Tessa se apoyó en la baranda de la parte superior de la escalera.
– Sólo pienso que, si Claire va salir con alguno de los Taggert, tendría que ser con Weston.
Miranda se detuvo de repente.
– Estás bromeando.
– En absoluto. Weston Taggert es todo lo que Harley no es: guapo, atlético, sexy…
– … Y también es sinónimo de problemas -completó Miranda, con el rostro serio.
– Tal vez me gusten los problemas -bromeó Tessa, llevándose la Pepsi a la boca y bebiendo.
– No de ese tipo. No estoy bromeando, Tess.
– Ni siquiera le conoces.
Miranda se sofocó.
– Es un cabrón con letras mayúsculas.
– Aaaah -dijo Tessa, contenta por haber conseguido provocar a la siempre fría de Miranda.
– Créeme, es un ave de mal agüero.
– ¡Oh, eso es instructivo! -Tessa tomó otro trago de su bebida.
– Harley es un muchacho dulce -aclaró Miranda, tocando a Claire por el brazo-. Si te gusta, de acuerdo, quizá pueda entenderlo, incluso aunque salir con él signifique un gran problema en esta casa, pero Weston… -Sus ojos, fríos como el mar Ártico, se dirigieron a su hermana pequeña-. Es el peor problema que una mujer pueda encontrar. Y no tiene nada que ver con esa estúpida enemistad con papá.
– Vaya, mira quién es de repente la diosa del amor. La única de nosotras que nunca tiene citas.
– Eso ha sido un golpe bajo, Tessa -le dijo Claire.
– Bueno, es la verdad. -Tessa estaba reclinada en la baranda, con el pecho apoyado y los dedos de la mano que le quedaba libre en el oso esculpido sobre un poste cercano-. En realidad, ¿qué sabe Randa de los hombres o de los chicos?
Miranda abrió la boca, pero luego la cerró y meneó la cabeza como si no pudiera entender cómo su hermana pequeña podía ser tan estúpida.
– Lo importante es que Weston Taggert está como un tren. -Tessa siguió subiendo las escaleras.
– Mantente alejada de él -le advirtió Miranda.
A continuación, comprobó su reloj y salió corriendo por la puerta delantera.
– ¿Qué bicho le ha picado? -preguntó Claire, mientras miraba a Randa correr por entre los aspersores que disparaban agua sobre el césped.
– Quién sabe, y sinceramente, ¿a quién le importa? Randa es una aguafiestas.
– Solamente es seria.
– Pero hoy no -añadió Tessa desde el rellano de la segunda planta, mientras miraba a través de las enormes ventanas del vestíbulo.
El impecable Camaro de Randa rugía paseo abajo.
– Últimamente está diferente. -Tessa torció los labios pensativa-. ¿Crees que se está viendo con algún novio secreto?
– ¿Miranda? -Claire intentó imaginarse a su hermana mayor en algún tipo de cita romántica-. No. Seguramente llegue tarde a la biblioteca para devolver un libro.
– No lo creo -dijo Tessa, haciendo una mueca con los labios mientras veía cómo se levantaba el polvo por el paseo-. Nadie tiene tanta prisa a no ser que se trate de una cita con un chico.
Claire no creía a Tessa, pero no era algo raro. Siempre desaprobaba cualquier cosa que dijera su hermana pequeña. Mientras que de Miranda pensaba que era sabia en todos los aspectos, excepto en los relacionados con los hombres, de Tessa creía que era tremendamente superficial. Tessa estaba demasiado centrada en sí misma para percatarse de que había vida más allá de los rumores de Hollywood, los chicos, y la pequeña ciudad de Chinook. Esta última se había convertido en el centro de su universo, a pesar de la insistencia de su madre para que aprendiese las costumbres sociales propias de Portland, Seattle y San Francisco. Miranda se había pasado toda la vida adquiriendo conocimientos, mientras que Tessa había intentado, por todos lo medios, echar a perder todo aquello que podía haber conseguido a lo largo de sus quince años de vida sin complicaciones. Nunca dudó que había nacido para ser rica y mimada. Creía que las personas que su padre contrataba, desde Ruby Songbird hasta Dan Riley, el portero, debían ser sus criados personales. Pensaba que era de la realeza, una princesa de cuento de hadas con actitud insolente. Claire estaba segura de que Tessa no tenía ni idea de por qué debía rebelarse contra un padre que le había dado todo lo que había querido.
