A lo lejos se veían las luces brillantes de Chinook, y al oeste unas cuantas hogueras en la playa, junto a las negras y agitadas olas del océano.
– En el bosque. En un campo de leñadores abandonado.
– De tu padre.
– Ah.
¿Por qué su voz sonaba como un toque de difuntos?
– Por allí -la envolvió por la cintura con un brazo, le puso la barbilla encima de un hombro, y señaló con la mano que le quedaba libre a un pequeño valle, hacia una colina donde no quedaba ningún abeto-. Allí es donde mi padre sufrió el accidente.
A Claire se le cerró el estómago. A pesar de aquella noche cálida e iluminada por las estrellas, y de tener el cuerpo de Kane tan cerca, sintió un escalofrío por la columna vertebral.
– ¿Me has traído aquí para enseñarme dónde sufrió tu padre el accidente?
Kane no respondió, la soltó y se colocó al borde del precipicio. Buscó en su chaqueta un paquete de cigarrillos, cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia atrás, en lo que parecía un movimiento para aclarar sus ideas.
– A veces vengo aquí a pensar.
Se metió un cigarrillo Camel en la boca, cogió una cerilla por el extremo y la encendió frotándola contra el fósforo. Por un instante, la pequeña llama de la cerilla creó sombras de color dorado en los duros rasgos de Kane. Dio una profunda calada al cigarrillo.
– ¿En qué piensas? -se atrevió a preguntarle Claire.
Sacudiendo la cerilla, Kane sonrió, con los dientes relucientes. La punta roja del cigarrillo era la única luz que había en medio de aquella oscuridad.
– En ti, a veces.
Claire tragó saliva con dificultad.
– ¿En mí?
– Alguna que otra vez -admitió, mirándola a los ojos a pesar de la oscuridad-. ¿Tú nunca piensas en mí?
Situada junto a la moto, se tocó la punta de los dedos con los pulgares.
– Bueno…, intento no pensar.
– Pero lo haces.
– A veces -admitió, y se sintió como una traidora.
– Me he alistado.
– ¿Qué? -casi se le detiene el corazón. Aquellas palabras parecían resonar por las montañas que les rodeaban-. ¿Qué has hecho?
– Alistarme. Ayer.
– ¿Por qué?
Una pequeña parte de Claire pareció debilitarse y morir. Una parte que no quería descubrir del todo. Kane se iba. No era que realmente le importara, se dijo, pero la ciudad, de alguna manera, quedaría vacía, menos viva sin él.
– Era el momento.
Claire se mordió el labio.
– ¿Cuándo, cuándo te vas?
Kane se encogió de hombros y dio una fuerte calada a su Camel.
– Dentro de unas semanas. -Colocó un brazo sobre la rodilla en la que se estaba apoyando. Miró hacia el oeste-. Siéntate -le dijo sin sonreír-. No muerdo, bueno, al menos en la primera cita.
– Esto… esto no es una cita.
Él no contestó, pero Claire sabía que la estaba llamando mentirosa en silencio, mientras seguía consumiendo su cigarrillo.
– Creo que te tengo miedo -se atrevió a decirle.
– Y yo creo que deberías tenerlo.
– ¿Por qué? -Nerviosa como un potro desbocado, y casi a punto de salir corriendo, se acercó al borde y se sentó junto a él.
– Tengo mala reputación, o eso es lo que me dice la gente. -Su mirada pensativa se centró en la boca de Claire, cuyos pulmones dejaron de respirar-. Tú no, Claire. Al menos aún no. -Arrojó el cigarrillo en la tierra.
– No creo que estar contigo a solas una única vez te haga cambiar de idea.
Sentada tan cerca de él, se decía que podía controlarse, que no estaba nerviosa, que las palmas de las manos le sudaban porque la noche era húmeda y calurosa, que su corazón tendía a latir irregularmente cuando menos lo esperaba.
– Tienes más fe en mí de la que deberías.
– No lo creo.
Kane no contestó, sólo se la quedó mirando con una intensidad que hizo que a Claire le hirviera la sangre. Una brisa, suave como la noche, acarició su rostro y la despeinó. No podía evitar preguntarse cómo sería besar a aquel demonio, sentir sus brazos rodeándole, cerrar los ojos y perderse en él. Pero jamás podría hacerlo. Amaba a otro hombre.
