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– Estás loco -afirmó Miranda-. La oficina del sheriff concluyó que Harley Taggert sufrió un accidente en su velero, nada de crímenes ni de suicidios.

– Claro que concluyeron eso -dijo Dutch, que tenía la cara con manchas rojas por el enfado-. ¿No te has preguntado nunca por qué?

A Claire se le revolvieron las tripas. No quería oír aquello. Ahora no. Ni nunca. Harley ya no estaba. Nada podía traerle de vuelta.

– ¿Suicidio? Nadie podría haberse tragado eso. -Dutch resopló por la absurdez-. El chico no dejó ninguna nota, ni sufría depresiones. Así que tienes razón, la idea del suicidio no encaja -apretó los labios.

– Espera un momento. ¿Estás insinuando que…? ¿Que…? -Miranda tenía los ojos completamente abiertos y se volvió a sentar lentamente-. ¿Que fue un crimen, y que nosotras… -extendió los brazos en un gesto señalándose a ella y a sus hermanas- que nosotras tuvimos algo que ver?

Dutch se cruzó de brazos y se sirvió otra bebida.

– La razón por la que la muerte de Taggert se consideró un accidente fue porque yo soborné a la oficina del sheriff para que no investigaran sobre un posible homicidio.

– ¿Qué? -se apresuró a decir Claire.

– No hables así -dijo Miranda.

– ¿Preocupadas?

– ¡Sí, claro! -dijo Miranda encolerizada. Caminó hacia la ventana y apoyó los labios en el alféizar-. Acusaciones como ésa pueden acabar con la reputación del sheriff local.

– ¿Te preocupa que el sheriff McBain pierda su trabajo? Venga ya, si se jubiló y cobra pensión completa desde hace tres años.

– Es más personal que eso, papá, y lo sabes. Una historia así, relacionando mi nombre con… ¿qué? ¿Un asesinato? ¿Es eso lo que estás diciendo? Podría poner mi carrera en peligro.

Dutch dejó caer un cubito de hielo en su vaso y agitó la bebida.

– Probablemente.

– ¿Y qué hay de ti? Si quieres presentarte a las elecciones, esto podría acabar con tu imagen. Si alguien se entera de que intentaste archivar el caso Taggert…

– Lo negaría. -Los ojos de Dutch echaban llamaradas-. En cuanto a tu preciada carrera, ya está en peligro. Oí algo de una chapuza en el caso de un famoso violador.

Algo se revolvió en el interior de Miranda. Los hombros se le encorvaron. Su padre tenía razón, al menos en parte. Bruno Larkin debía de estar entre rejas en lugar de caminando libremente por la calle. Todo fue debido a un testimonio que no pudo conseguir. La mujer a la que Larkin había violado, Ellen Farmer, se había suicidado después del segundo día de juicio. Era una mujer tímida de treinta años, todavía vivía con sus padres, nunca tenía citas, asistía regularmente a la iglesia, y creía que el sexo fuera del matrimonio era pecado. Sin el testimonio de Ellen, el caso estaba perdido. Una buena mujer había muerto y Bruno quedaba libre.

– Me has convencido.

Dutch miró a sus otras hijas.

– De acuerdo, ahora que todos nos entendemos, vayamos al grano. ¿Cuál de vosotras tuvo algo que ver con la muerte del chico de los Taggert?

– ¡Por el amor de Dios! -Tessa se colocó la tira del bolso por encima del hombro-. Como os he dicho, yo me voy.

Justo en ese momento, sonó el motor de un coche retumbar como un trueno en mitad de la noche.

Claire, pálida, parecía estar a punto de desfallecer. Echó una mirada furtiva en dirección a Miranda y se pasó la palma de las manos por los vaqueros.

– Es Denver Styles -dijo Miranda, todavía agitada-. ¿Ya ha estado indagando? ¿Se ha pasado por mi oficina haciendo preguntas?

Dutch se encogió de hombros.

– No lo sé.

– No me gusta que tú ni nadie fisgonee en mi vida privada -continuó Miranda, sintiendo pinchazos tan fuertes en el estómago que apenas podía respirar-. Hubo un tiempo en el que podías decirnos qué hacer, qué ver y adónde ir, pero aquello se acabó, papá.

