existían más asesinatos. Había demasiadas coincidencias. No. Kane no creía en las coincidencias.

Miró su ordenador portátil, en cuya pantalla había una imagen de un mapa de Chinook y alrededores. Faltaba algo. Maximizó otra ventana y comprobó la lista que había confeccionado con los principales protagonistas del misterio: Holland, Taggert, Songbird, Riley, y se preguntó acerca de la conexión entre ellos.

Existían rumores generalizados acerca de que ambos, Neal Taggert y Dutch Holland, no eran monógamos. Diablos, su propia madre había sucumbido a los encantos del viejo Benedict. Kane contrajo la mandíbula mientras consideraba su propio papel en aquel drama, más parecido a una telenovela, teniendo en cuenta el accidente de su padre, la traición de su madre y el encaprichamiento de Kane hacia Claire Holland. Era como si todo el mundo en Chinook estuviese liado con todo el mundo.

Había habladurías sobre hijos ilegítimos de Neal Taggert. El viejo había estado relacionado amorosamente con varias mujeres de la localidad.

Años atrás, las pruebas de ADN no estaban disponibles, al menos no eran tan conocidas. Sin embargo, ahora eran posibles. La paternidad se podía probar. Donde antes sólo había rumores o pruebas sanguíneas que pudiesen demostrar la posibilidad de la paternidad de un hombre, ahora se podía tener la certeza. Kane lo había comprobado. Las pruebas sanguíneas realizadas hacía años concluyeron que Hunter Riley podía haber sido hijo de Neal Taggert. En cambio, Jack Songbird no, a pesar de los rumores que se habían extendido por paseos, bares, iglesias y cafeterías de Chinook.

Kane había intentado hablar con Neal Taggert en numerosas ocasiones, pero el viejo se había negado a verle. Aquella noche, la noche en que su rival iba a anunciar su candidatura a gobernador, parecía ser un buen momento para que Neal Taggert confesara.

¿Cómo es ese dicho, «Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma»? Algo así. En fin, definitivamente la montaña iría a Mahoma.

Dejando sus notas sobre la mesa, Kane cogió las llaves y salió de la vieja y estropeada cabaña donde había crecido.

En el exterior, la niebla era densa y húmeda, la cual le envolvió el cuello y le alisó el pelo. Sin embargo, Kane no prestó atención a la bruma. Se colocó tras el volante, introdujo la llave en el contacto y puso el vehículo en marcha. Aquella noche, cayese quien cayese, averiguaría la verdad.

Las luces de los faros cortaban la noche, dos rayos que penetraban en la densa niebla. Un coche, una especie de todoterreno, se detuvo en el paseo circular. Cuando Paige ojeó entre la persiana, tuvo un mal presentimiento. Nadie iba a visitarles, a ella o a su padre, por la noche. No, no podía ser nada bueno. Se mojó los labios, nerviosa, mientras observaba a un hombre moverse en el asiento del conductor. Cuando se abrió la puerta del vehículo, se encendió la luz interior. El corazón de Paige se encogió al reconocer a Kane Moran. Las facciones de Kane estaban borrosas en la oscuridad, pero aun así pudo reconocerle. Maldita sea, aquel tipo era como un grano en el culo, como un chicle pegado en la suela del zapato en un día de calor.

Paige no esperó a que llamara al timbre. Le abrió la puerta cuando Kane iba por el segundo escalón del porche que rodeaba la casa. Una casa situada en las montañas, la misma en la que Paige llevaba viviendo toda la vida.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó, avanzando hacia el porche para que su padre no pudiera oír la conversación.

– Tengo que ver a tu padre.

– Está descansando -contestó rápidamente-. Está inválido. Se acuesta pronto.

– Me ha estado evitando.

– ¿Y le culpas? -Por Dios, el tipo no se daba por aludido y Paige estaba empezando a ponerse nerviosa. Miró de reojo las ventanas del estudio, donde su padre estaba viendo la televisión-. Estás removiendo demasiado dolor para él. Pensaba que tendrías la decencia de dejar las cosas tal y como están.

– Yo sólo quiero la verdad.

– Y sacar provecho de ello -dijo, levantando una ceja con desdén-. No intentes elevar todo esto a nada más que lo que es: una persona haciendo dinero a costa de la tragedia de otra.

– ¿Es eso lo que crees que estoy haciendo?

Elevó un extremo de la boca formando una atractiva sonrisa, la misma que Paige recordaba de su juventud, antes de perder diez kilos, antes de llevar la ortodoncia, antes de aprender a teñirse el pelo y cortárselo con un estilo favorecedor, antes de descubrir la magia del maquillaje. Se trataba de la misma sonrisa de complicidad que los amigos de Weston le dedicaban mientras se mofaban de ella despiadadamente.

– Sé lo que estás haciendo.

– ¿De qué tienes miedo?

– ¿Yo? -preguntó mientras empezaba a sudar nerviosamente-. De nada.

– Entonces déjame ver a Neal. Déjame escuchar lo que tiene que decir.

– No, ahora no, le molestarás.

– ¿Preferiría una citación judicial? -preguntó Kane. La sonrisa desapareció de su rostro. El brillo de sus ojos reflejaba determinación-. Porque ése será mi próximo paso. Creo que tengo suficientes pruebas para demostrar que tu hermano fue asesinado y que el asesino fue alguien a quien conocíais. Pensé que tu padre y tú querríais conocer esa información. Estoy seguro de que la policía querrá. No hay ningún artículo de prescripción en casos de asesinato, ya sabes, y como recordarás, murieron tres hombres aquel verano. Tres hombres jóvenes. Harley sólo fue uno de ellos. Creo que todos están conectados, y el hilo que los une es que los tres trabajaban para tu querido padre. Ahora bien, o hablo con él aquí y ahora o le mostraré al distrito del fiscal lo que he descubierto y Neal tendrá que hablar con un detective de homicidios.

– Ya lo ha hecho, docenas de veces. -La voz de Paige sonaba convincente, pero las palmas de sus manos estaban húmedas, e hizo todo lo posible por no secárselas en el pantalón.

– Bueno, eso sólo fue un precalentamiento para lo que está por llegar -dijo Kane.

Por el rabillo del ojo, Paige vio moverse la persiana del estudio, unos dedos entre las láminas, unos ojos de anciano tras el cristal observando.

– Vete a casa y déjanos en paz.

– No puedo.

Tap. Tap. Tap. Paige y Moran se volvieron hacia la ventana. Neal abrió la persiana e hizo un gesto para que entraran. Paige quiso que la tierra se la tragara. Sacudió la cabeza, pero Neal frunció el ceño y empezó a gesticular bruscamente.