– Pero yo te quiero -decía Kendall mientras intentaba en vano evitar las lágrimas. Tenía el pelo revuelto, y la camiseta manchada de hierba.
Paige tragó saliva con dificultad y sintió un hormigueo por el cuerpo. Se dio cuenta de lo que allí sucedía. ¡Kendall y Harley lo habían hecho! Incluso aunque se suponía que Harley salía con Claire.
– Siempre te he querido.
– Basta ya -refunfuñó Harley.
– Pero tú también me quieres.
– ¡Cállate! -dijo Harley, y Kendall chilló-. Dios, lo siento, yo no quería… -Se detuvo, cerró los ojos, e inclinó la cabeza hacia atrás, como si se estirara de la tensión acumulada en la espina dorsal mientras buscaba las palabras correctas en su cabezota-. Se acabó, Kendall. Acéptalo.
– No puedo. No cuando sé que me quieres. -Sorbió y levantó la cabeza de aquella manera que tantas veces Paige había imitado delante del espejo.
– No te quiero.
– Entonces te aprovechaste de mí, ¿es eso?
– Tú me sedujiste.
– Y tú no podías parar -le recordó, con tono de triunfo en su voz que sólo desapareció al preguntarle-. ¿Y qué pasa si me has dejado embarazada?
¿Qué? A Paige se le puso la piel de gallina. ¿Embarazada? ¿Kendall? ¿Gorda y con las tetas caídas y grandes? ¡Puaj!
Harley se quedó blanco, asustado.
– Tú no serás… No podrías ser…
– No lo sabremos hasta dentro de unas semanas, ¿no?
Harley se apoyó en la baranda, clavando los dedos en la madera, y con los dientes apretados. Le entraron escalofríos.
– Entonces… entonces tendrías que librarte de él. Yo te ayudaría. Tengo dinero.
– Si estás hablando de abortar a nuestro bebé, nuestro, Harley, ya puedes ir olvidándolo. Nunca haría algo así.
– Pero yo no puedo… No podemos…
Con un suspiro de tristeza, Kendall sacudió la cabeza lentamente de un lado a otro, como si finalmente viese a Harley como el idiota sin agallas que en realidad era.
– Todo saldrá bien, cariño. Ya lo verás -le dijo, como si tuviera que consolarle, cuando era ella la que tendría que estar preocupada.
Por Dios, qué desastre. Kendall deslizó los brazos por la cintura de Harley y apoyó la cabeza contra su pecho. Él no se movió, sólo sollozaba.
Paige se apartó de la ventana y se sentó en el suelo, con la espalda apoyada en la cama y las piernas rechonchas colocadas delante.
– Kendall, por el amor de Dios, no podemos dejar que eso suceda. -La voz de Harley sonaba débil, como si estuviera asustado.
¡Qué cobarde! Kendall era demasiado buena para él. Paige extendió la mano hacia la mesita de noche para coger otra vez el lápiz y el papel, pero los dedos se encontraron con los alambres de sus aparatos para corregirle los dientes, que se negaban a estar rectos. Odiaba aquella ortodoncia, le hacía sentir como si fuera una alienígena del espacio exterior, y se negaba a llevarlo en clase. Dejó de mover la mano cuando oyó hablar a Kendall.
– Mira, Harley, no puedo ver a Paige así… Dile que he tenido que irme, que llegaba tarde a algún sitio o algo así.
– Díselo tú.
– No puedo verla ahora. Venga, Harley. Es lo menos que puedes hacer. No quiero herir sus sentimientos -le engatusó Kendall.
A Paige se le revolvieron las tripas por la desilusión. Sus dedos encontraron la libreta y el lápiz, y dejó aquellos utensilios de escritura en su regazo.
– ¿Por qué?
– Porque es una buena chica. Malcriada pero buena.
Paige se animó un poco. Kendall aún la quería.
– Es extraña.
La risa de Kendall parecía frágil.
– Todos los Taggert sois extraños. Por eso sois tan adorarabies.