Un golpe seco y fuerte la interrumpió, y volvió la vista hacia el lugar de donde provenía aquel ruido.

– La puerta está abierta -gritó Dutch.

Miranda sintió presión en el pecho a medida que se acercaban los pasos a través de la entrada. Entonces apareció un hombre alto, de piernas fuertes, espalda ancha, vestido con vaqueros y una actitud engreída en su forma de caminar. Tenía barba incipiente oscura y los huesos de las mejillas hacia fuera, algo que recordaba a los antepasados de los nativos americanos. Tenía ojos de lince, hundidos. Probablemente había examinado a las tres mujeres de un solo vistazo, las había evaluado y clasificado.

– ¡Denver! -Dutch se puso en pie, extendiéndole la mano.

Al estrechar la mano de Dutch, se podía percibir el rastro de una sonrisa en los labios de Styles, pero sus ojos no reflejaban simpatía.

– Me alegro de que estés aquí. Me gustaría que conocieras a mis hijas. -Se dirigió hacia las hermanas-. Miranda, Claire, Tessa, este es el hombre del que os he hablado. Va a haceros algunas preguntas y vosotras, chicas, vais a decirle toda la verdad.

Capítulo 4

Miranda se quedó mirando a aquel hombre. Había visto a muchos de sus colegas a lo largo de los años que llevaba en el departamento, y podía oler a un estafador en segundos. Aquel tipo, de formas rudas y absoluta tranquilidad, no olía como los demás, pero había algo en él que apestaba a mentira y algo incluso más inquietante. Tenía algo que le resultaba familiar, como si le hubiera visto antes, pero no podía ubicar su cara, y la sensación desapareció como la niebla matinal cuando la rozó el calor del sol.

– Creo que papá le ha traído aquí con un falso pretexto -dijo Miranda, cruzada de piernas y tocándose la rodilla con las manos-. La historia es que…

Los ojos de él recorrieron sus pantorrillas, pero su expresión no cambió un ápice. Permanecía impertérrito.

– No me interesa la historia, señorita Holland -lucía una sonrisa fría y paciente, apoyado en el marco de madera oscura que rodeaba la chimenea-. Sólo quiero la verdad.

Miranda respondió a su actitud airada de la misma manera.

– Estoy segura de que ya ha leído los informes policiales y los artículos de periódicos sobre el tema, si no papá no le hubiese contratado.

Styles levantó levemente sus negras cejas.

Un miedo oscuro y paralizador se alojó profundamente en la parte baja del estómago de Miranda, mientras repetía la historia que tantas veces había contado una y otra vez a los ayudantes del departamento del sheriff, a los molestos periodistas, a su familia y amigos. Estaba grabada en su memoria, incluso aunque se tratase de una mentira. Miró a sus hermanas. Tessa, rubia y agresiva, fumaba insolentemente otro cigarrillo, mientras la expresión de Claire era difícil de adivinar, tenía el rostro pálido.

– Nosotras tres -señaló a sus hermanas- nos encontrábamos de camino a casa desde el autocine que está situado al otro lado de Chinook. Habíamos ido juntas a ver la trilogía de antiguas películas de Clint Eastwood. Era tarde, más de medianoche. Las películas no empezaban hasta la puesta de sol, que fue hacia poco después de las nueve, creo. Nos fuimos antes de que acabase la última. Yo conducía y estaba agotada y… supongo que me quedé dormida al volante, no recuerdo haber patinado, pero lo siguiente que recuerdo era que el coche estaba en el lago. -Miró fijamente a los incrédulos ojos de Styles. No se estaba tragando aquella historia, ni por un segundo. Sin embargo, Miranda siguió narrando, introduciéndose cada vez más en las sucias medio mentiras o medio verdades-. El impacto me despertó y Tessa y Claire estaban gritando por salir a la superficie. El agua estaba llenando el interior del coche y todas tuvimos que nadar en la más profunda oscuridad. Fue… -Se estremeció y su voz se convirtió en un susurro-. Tuvimos suerte, supongo. El coche cayó a dos metros de profundidad, así que pudimos ayudarnos entre nosotras y nadar hasta la orilla.