– No estoy casada.
– No me lo creo.
Acabó su bebida mientras Claire se limpiaba con la servilleta las gotas de refresco alrededor de la boca. Ojalá dejase de mirarla con esos ojos entreabiertos de color dorado.
– De todos modos, es cuestión de tiempo.
– ¿Cómo lo sabes?
– Ya has tomado la decisión, para bien o para mal.
Apretó los labios contra los dientes.
– Tú no sabes nada de mí.
– ¿Es eso cierto? -resoplando mientras reía, se rascó la perilla-. Sé más de lo que te piensas, princesa. Probablemente más de lo que debería. -Ahora le tocaba a él acercarse más. La miraba fijamente, mientras estudiaba cada centímetro de su cara-. Eres el tipo de mujer que toma sus propias decisiones. Excesivamente leal y fiel. No creerías nada malo acerca de cualquier persona que te importe, incluso aunque fuese obvio que se están aprovechando de ti.
– No se están…
– Despierta, Claire. Eres demasiado lista para seguir así. -Tan rápido como un tigre, extendió las manos por la mesa y cogió a Claire por las muñecas. Sus dedos parecían esposas cálidas y posesivas-. Entonces, ¿dónde está?
– ¿Quién? ¿Harley? Trabaja hasta tarde. -La excusa sonaba falsa.
– Taggert en realidad no ha trabajado en su vida. Prueba otra cosa.
– Está… está haciendo algo para su padre. Negocios.
– ¿Harley Taggert metido en algún trato importante? No puede ser que te tragues eso.
Claire levantó la cabeza ligeramente.
– Él no me mentiría.
– Claro que sí, Claire -dijo Kane. Las yemas de sus dedos, alrededor de la piel sensible de Claire, estaban calientes. Su rostro, tan cerca, parecía estar marcado por más años de los que en realidad había vivido-. Todos los hombres lo hacen.
– Me llamó y me dijo…
¿Por qué tenia que justificarse ante Kane Moran? Ni siquiera era amigo suyo, en realidad no. Solamente era un muchacho que se había criado cerca, y que llevaba a cuestas un resentimiento del tamaño de Stone Illahee.
– Que no podía quedar.
– He quedado con él más tarde.
Un destello de emoción se encendió en los ojos de Kane por un segundo, pero se desvaneció rápidamente, en cuanto Claire se dio cuenta de que sólo había imaginado aquel indicío de puro dolor y sufrimiento en el muchacho. Moran era duro como una piedra, crudo como el cuero, inmune a cualquier emoción, un muchacho con problemas cuyo destino era convertirse en un delincuente. O eso era lo que había oído decir a su padre y a otros hombres con los que se reunía para jugar al póquer cada martes por la noche. Pero aquel chico sentado al otro lado de la mesa que le agarraba por las muñecas con sus manos ásperas, el hombre que decía saber tanto sobre ella, no era tal y como lo pintaban. El corazón de Claire se aceleró cuando se preguntó cómo sería besar aquellos labios finos siempre cínicos. Despacio, avergonzada por sus pensamientos rebeldes, retiró las manos.
– Creo que debería irme. -Era consciente de que Kane le fascinaba de manera enigmática.
– Pizza para llevar a Brown -dijo un empleado por el micrófono.
La caja registradora se abrió, se oía a la gente conversar, y por debajo de todo aquello, el compás de un clásico de Buddy Holly, escogido por alguien en la máquina de discos que apenas podía oírse con aquel alboroto. Sin embargo, Claire apenas podía oír otra cosa que no fuera el irregular ritmo de su estúpido corazón.
Kane permanecía allí. Dio una última calada a su cigarrillo, y lo apagó en la bandeja.
– ¿Quieres dar un paseo? -le preguntó en una nube de humo y con una insinuación oculta.
– No, debería irme.
– ¿A esperar junto al teléfono a que te llame Taggert?
– No, pero…
– Es sólo una vuelta, Claire.
– Ya lo sé.
Los ojos de Kane, bajo las gruesas cejas, la incitaban a aceptar el reto.
– No creo que…
– Como quieras. -Deslizó los brazos por las mangas de su chaqueta de cuero y se subió el cuello-. ¿Qué quieres hacer?
