Chasqueó la lengua y dirigió a Marty al borde del acantilado para contemplar Stone Illahee, el complejo turístico que su padre había levantado junto a la playa. Estiró el cuello y miró hacia abajo por el empinado acantilado, hacia el océano, bajo las dentadas rocas. Olas atronadoras se abalanzaban contra la orilla. Se rompían salvajemente y dejaban una espuma congelada y blanca en el ambiente.
Claire suspiró. Sus preocupaciones desaparecieron. Las cosas funcionarían con Harley. Tenían que funcionar.
Una tos seca rompió la tranquilidad.
Se le pusieron los pelos de punta, y con el corazón latiéndole deprisa se volvió sobre el lomo moteado de Marty. Estaba en una propiedad privada, de su padre, y nadie que valorara su vida se atrevería a traspasarla. Entre latido y latido pensó en la advertencia de Ruby.
Frenéticamente, buscó por el bosque, hasta que, a través de unos cuantos árboles, vio al chico de los Moran, un salvaje delincuente juvenil que estaba haciendo novillos. El chico trabajaba como recadero en un periódico local propiedad de un familiar suyo, y siempre era sospechoso de cualquier crimen que se cometiese cerca de la pequeña ciudad de Chinook. Tenía el pelo demasiado largo, sin cepillar, necesitaba afeitarse la perilla. Tenía los vaqueros llenos de polvo y casi blancos de tantos lavados. Estaba agachado, cerca de los restos de una fogata apagada, con un palo en la mano con el que esparcía las brasas y cenizas negras. Sus ojos, del mismo color que el brandy que su padre tomaba cada noche después de cenar, no dejaban de mirarle. A pesar de su mala reputación, Kane Moran la intrigaba un poco, le causaba curiosidad, y sabía, con las pocas veces que se habían visto, que él la consideraba a ella igual de interesante, o incluso más, ya que cuando se encontraban Kane la miraba de arriba abajo. Era el tipo de chico al que se debía evitar, de esos que sólo causan un profundo daño emocional a las chicas.
– No sabía que estabas aquí -le dijo ella, acercándose con el caballo.
– Nadie lo sabe.
– Ya sabes que es propiedad de mi padre.
Kane levantó una ceja dorada.
– ¿Y? No hay ningún cartel que diga que no se puede pasar.
Sonrió picaramente. Se balanceó y la miró.
– Ah vale, ya lo entiendo. Eres parte del departamento de policía de Stone Illahee. Es tu trabajo estar por aquí. -Hizo un gesto con su palo quemado y dijo-: y echar a la gente.
– No, pero…
– ¿Sólo a mi?
– No te estoy echando.
Sopló enojado.
– Igualmente no me iba a ir, princesa.
Aquella palabra cariñosa, si se podía llamar así, la irritó.
– Me llamo Claire.
– Ya lo sé. Todo el mundo en Chinook lo sabe.
– ¿Qué estás haciendo aquí?
– Escaparme de todo -dijo, los ojos le chispeaban un poco-. No podía permitirme pagar el alojamiento en el complejo de tu padre, así que pensé que pasaría aquí algún tiempo.
– ¿De verdad crees que me voy a tragar eso?
– Bah -sacudió la cabeza, se puso en pie y Claire pudo ver lo alto y corpulento que era-. En realidad no me importa lo que pienses.
Claire miró su campamento: un viejo saco de dormir, una cámara cara, una mochila y una botella vacía de güisqui agrio. Al lado, brillando tras unos arbustos, había una motocicleta de color negro cromado que utilizaba para correr por la autopista o para ir por la ciudad. Pero había algo extraño, o que llamaba la atención a Claire: había pasado la noche allí fuera, solo, cerca del fuego, mirando las estrellas y escuchando el eterno rugido del océano. Era algo que Claire no esperaba de aquel pequeño delincuente.
– Bueno, te toca a ti -dijo Kane, acercándose a Marty y tocándole el morro suavemente-. ¿De qué estás huyendo?
– Yo no estoy huyendo.
Sus ojos delataban que estaba mintiendo.
– Lo que tú digas.
– Sólo quería salir de casa.
– ¿Tu viejo te da problemas? -se puso tenso, con los extremos del labio hacia abajo.
– ¿Qué? No. No, todo va bien… A veces necesito salir de esas cuatro paredes.