El estómago de Paige se recuperó.
– Te quiero -dijo Kendall, mientras Paige apretaba el lápiz con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.
– No te quedes embarazada.
Las palabras de Harley todavía flotaban en el caluroso ambiente cuando los pasos de Kendall se alejaron. Paige se mordió el labio con aquellos dientes inclinados hacia fuera y comenzó a escribir, a practicar la firma de Kendall con su letra grande y redonda. En su mente vio a Kendall como una modelo famosa, desfilando elegantemente por una pasarela de moda, balanceando los brazos, y con sus ojos azules y sexys mientras las cámaras la fotografiaban para captar su sonrisa y el brillo de su vestido largo adornado con lentejuelas.
No puedo verla ahora. ¿Qué se suponía que quería decir?
Es extraña. Harley no sabía decir las cosas de otro modo.
Todos los Taggert sois extraños. Por eso sois tan adorables.
¿Es lo que pensaba Kendall? ¿Lo que todo el mundo pensaba? Echó una ojeada por la ventana y vio a Harley apoyado en la baranda del porche, con los hombros encorvados y mirando hacia abajo, hacia el cañón. Tenía la cara tan pálida que Paige pensó que iba a vomitar.
– La has vuelto a asustar, ¿no? -La fuerte voz de Weston llegó hasta la habitación de Paige.
– ¿Qué quieres decir? -Harley se volvió, haciendo una mueca de enfado.
– Kendall casi me atropella al salir -dijo Weston.
Era más alto que Harley y más guapo, según la mayoría de gente. Comenzó a andar por encima de la baranda. Un pequeño empujón y saldría despedido a más de diez metros de profundidad hasta caer al río. Parecía no darse cuenta, y sonreía con el gesto engreído de siempre.
– Seguro que haces lo que quieres con las mujeres, hermanito.
Harley no respondió, miró a Weston con el ceño fruncido, se tiraba del labio inferior absorto en sus pensamientos.
– Parece que no puedes decidirte entre Kendall y la chica de los Holland.
– Se llama Claire.
Weston torció un poco la sonrisa.
– Tengo que decirte que no sé qué es lo que ves en ella.
– Tú no podrías llegar a verlo nunca.
– Es bastante guapa, pero no tiene el culo o las tetas de sus hermanas. No merece la pena compararla con Kendall Forsythe. Pero Kendall, es interesante… -Se inclinó un poco hacia delante-. He oído que tiene el coño como miel caliente, húmedo, dulce y esponjoso.
Paige tragó saliva.
– No deja que cualquiera se le meta entre las piernas, así que considérate uno de los pocos elegidos.
– Cállate, Wes.
– Daría la mitad de lo que tengo por averiguar si es verdad. Pero no he venido para discutir sobre tu vida amorosa.
– Me alegro.
– Papá va a ir mañana por la mañana a la oficina del abogado y va a rehacer su testamento.
– ¿Ah, sí?
– No está contento de que te vayas a aliar con el enemigo, por así decirlo. Podrías salir perdiendo.
– Se puede ir al infierno.
Weston hizo un gesto de negación con la cabeza.
– No lo harás, ¿verdad? Podrías perder millones sólo por estar obsesionado con Claire Holland.
El músculo de la mandíbula se le movió, y la culpa pareció invadirle. De acuerdo. Merecía sentirse como una babosa.
– Sabes, entiendo tu fascinación por ser un rebelde y verte con la hija del enemigo de papá, pero deberías aprender a jugar tus cartas. Lo has hecho en un mal momento, lo digo en serio. Papá te lo va a hacer pagar.
– ¿Y a ti qué te importa?
– ¿A mí? -Weston bajó el labio inferior mientras pensaba. Se apartó un mechón de pelo de los ojos-. A mí en realidad lo que hagas me la trae floja.
– ¿Entonces por qué estás aquí?
– No me gusta que los Holland o cualquier otra persona engañen a nuestra familia.
– No me están engañando.
– Claire Holland te tiene tan cogido que estás a punto de caer en sus redes.