¿Por qué no? Todo lo que sabía era que Harley estaba con Kendall o con alguna otra chica. Pensó en aquel «no» que estaba a punto de decir.
– De acuerdo -dijo finalmente, echándose el pelo por encima de los hombros.
La sonrisa de Kane era peligrosa. La agarró de la mano.
– Vamos.
Fuera, en el aparcamiento, estaba la motocicleta cromo y negra. Todo el camino Claire estuvo pensando: ¿y si alguien les veía?, ¿y si tenían un accidente?, ¿y si Kane la llevaba a algún lugar y luego se negaba a llevarla de vuelta a las diez y media?, realmente, ¿qué sabía de él? Que era un delincuente a media jornada, un sospechoso en todos los crímenes alrededor de la ciudad, un chico que tenía que cargar con un padre lisiado y el ferviente deseo de librarse de Chinook. Sin embargo, también sentía el instinto visceral de que no era tan malo como lo pintaban.
Dejando a un lado sus pensamientos, le rodeó la cintura con sus brazos, mientras él arrancaba la moto con el pedal. Renqueó y, con un estruendo, aquella gran máquina se puso en funcionamiento.
– Agárrate -le gritó.
Ella escondió la cabeza detrás de sus hombros, donde notó el fuerte olor a cuero y humo. La gravilla salió disparada bajo las ruedas traseras de la motocicleta.
En pocos segundos cruzaron el aparcamiento y se unieron al resto del tráfico que fluía por la ciudad. Las luces de neón de bares y moteles indicando vacantes brillaban igual que las luces de los faros de los coches en sentido opuesto, los cuales, al pasar por su lado, se convertían en una mera nebulosa que hacía escocer los ojos. El sonido de la moto zumbando a toda velocidad retumbaba en su cabeza, un sonido débil, al principio, pero que poco a poco aumentaba hasta que se cambiaba la marcha. En un abrir y cerrar de ojos la ciudad quedó tras ellos, y aparecieron corriendo a todo gas por la carretera. A Claire le lloraban los ojos, mientras el viento se los secaba al presionarle contra el rostro y le revolvía el cabello.
«¡Esto es de locos!» pensó, dándose cuenta de que tenía que estar loca para haber aceptado aquel descabellado paseo a la luz de la luna. Sin embargo, se sintió alegre y libre en el momento en que cruzaron las puertas de hierro forjado y piedra de Stone Illahee, el complejo turístico de su padre.
El sentimiento de culpa por estar con otro chico se disipó y continuó recostada en la espalda de Kane. Pobre y rebelde, testarudo y sarcástico, era tan diferente de Harley Taggert como de cualquier otro chico.
Desafiando a la ley, corrieron a gran velocidad por la playa. Seguidamente, volvieron a la carretera y atravesaron la oscuridad del bosque. La luna brillaba pálida, tras las ramas. La única iluminación era el rayo continuo del único faro de la moto, que rebotaba en la calzada, la cual comenzaba a estrecharse. Kane disminuyó la marcha, pues el asfalto se convirtió en gravilla.
– ¿Adónde nos dirigimos? -preguntó Claire, alzando la voz por encima del viento. De repente, aquello no le parecía tan buena idea.
– Ya lo verás.
Maniobrando con la moto, Kane giró por unas puertas rústicas, en dirección a un camino de leñadores abandonado. Se dirigió hacia las montañas, acelerando por entre las rocas, hacia un camino de tierra que cruzaba por un campo de troncos cortados y blancos. Los restos de árboles desnudos parecían espectros centinelas en aquellos montes que anteriormente habían estado repletos de vida. Era una zona que había sido completamente deforestada, y había dado lugar a una ladera desnuda y desgarrada. El corazón de Claire fue invadido por una sensación espantosa al ver aquel espectáculo. Aceptar aquel paseo, subirse a aquella moto, había sido un error.
La moto rugió en dirección a la cumbre de la colina, donde un único abeto, que de algún modo se había librado del hacha del leñador, permanecía intacto. Kane disminuyó la marcha y apagó el motor.
– ¿Sabes dónde estamos? -le preguntó, mientras la cogía de la mano y la llevaba al saliente de una roca.