– ¿Y dónde está Taggert?
– ¿Qué? -la pregunta le sorprendió. Aunque ella y Taggert habían estado saliendo durante un par de meses, no era algo que la gente supiera o que fuera el problema de nadie, especialmente de alguien al que realmente ni conocía.
– Tu novio, princesa. ¿Te acuerdas? ¿Dónde está?
Introdujo una mano en el bolsillo de la camisa y encontró un paquete de cigarrillos. Sacó un par, le ofreció uno a Claire, y cuando ella lo rechazó sacudiendo la cabeza, un lado del labio se le movió, como si aquello le hiciera gracia. Encendió el mechero con un clic, y dio una profunda calada al cigarrillo.
– ¿Y a ti qué te importa?
– A mí nada -dijo él tras una nube de humo-. Sólo intento tener una conversación agradable.
Se estaba burlando de ella, Claire lo sabía, pero no podía evitar picar, como pica un salmón el cebo de un pescador.
– Una conversación desagradable.
Se encogió de hombros.
– Lo que sea.
– Mira, no me gusta hablar de mi vida privada con extraños.
– No soy un extraño, Claire. Llevo viviendo toda mi vida al otro lado del lago.
– Ya sabes a lo que me refiero.
– Claro, cariño -dio otra calada al cigarrillo y expulsó el humo por un costado de la boca-. Claro.
No añadió nada más, sólo golpeó suavemente el lomo de Marty, cerca de las patas delanteras y se volvió. Sin decir una palabra, recogió sus cosas, se colgó la tira de su cámara alrededor del cuello, enrolló el resto de pertenencias con el saco de dormir y lo enganchó con cuerdas elásticas en la parte trasera de su motocicleta.
– ¿Quieres dar un paseo? -le preguntó.
Claire sacudió de nuevo la cabeza.
– Ya he dado uno -contestó señalando a Marty.
Para su sorpresa, Kane cogió la cámara, tomó varias fotografías de ella montada a caballo, luego volvió a meter la cámara de treinta y cinco milímetros en su funda, arrojó la colilla en las frías brasas del fuego y encendió el motor de su gran moto. Marty se encabritó al oírlo, pero Claire se agarró con fuerza. A continuación Kane Moran se marchó, desapareciendo tras una columna de humo azul producida por el tubo de escape de la moto y que le persiguió en su carrera a través del camino empedrado.
Claire se quedó allí con una débil sensación de desilusión y desprecio. No llegaba a comprender aquella sensación, pero definitivamente tenía que ver con Kane Moran.
– ¡Por el amor de Dios, hijo mío, mantente alejado de Claire Holland!
Neal Taggert arrojó disgustado una carpeta sobre la esquina de su escritorio. Los papeles volaron, desparramándose como una bandada de pájaros asustados y cayeron desordenados sobre la elegante carpeta. Neal no pareció percatarse. O quizá simplemente no le importó.
Harley quería escarparse y desaparecer. Las rabietas de su padre siempre le habían dado pánico, pero se mantuvo firme, frente al refinado escritorio color caoba. Dejó que su padre despotricara. Esta vez no iba a dar marcha atrás.
– Estoy enamorado de ella.
– Por Dios Santo. ¿Enamorado? -Neal soltó una serie de palabrotas que casi hicieron estallar los oídos de Harley-. Eso no es amor, y, déjame que te diga -de pie, señaló con su carnoso dedo la nariz de Harley y le lanzó una mirada de odio- la noción de amor está sobrevalorada.
– No voy a dejar de verla.
– ¡Claro que lo harás! -Se apartó de la mesa más rápido de lo que Harley esperaba, Neal era sorprendentemente ágil-. Escúchame, chaval. Perderás el interés por esa chica rápidamente -chasqueó los dedos-. O te desheredaré, ¿me has oído?
Durante unos instantes el corazón de Harley permaneció tranquilo, pero justo después se imaginó su vida, y la de Claire, delante de sus ojos. No tendría dinero, ni lujos, vivirían en un bloque de apartamentos sobre un garaje o sobre un restaurante italiano, donde el ruido de la clientela y de las cazuelas en la cocina traspasarían los muros, junto al hedora ajo y a otras salsas picantes. Tendría que renunciar a su Jaguar. Cerró los puños y apretó los dientes.