Mientras Miranda se preocupaba por los desastres nucleares, por el apoyo a los granjeros, por las especies en peligro y por el derecho de las mujeres, Tessa no sabía ni que existían. Claire, de alguna manera, estaba en medio de las dos, como siempre, entre aquellos dos polos opuestos.
Claire todavía le daba vueltas a lo que Tessa había dicho sobre Miranda. Caminó hacia el exterior de la casa, lejos de la discusión. Se dirigió, a paso ligero, hacia el sendero que llevaba al embarcadero. Allí se encontraba la lancha motora de su padre, amarrada, balanceándose suavemente. Claire desató la embarcación y se puso tras el volante. Sin hacer demasiado ruido, el motor se puso en marcha, y Claire dirigió la proa del bote hacia la isla situada al otro extremo del lago. Realmente no era una isla, sino una elevación del terreno con algunos poco árboles y algo de hierba sobre las rocas redondas situadas junto a la playa. Pero era un lugar aislado y deshabitado, y a veces, como aquel día, cuando su familia y Harley le preocupaban, podía ir allí a meditar.
Los peces saltaban y las gaviotas trinaban a medida que el bote cortaba la superficie lisa del agua. El viento sopló sobre su pelo. Suspiró, oliendo la fresca fragancia del agua. Redujo la velocidad del bote, lo condujo hacia una cala de arena y apagó el motor. Tal y como había hecho docenas de veces antes, ató la lancha a un árbol retorcido cuyas ramas quedaban por encima del lago. En dirección a la orilla, vio un halcón volando en círculos en lo más alto: su imagen se reflejaba en la superficie del lago. Se resguardó los ojos del sol por un momento, para poder ver el ave. Poco después caminó con sus piernas húmedas por un camino de malas hierbas y polvo.
A medida que avanzaba por el camino, pensó en Harley. Desde el primer momento en que empezó a verse con él, tuvo que luchar contra constantes rumores que decían que aún tenía algo que ver, de una u otra manera, con Kendall.
– Tonterías -murmuró, pero no podía olvidar aquellas pequeñas dudas que le estaban perforando el corazón.
Por lo que ella sabía, las insinuaciones podría haberlas inventado su padre, un hombre que no disimulaba el hecho de querer evitar que su hija se viera con alguien cuyo apellido fuese Taggert. Sólo su madre parecía entenderla.
– Harley Taggert es guapo y de familia acomodada. Siempre podrá cuidar de ti -decía Dominique una mañana de verano, mientras ponía algunas rosas en un florero de cristal, en la mesa del comedor-. Una mujer debería buscar más en un hombre. -Dejó de mover las manos durante un segundo, y observó la pared donde algunas de sus pinturas decoraban la madera de cedro-. Es una cuestión de supervivencia, más que de amor.
– ¿Qué?
– Lo sé, lo sé. Piensas que quieres al chico de los Taggert. -La sonrisa de Dominique parecía triste y cansada del mundo-. Probablemente lo quieres por razones equivocadas. El hecho de que tu padre te prohiba verle le hace más atractivo.
– No, mamá, yo le quiero…
– Claro que sí. Pero, seamos prácticas ¿de acuerdo? Si te casas con Harley, o con un chico de su rango, nunca tendrás que levantar un dedo, ni trabajar, ni preocuparte de cómo vas a pagar la comida. Incluso si el matrimonio no funciona, estarás bien.
– Eso no es así.
– ¿No? -Los dedos largos de Dominique arrancaron una hoja marrón del tallo de una de las rosas-. Bueno, vale. Pero es una buena idea. Tus hermanas deberían seguir tus consejos, Claire. Miranda, bueno, es realmente rara, se pasa el día estudiando no sé con qué propósito, y Tessa, oh Señor, esa niña necesita un Valium, te lo juro. Es tan… bueno, salvaje y rebelde, no sabe lo que quiere en esta vida. -El rostro de Dominique se cubrió de arrugas de tensión-. Me preocupa Tessa, todas me preocupáis, pero al menos tú pareces tener un objetivo y entender que casarte con la persona correcta define a una mujer.