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– Esto es por Claire Holland -comentó ella entre sollozos, como si una nube borrosa bloqueara el sol que cubría la tierra.

– Lo que sucedió entre nosotros no tuvo nada que ver con Claire.

– ¡Mentira! -Se frotó los ojos con la yema de los dedos, manchándoselos con la máscara de pestañas, y levantó un poco la cabeza-. Si tengo que luchar por ti, lo haré.

– Esto no es una batalla.

– Para ti quizás no, pero para mí sí.

– ¿Kendall?

La voz de Paige resonó por el cañón, y, echando un vistazo hacia arriba, Harley pudo ver a su hermana sentada junto a la ventana abierta. Tenía el pelo castaño recogido en una coleta baja, y sus ojos miraban a su hermano como acusándole de algún crimen. Probablemente había escuchado toda la discusión, había presenciado toda aquella escena. ¡Genial! Justo lo que necesitaba. Más presión, esta vez por parte de su hermana pequeña.

– Subo… subo en un minuto -dijo Kendall, luciendo una sonrisa aunque tenía los ojos enrojecidos, el rostro triste y los hombros hundidos.

Cuando Paige se metió en la habitación, Kendall susurró:

– Esa niña debería meter la nariz en sus propios asuntos.

Por una vez Harley estuvo de acuerdo con ella, y se preguntó cuántas personas más habrían presenciado su intercambio de palabras. Aquella casa de tres pisos estaba llena de ventanas con vistas al barranco, completamente abiertas para que la casa se ventilara. Creyó ver otra imagen escondida tras el cristal, junto al reflejo del sol, pero luego pensó que quizá se equivocaba.

– Sólo dame otra oportunidad -rogó Kendall, cogiéndole la mano y atrayéndole hacia las escaleras situadas al lado norte del porche, allá donde florecía una clemátide al sol, una flor de color lila.

Harley miró de reojo, descendió siguiendo a Kendall, y se dijo que aquello era peligroso. Ella le llevaba por el sendero que cruzaba el bosque, siguiendo el curso del río, y no estaba dispuesta a parar hasta que llegasen al lugar donde se habían detenido una docena de veces antes. Se trataba de una cañada sombreada donde la luz del sol se colaba entre los árboles, y la brisa mecía la hierba alta y brillante por el reflejo del sol.

– Creo que deberías irte, Kendall -le dijo, pero el corazón se le aceleró, y cuando ella le puso los brazos alrededor del cuello para besarle, el instinto masculino superó a la razón-. No -susurró él, sin mucha convicción mientras Kendall le metía los dedos por debajo del suéter-. No, Kendall…

La agarro de los hombros mientras ella le abría el cinturón y le bajaba la cremallera con sus hábiles dedos. A continuación, deslizó su cuerpo hasta arrodillarse frente a él, y entonces Harley estuvo perdido. Con los dedos tocaba el pelo de Kendall, mientras la mente le gritaba que seguramente aquello seria su condena.

Capítulo 7

Paige abrió la ventana un poco y se mordió el labio inferior hasta el punto en que llegó a dolerle. Harley y Kendall llevaban fuera media hora y empezaba a preocuparse. La buena noticia era que Kendall debía de haber convencido a Harley de que ella era la única chica para él. La mala que Paige no la miraría igual cuando volvieran.

Suspirando, Paige garabateó en una libreta apoyada en su regazo. Tenía el ceño fruncido. Vio una avispa al otro lado de la ventana, zumbando con fuerza. El insecto chocó contra el cristal, en vanos intentos fallidos por entrar.

Paige escribió el nombre de Kendall una y otra vez, practicando una firma que nunca podría ser suya y deseó, en silencio, parecerse mas a ella. Kendall, tan delgada que parecía frágil, tenía elegancia, belleza natural, y sabía cómo coquetear. Atraía la mirada de los chicos sin proponérselo.

Entonces ¿por qué estaba Kendall tan colgada de Harley? Si era un debilucho. ¿Y qué veía su hermano en Claire Holland? Si prefería dar paseos a caballo que comprar ropa de diseño. Kendall Forsythe tenía la misma figura que un reloj de arena, un pelo liso por el que morirías y un rostro como el que sale en las revistas para adolescente. Vivía en Portland, iba a una escuela privada con otros niños ricos, y conducía su propio coche, un Triumph. Había sido animadora y en la actualidad trabajaba como modelo.

