– Todo -dijo indignada, aunque a la vez sintió un hormigueo sobre la piel que le estaba rozando Harley-. Podría estropearlo todo.
Él se rió en su oído.
– No lo creo, nena. Tú ya te has encargado de eso. -La soltó y comenzó a caminar, pero antes de doblar la esquina de la casa, le dijo por encima del hombro-: pero si eres feliz dejando escapar a Harley entre tus dedos, y que de esa manera pueda casarse con Claire Holland, no me culpes. No, cariño, tú serás la única culpable de todo.
La voz de Harley parecía preocupada.
– Lo siento, Claire, luego te llamo, ha sucedido algo. Negocios. Papá no me dejará librarme.
Cerrando los ojos, Claire se enrolló el cable del teléfono en los dedos e intentó no gritar. Algo iba mal, definitivamente. Todas aquellas dudas que intentaba mantener a raya avanzaban poco a poco, invadiéndola.
– Tu padre sólo intenta mantenernos alejados.
– Lo sé, pero te veré. Sabes que lo haré.
– Ya hace una semana.
Claire casi podía sentir la preocupación en su mente. ¿Le estaba mintiendo? ¿Evitándole? ¿Por qué simplemente no rompía con ella? La desesperación le encogía el alma. Amaba a Harley, le adoraba, sin embargo…
– Nos vemos luego… Bueno, probablemente esta noche no, pero pronto. Te lo juro. Claire, te echo de menos.
«¿Me echas de menos? ¿De verdad?»
– ¿Harley…?
– ¿Qué?
¿Había indicios de enfado en la voz de Harley? Claire iba a decirle que le quetóa, pero se lo pensó mejor. Estaba demasiado distraído, demasiado distante.
– Nada.
– Bueno. Mira, podríamos ir a navegar, esta noche.
– Eso… eso me gustaría.
– Nos vemos en el club náutico a la diez… no, a las diez y media. Ya sabes qué amarradero.
– Sí, pero…
– Siento no poder quedar antes. Te quiero. Ya lo sabes.
– Yo también te quiero -le dijo, pero las palabras sonaron huecas y falsas, pues era lo que se esperaba que dijera.
Luchando contra un dolor de cabeza, Claire miró por la ventana y vio el sol hundirse tras las cumbres de las montañas situadas al oeste. ¿Desde dónde había llamado Harley? ¿Quién estaba con él? ¿Por qué había vuelto a cancelar su cita?
«No te quiere de verdad.» Aquella idea era demasiado dura para aceptarla, necesitaría demasiado amor propio para superarlo. Se sirvió un vaso de limonada y presionó el frío recipiente contra su frente.
La casa estaba vacía y caliente. Hacía muchísimo calor y Dutch se negaba firmemente a poner el aire acondicionado en la vieja casa. En la cocina hacía un calor infernal, incluso con las ventanas abiertas costaba respirar.
Aparte del reloj del abuelo haciendo tictac en la pared frontal, el suave zumbido del frigorífico y el crujido ocasional de la madera antigua, las habitaciones estaban en completo silencio. Miranda se había marchado muy temprano, sin dar explicaciones, como hacía a menudo aquellos días. Dominique había insistido para que Dutch pasara con ella el fin de semana en Portland, visitando a viejos amigos, viendo una obra de teatro y disfrutando de la ciudad. Tessa había salido pronto con algunos amigos, a ver una película, pero probablemente era mentira, como todo aquellos días.
La sombra de la noche caía a través de las ventanas. Claire salió al exterior y se sentó en la vieja mecedora que había en el porche. Cuando la puesta de sol dio paso al crepúsculo color púrpura, unos cuantos murciélagos pasaron rozando la superficie del lago y los peces saltaron en el agua haciendo ruido. De repente, todas las estrellas empezaron a aparecer, y Claire volvió a preguntarse qué estaría haciendo Harley y con quién. Tenía ya demasiadas excusas, y Claire estaba empezando a pensar que estaba liado con otra chica, posiblemente Kendall Forsythe.
– Idiota -murmuró.
