– Por aquí, en este sendero viejo. ¿Dónde estamos?
– ¿No lo sabes? Aquí es donde empezó, Claire. Éste fue el primer campo de leñadores que compró tu padre. Es el lugar apropiado, ya que retrocede a los tiempos de Stone Illahee, justo el lugar donde tu padre va anunciar su candidatura a gobernador. Dios. Vamos, nos están esperando.
– ¿Quién?
– Para empezar, tu hijo y tu hermana. Les he reunido. Bueno, yo no. Yo tengo una coartada para el momento en que han desaparecido.
Claire se derrumbó al ver la puerta vieja y oxidada por la que el vehículo cruzó en dirección a la colina. Seguramente la policía le seguiría el rastro… ¿o no? Incluso aunque así fuese, cuando lo hiciesen sería demasiado tarde, pues Claire estaba segura de que Weston tenía el propósito de asesinarles a todos.
A menos que ella le detuviese.
– ¿Lo has oído? -preguntó Petrillo deteniendo la grabación.
Miranda apretaba el auricular, muerta de miedo.
– Sí -consiguió decir, aterrorizada. Había oído la llamada que Claire había hecho a la policía. Había escuchado, con horror, la conversación entre Claire y Weston Taggert. El cabrón que le había violado, había matado a Harley y había dejado que Tessa cargara con la culpa. Había matado a Jack y a Hunter. El corazón se le contrajo por el temor-. Tienes que ayudarles -susurró, para que Samantha no pudiese oírla.
– Trabajamos en ello. Creemos, por la pistas que nos ha proporcionado tu hermana, que se encuentran en el campo veinticuatro, un risco escarpado situado al sur de Stone Illahee. Ese lugar lleva abandonado cincuenta años. Ya he mandado a algunos hombres.
– Espero que no sea demasiado tarde.
– Yo también -dijo Petrillo preocupado-. Alguien debería decírselo a tu padre.
Miranda miró el reloj. Casi las nueve. Su padre debía de estar a punto de anunciar la noticia en la sala de baile de Stone Illahee. A Miranda se le contrajo el estómago.
– Ya me encargaré de eso. Tú sólo consíguelo, Petrillo. Coge a ese hijo de puta y asegúrate de que mis hermanas y mi sobrino estén a salvo.
– Hacemos todo lo posible -dijo antes de colgar.
Miranda se volvió y vio a Samantha en la entrada.
– Estás hablando de mamá, ¿verdad?
– La policía cree que la ha encontrado.
– ¿Está bien?
– Eso creemos. Lo sabremos pronto. El mejor detective del mundo está trabajando en ello. Ahora, sube, lávate la cara y date prisa. Tenemos que ir a la fiesta y explicarle al abuelo lo que está pasando.
Samantha subió las escaleras como una bala. Rápidamente, Miranda marcó el número del teléfono móvil de Kane Moran. Estaba enamorado de Claire. Sean era su hijo. Merecía saber qué estaba pasando.
Kane colgó el teléfono y comprobó la hora. Se encontraba a sólo cinco minutos del desvío que llevaba al viejo camino de leñadores. Había estado en la oficina de Weston y el vigilante de seguridad se había empeñado en que aún se encontraba allí, puesto que su coche continuaba aparcado en su plaza. Sin embargo, Kane había insistido para que le llamara y, al no poder contactar, habían ido a su oficina. Weston no se encontraba en el edificio y, tras hablar con un vigilante de un aparcamiento cercano, descubrieron que faltaba una furgoneta color azul oscuro. La misma furgoneta que había visto Samantha. La misma furgoneta a la que había subido Claire. Kane no se atrevía a pensar en ello y en lo que podría ocurrirle a manos de Weston.
Era demasiado doloroso. Pero si aquel cerdo se atrevía a tocarla, Kane le mataría.
Un momento.
«¿Y de qué le servirías a Claire entonces? ¿De qué le servirías a tu hijo?»
Apretó los dientes e intentó mirar a través de la noche. No quería plantearse las consecuencias. Ahora tenía que encontrarles. Oyó sirenas que cortaban el silencio de la noche, pero fue incapaz de ver luces en la niebla. Casi se pasó el desvío de largo. Hundió el coche por el camino de gravilla y polvo. Las malas hierbas y los baches le dieron la bienvenida. Encontró una verja oxidada abierta. Cambió de marcha y pisó el acelerador. No sabía la longitud de aquel camino, no alcanzaba a ver la cima del risco, donde el estrecho camino serpenteaba rodeando la montaña.
