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– Sandeces.

– Sé listo, Harley. A nosotros no nos ayuda que te comportes como un enfermo de amor, como un perro en celo.

– ¿Y qué pasa contigo y Crystal?

¿Crystal Songbird? ¿La chica india que trabaja para los Holland? ¿Weston se estaba viendo con ella?

– Con Crystal no pasa nada.

– ¿Por qué no?

– Ella sabe que todo lo que quiero es un buen revolcón y está deseando dármelo.

– ¿Y qué consigue a cambio?

– ¿Además del mejor sexo que jamás haya experimentado? Baratijas.

– ¿Baratijas?

– ¿Te acuerdas de los collares que solíamos comprar en Manhattan? Pues le compro pendientes y ropa y todo lo que quiera.

– Es tu puta -dijo Harley como si todo aquello le repugnara.

– No dejes que se entere de que le dices eso. Forma parte de una gente muy digna, ya sabes. -Weston se rió con muy mal gusto.

– Lo bastante digna para que su padre te corte las pelotas antes de arrancarte la cabellera. Estás enfermo, Weston.

– No, Harley. Sólo soy listo. Crystal es una buena elección. No porque sea descendiente del jefe de su tribu, sino porque es pobre. Te darás cuenta de que las mujeres sin dinero querrán hacer todo lo que les pidas sólo a cambio de unas cuantas palabras bonitas y un regalo o dos. Las mujeres pobres son simples.

– Por Dios, Wes, eso es patético.

– Así es como funciona el mundo.

– Como te he dicho, estás enfermo.

– No todos podemos ser monógamos, Harley. De hecho, sólo unos cuantos desgraciados sienten la necesidad de ser tan nobles. Al parecer tú sí, ¿me equivoco? -el rostro de Weston reflejaba inocencia, suficiente como para estar atormentandoa su hermano pequeño de la única manera en que él mismo se atormentaba-. Porque tú le eres sincero a Kendall, digo, a Claire.

Paige se puso nerviosa.

Harley parecía haber oído suficiente los consejos de su hermano, ya fuesen buenos o malos. Se volvió, tenía la cara roja, pero Weston le agarró del brazo.

– Espera un momento. No te estaba insultando, de verdad. Puedo incluso entender que las hermanas Holland se sientan fascinadas por el fruto prohibido de una cierta manera, y cuando nuestro padre cambie su testamento, y yo vea asegurada mi parte de la herencia, puede que yo también quiera hacerme con un culito Holland.

Harley tiró del brazo, para que Weston le soltara.

– Mantente alejado de Claire.

Weston se frotó la barbilla y entrecerró los ojos.

– ¿Qué tal si apostamos?

Harley tenía una expresión de incredulidad.

– ¿Qué quieres apostar?

– Mmm. Que puedo conseguir acostarme con una de las Holland antes de que acabe el verano.

– Déjalas en paz.

– ¿A todas? -Weston elevó una ceja. Le encantaban los retos-. No me digas que te las estás tirando a todas -le acusó-. ¿No le molestaría al viejo Dutch que un jodido Taggert se estuviese tirando a todas sus preciosas hijas?

– ¿De qué narices estás hablando?

– Del viejo. Se cagaría encima, ¿no crees?

La sonrisa de Weston reflejaba pura maldad y Paige se dio cuenta, una vez más, de lo cretino que era. Sus fantasías sexuales con las hermanas Holland rozaban la locura, aunque aquello realmente no era una sorpresa.

Harley arremetió contra su hermano, quería cogerle del cuello, pero Weston le esquivó, le agarró del brazo y se lo retorció por detrás de la espalda, lo que hizo que Harley pusiese una mueca de dolor.

– No seas avaricioso, Harl. Hay entrepiernas Holland más que suficientes para los dos.

– Eres un cabrón pervertido.

– Probablemente. Pero parece que es cosa de familia, ¿no? Al menos yo no le estoy jurando amor eterno a Lady Claire mientras que me estoy tirando a Kendall en el bosque. -Apartó a Harley de un empujón, y le estampó contra la barandilla. Las sombras de las ramas oscurecieron su rostro.

A Paige se le revolvieron las tripas. Pobre Kendall.