Suspirando, Paige cruzó la habitación, y abrió su álbum de recortes por la sección dedicada a Kendall. Allí, fotografiada en blanco y negro, estaba su ídolo, en sujetador y combinación de encaje a mitad de precio, ya que lo compró en rebajas. Paige cerró los ojos y deseó por un minuto ser Kendall Forsythe, aunque sabía que aquello nunca sucedería. Todas las dietas, aparatos de dientes y operaciones de nariz nunca le otorgarían ni una parte de la elegancia y sofisticación que tenía Kendall.

En una ocasión había visto a Kendall desnuda, cuando se disponía a ponerse un traje de baño. Paige entró en el baño justo cuando Kendall se estaba poniendo el bañador. Tenía la piel completamente blanca por encima y debajo de las marcas del bronceado, el ombligo diminuto y perfecto, la cintura tan delgada que era imposible que contuviera todos los órganos (hígado, bazo, ríñones y todo lo que el Sr. Minke había intentado ensañarles en biología), pero lo que más le sorprendió del increíble cuerpo de Kendall fueron sus pechos. Colocados por encima de las costillas, las cuales se le marcaban un poco, había dos globos blancos moviéndose libremente. En medio tenían dos grandes pezones en forma de discos, los cuales enseguida quedaron ocultos tras el bañador rojo y blanco de Lycra.

Paige enrojeció y se disculpó al verla, pero Kendall simplemente se rió y le quitó importancia a su vergüenza, como si estuviera acostumbrada a que la gente la viera desnuda. Incluso ahora, las mejillas de Paige se ponían coloradas cuando pensaba en los pechos tan bellos que tenía Kendall.

Harley era tan tonto.

Los pechos de Paige eran deprimentes. Pequeños, con pezones diminutos y demasiado oscuros para la piel que tenía. Aquellos pechos, si es que se los podía llamar así, no era lo único malo que tenía su cuerpo. Por alguna razón, había salido perdiendo en la repartición de belleza que había tenido lugar en la familia. Había salido a la pesada de la tía Ida, que tenía la nariz aguileña y los ojos pequeños. Pero Paige era lista, probablemente más lista que Weston, porque Weston era un estúpido, y mucho más lista que Harley, algo que no era difícil de superar.

Weston, el hermano mayor de los Taggert, era casi un dios de la belleza. Tenía el pelo castaño y ondulado, los ojos tan azules como la vajilla china, una mandíbula que hasta Harrison Ford envidiaría, y un cuerpo escultural gracias a levantar pesas y a practicar boxeo. Harley era idiota, pero atractivo a su manera, o eso es lo que pensaba Paige de mala gana. Tenía el pelo liso y negro, unas pestañas oscuras y largas por las que Paige se moría, los ojos le brillaban y eran de color avellana tirando a verde. Tenía la piel clara, sin un solo grano, y a menudo la sombra de la barba le oscurecía el rostro.

Por la época en que Neal y Mikki Taggert tuvieron a su tercera hija, parecía que todos los genes buenos se hubiesen agotado en sus dos hijos anteriores. Mikki se había quejado a menudo que su último embarazo casi acaba con ella. Quizás el hecho de estar cansada, pues tenía que estar pendiente de dos niños muy activos, le había arrebatado a su hija la apariencia y la energía de que hacían gala los Taggert.

Paige ni siquiera se quería mirar en el espejo. Pensaba que sus padres no debían haberla tenido. Era vulgar y rechoncha y nada en ella encajaba. La ropa cara y el maquillaje le quedaban mal. Siempre que intentaba cualquier peinado nuevo en aquel cabello lacio y castaño, tenía como resultado un desastre humillante. Ojalá pudiera ser como Kendall…

Escuchó voces y de nuevo se asomó rápidamente a la ventana. Harley y Kendall estaban subiendo las escaleras del porche trasero. Ambos tenían los rostros colorados. Él parecía muy enfadado y Kendall había estado llorando, las lágrimas corrían por sus mejillas y no se desprendía del brazo de Harley, como si estuviera desesperada. Mierda, ¿era Harley tan tonto y ciego como una piedra? ¿Qué veía en Claire Holland que no fuese diez veces mejor en Kendall?