No llevaba arma. Ni pistola. Ni siquiera un cuchillo. Pero había aprendido a pelear cuerpo a cuerpo el tiempo que había estado en el ejército. Sabía lo que significaba matar a un hombre.
Y si Weston Taggert había herido a alguno de ellos, se las pagaría. El motor rugía montaña arriba, anunciando su llegada. Los neumáticos giraban y se adherían al suelo en la pronunciada pendiente. Tuvo que accionar la tracción en las cuatro ruedas para evitar resbalar colina abajo, envuelto en la nebulosa de la nada.
– Vamos, vamos -dijo con la esperanza de ver aparecer la furgoneta en la oscuridad. De enfrentarse a Taggert. De, por Dios, salvar a Claire. Tenían asuntos pendientes, ambos, y ahora eran cuatro. Decididamente, Sean y Samantha formaban parte del asunto. Y así debía ser.
¿Dónde demonios estaban? Dios, llevaba ascendiendo diez minutos sin parar, y seguía sin haber ni rastro… De repente, Kane llegó a un claro. Dos vehículos con luces tenues estaban aparcados entre unos edificios ruinosos con porches caídos y ventanas rotas. Entre la camioneta oscura y una furgoneta mugrienta gris, iluminado por los rayos, se apiñaba un grupo de personas, rodeado por una niebla semejante a humo. El corazón de Kane empezó a latir vertiginosamente cuando distinguió a Claire y a Tessa, vivas e inmóviles. Weston se encontraba a su lado, amenazándolas con un rifle. Al otro lado del claro había un segundo hombre que Kane reconoció como Denver Styles. Faltaba Sean.
Con el corazón en un puño, Kane salió lentamente del coche. La mortífera mirada de Weston se centró en él, pero continuó apuntando con el rifle a las mujeres.
– Mira quién ha venido. La puñetera caballería. Arriba las manos, Moran.
Kane hizo lo que le pidió. Sólo tenía que acercarse a Weston lo suficiente para saltar sobre él. El rifle, cuando dejara de apuntar a Claire, ya no sería un problema. Kane había aprendido, hacía años, cómo desarmar a un hombre.
La niebla, densa debido a la bruma del mar, ayudaría a camuflar sus movimientos.
– ¿Qué está haciendo él aquí? -preguntó Styles, lanzando una mirada irritada a Kane.
– Intenta hacerse el héroe.
– Todo ha acabado -interrumpió Kane-. La policía está al corriente.
– Por supuesto -se burló Weston, aunque parecía algo nervioso.
La cosa no iba bien. Lo último que Kane quería era que Weston presionara el gatillo a causa de los nervios.
– Nuestro plan sigue adelante. -Weston no pensaba dejar que le disuadieran. Inclinó la barbilla hacia Kane. Desde los árboles próximos, un buho ululó en su soledad-. Simplemente nos aseguraremos de que Moran también sea víctima del accidente. Tan pronto como encontremos al chico.
– Te he dicho que el niño no importa -dijo Styles-. No es pariente tuyo. Es bijo de Moran, no de Harley.
– ¿Estás seguro de eso?
– Yo mismo vi los resultados de la prueba de ADN.
¿Cómo? se preguntó Kane. ¿Qué pintaba aquel tipo? ¿Era un matón? ¿Un asesino a sueldo? Styles complicaba las cosas. Kane sabía que podía con Taggert, pero Styles era otro tema. Los dos hombres a los que tenía que reducir se encontraban lejos el uno del otro. Afortunadamente, Styles no empuñaba ningún arma. Pero eso no quería decir que no llevase un arma escondida bajo la chaqueta.
– Pero el chico puede delatarte. Te ha visto la cara.
– Yo voy a desaparecer -dijo Styles-. A esconderme de la policía. Si piensan que el accidente fue planeado, me culparán, ya que es tu camioneta la que se va a despeñar por el acantilado. Nadie podrá saber nunca que tú estas detrás de todo. Así que dame el dinero y yo haré el resto. Puedes largarte, consigue una coartada.
Así que aquel tipo era un asesino a sueldo. Bueno, Styles tendría que acercarse a Taggert para que éste le entregase el dinero. Cuando lo hiciera, Kane actuaría. De ninguna manera iba a permitir que Claire se montara al coche con cualquiera de aquellos dos cabrones. Los músculos se le contrajeron. Estaba de puntillas, listo para abalanzarse.