– Tendrás tu merecido -le advirtió Harley. Weston se rió.

– Eso espero, y el tuyo también. ¿Recuerdas lo que hablamos de conseguir los tres culitos Holland? Pues me pregunto qué pensará el viejo Holland de eso.

Harley tenía los rasgos faciales retorcidos por el asco y la humillación. Caminó por el porche en dirección a la casa, fuera del ángulo de vista de Paige.

– Vigila tus espaladas, Wes.

Paige oyó la puerta arrastrarse y seguidamente cerrarse de un golpe fuerte y seco que sacudió toda la casa. ¡Harley era tan débil! Debería haberle metido un puñetazo a Wes por todos sus comentarios sobre Kendall. Weston era uno de esos tipos egocéntricos que, según Kendall, pensaba con el pito en vez de con la cabeza. Guiñando los ojos, debido al sol de la tarde, Weston levantó lentamente la cabeza y, antes de que Paige pudiera esconderse, sus miradas se cruzaron.

– ¿Quieres que me enfade? -le preguntó, chasqueando con la lengua y meneando la cabeza, mientras una sonrisa maliciosa se extendía por su cara-. ¿Eso te excita, Paige?

Paige quería decirle que se fuera al infierno, pero se lo pensó. Había visto el lado furioso de los enfados de Weston más veces de las suficientes. De pequeño había pegado a Harley, atraído a las ardillas con cacahuetes para dispararles con el tirachinas, y llevaba la cuenta de cuántos gatos, mapaches y zarigüeyas había matado con su coche. Weston tenía algo que asustaba a Paige. Así que en lugar de cavar su propia tumba discutiendo con él, lo que hizo fue agacharse, con las mejillas ardiendo. Weston sabía que llevaba todo el tiempo escuchándoles, y sin embargo había seguido ridiculizando a Harley. Paige puso las manos sobre el rodapié.

– Sabes, Paige, escuchar a escondidas sólo te puede traer problemas. Probablemente es lo que estás buscando, ¿verdad? Un poco de problemas para animar tu aburrida vida.

Paige tragó saliva, intentando no llorar. ¿Cuántas veces Weston la había humillado, cuando ella sólo se sentía como una niña gordinflona que pensaba que sus hermanos eran como dioses? Bueno, ahora estaba segura. Weston era un cruel hijo de puta, y Harley necesitaba urgentemente un trasplante de cerebro.

Oyó reír a Weston, y ella era el objeto de su risa. Paige se encogió en su habitación. Sabía que a menudo era el blanco de sus bromas. Había visto a sus amigos intentar reprimir la risa cuando Weston les había susurrado algo feo y todos se habían dado la vuelta para mirarla. Sabía que les estaba diciendo cosas sucias sobre ella. Hacía unas pocas semanas, en presencia de Paige, Weston había hecho el comentario de que probablemente ella había sido la razón por la que su padre se había descarriado. Dijo que su padre había echado un vistazo a su patética hija y había decidido no volver a correr el riesgo de tener más hijos con Mikki. Por esa razón había empezado a correr aventuras extramatrimoniales. Los amigos de Weston, universitarios que habían formado parte del equipo de fútbol en su instituto, no sabían que Paige rondaba por las escaleras, escuchándoles, mientras ellos jugaban al billar en la habitación de juegos del sótano. Se habían reído a su costa, y uno de ellos había hecho un comentario acerca de que ningún chico querría acostarse con ella, a menos que le pusiera primero una bolsa de papel en la cabeza.

Después de aquello, Paige subió las escaleras y lloró durante una hora.

Lo único que pudo hacer para castigar a Weston fue robarle una película porno que tenía escondida en el fondo de su bolsa de deporte, bajo las botas de fútbol. Paige cogió la cinta y la dejó donde estaba, segura de que su madre la encontraría. En casa se enfadaron mucho por aquel asunto con Weston, y Mikki destruyó la cinta con el palo de golf favorito de Weston, y además, luego rompió el palo.

Paige, a su modo, había ganado. Durante años, había aprendido cómo tratar a su pervertido hermano mayor. Sin embargo, nunca antes se había metido con Kendall, así que ahora que había empezado, las cosas cambiarían.