Detestó su tendencia al romanticismo mientras golpeaba las tablillas del suelo con el dedo del pie. ¿No le habían dicho todos que estaba comportándose como una tonta? ¿No le habían advertido su padre y sus hermanas que no debía verse con Harley? Pero ella había sido terca, y había intentado probarles que se equivocaban.
Había estado haciendo el tonto.
La vieja mecedora crujía al balancearse. A solas, podía comportarse como una llorica, llorar y sentir pena por sí misma, pero no estaba de humor para llantos y no le gustaba aquella escena tal y como se la imaginaba en la mente. Quería a Harley, de eso estaba segura, pero no iba a ser su felpudo, ni de él, ni de ningún otro chico.
Saltó de la silla, caminó por la cocina hasta la puerta trasera, cerca de la cual colgaban las llaves. Su padre poseía vanos coches, así que escogió un Jeep de color verde militar. Subió y se dirigió a Chinook. Era una ciudad pequeña, con poco más de un semáforo, dos tabernas, un par de restaurantes, unos cuantos moteles y una tienda de comestibles, pero al menos era más interesante que quedarse en casa, sentada y triste por un chico que parecía no tener tiempo para ella.
Superando el límite de velocidad, dejó atrás la iglesia metodista, la única con forma de aguja, y vio a un grupo de críos pasando el rato en la pizzería. Había varias motocicletas y viejas furgonetas de reparto esparcidas por el aparcamiento, y, mientras se guardaba las llaves en el bolsillo en dirección al establecimiento, el aroma a pasta horneada, ajo, salsa de tomate y humo de cigarrillos le dieron la bienvenida.
Había familias apiñadas alrededor de las mesas y grupos de adolescentes pidiendo mesa junto al horno de las pizzas, pero la primera persona en quien Claire fijó la mirada fue en Kane Moran. Estaba sentado en una esquina, con las piernas extendidas. Llevaba vaqueros y una camiseta negra rota. Reposaba la espalda en el pequeño respaldo de la silla y examinaba la puerta. Como si la estuviera esperando.
¡Genial! El único chico al que quería evitar. El pulso se le aceleró debido al horror.
Cohibida, pidió una Coca-Cola en la barra. A continuación, intentando mostrarse segura de sí misma, se aproximó a él.
Con barba de un día, Kane curvó los labios en lo que era una misteriosa y peligrosa sonrisa de bienvenida. Encima de la mesa había un vaso de cola a medias y un cigarrillo, al parecer olvidado, consumido en un cenicero de hojalata.
– Pero si es la princesa -dijo lentamente, dándole una patada a una silla con las botas militares rajadas que llevaba-. ¿Visitando los barrios bajos?
– Ésa soy yo. La princesa Claire. -Cogió la silla que le ofreció y le observó por encima del borde del vaso, deseando que el refresco aliviara la sequedad repentina de su garganta. Inclinándose hacia él, le dijo-: Pero no, no estoy visitando los barrios bajos, sólo hago lo mismo que tú.
– Ésta es mi gente.
– ¿Ah, sí? -replicó-. Pues yo había oído que te juntabas con matones y gorilas.
Su atractiva sonrisa disminuyó.
– Touché, señorita Holland. -Le guiñó un ojo, y dijo-: Pero creo que es justo al revés, ellos se juntan conmigo.
Al menos tenía una especie de sentido del humor retorcido.
– ¿Por qué pareces pensar que tu misión personal es intentar molestarme?
– ¿Es eso lo que hago? -Dio una calada al cigarrillo y la acompañó de un trago a su bebida-. ¿Te molesto?
Su mirada la penetró, y Claire sintió como si todo el local retrocediera de repente, el aire dejase de correr, y estuviera a solas con él, aunque el restaurante estaba lleno de clientes y empleados. La miraba como si ella fuera la única mujer en la Tierra y se viese obligado a sufrir celibato durante años. Una gota de sudor le recorrió el canalillo.
– Yo, bueno, simplemente entré a tomar algo.
– ¿Sola?
Se encogió de hombros e intentó ocultar la vergüenza.
– ¿Dónde está tu media naranja?