– ¿Por qué me has traído aquí? -Su voz sonaba tan floja y débil que incluso se asustó.
Kane frunció el ceño. No la tocó, pero examinó su rostro durante un segundo, aunque a Claire le pareció una eternidad.
– Ha sido un error.
– ¿Por qué?
Kane suspiró, se apoyó en los codos y ladeó la cabeza en dirección a ella. Por primera vez desde que se conocían, la máscara de hierro de Kane desapareció y su rostro se desnudó en toda su crudeza, dejando ver un dolor que no se podía describir.
– No lo entiendes, ¿verdad?
– ¿Entender qué?
Kane apretó los dientes.
Ella no pensaba callarse.
– Tú empezaste todo esto, Kane -le recordó-. Tú me pediste que viniera aquí contigo.
– No me costó mucho convencerte, ¿no? No tuve que retorcerte un brazo ni algo por el estilo.
Kane se inclinó más hacia ella, quien tuvo que volver a tragar saliva con dificultad para refrescarse la garganta seca.
– Reconócelo, Claire, querías averiguar qué es lo que me hace ser como soy. Estás aburrida de tu vida predecible y sosa, cansada de hacer siempre lo que esperan de ti… Por eso empezaste a salir con Taggert, para fastidiar a tu padre. Pero Harley Taggert no es que te haga vivir al límite exactamente, ¿verdad?
– Deja a Harley fuera de todo esto. -El corazón le latía como loco, a punto de salírsele del pecho.
– ¿Por qué? ¿Tienes miedo de que se entere de que piensas que es un bobo?
– Él no es… -Se mordió la lengua. Defender a Harley no serviría de nada. Además, Kane estaba dándole la vuelta a sus palabras, manipulando el curso de la conversación-. Tú me has traído aquí, Kane, y, sin que intentes psicoanalizar los motivos que me han hecho venir, quiero saber por qué.
Levantó una ceja, escéptico.
Sin pensarlo, Claire se le acercó, le clavó los dedos en las mangas de la chaqueta de cuero, y sintió sus duros músculos. Despacio, Kane dirigió la mirada a los dedos de Claire, luego la miró directamente a la cara. Aquella mirada hacía imposible respirar. Claire comenzó a sudar por todo el cuerpo.
– Estás jugando con fuego, princesa -le advirtió mientras se le acercaba, observándola con aquella misteriosa mirada.
Claire se humedeció los labios, nerviosa. Él gimió.
– Me voy a arrepentir de esto en dos minutos -dijo. Tenían las caras tan cerca la una de la otra que Claire podía oler a tabaco en su aliento, y adivinar la duda que ensombrecía sus ojos-. Pero como igualmente me voy de la ciudad, creo que es el momento de confesar la verdad.
Claire temblaba por dentro. Estaba asustada de lo que pudiera decir, pero se moría por oírlo. Con sus fuertes manos, Kane cogió por los hombros a Claire. La agarró, desesperado, con sus cálidos dedos.
– Nunca volveré a decirlo, y nunca admitiré haberlo dicho, ¿me entiendes?
Claire asintió.
– Maldita sea, te quiero, Claire Holland -dijo rotundamente-. Dios sabe que yo no quiero. Lo cierto es que me odio por ello, pero es la verdad.
Claire no podía articular palabra, tenía miedo a moverse, y se sintió terriblemente confundida y asustada. El corazón le latía con fuerza, y le miró de reojo a los labios, preguntándose si iba a besarla o si sería ella la que empujara sus labios contra los de él.
– Hay algo más que deberías saber. Si fueses mía, no te tendría esperando. Harley Taggert es un tonto, y tú eres demasiado para él para que te trate así. ¿Quieres saber por qué te llamo princesa? Porque así es como se te debería tratar. Como a la maldita realeza.
– Oh, Dios -susurró ella. Su perfecto mundo se rompió en pedazos. ¿Él la quería? ¿Kane Moran la quería?
– Ésos son mis sentimientos. Menudo follón, ¿eh? -se desahogó Kane. Claire dejó caer las manos-. Vamos, Claire, te llevaré de vuelta al coche. -Tenía la mandíbula tan dura como una piedra-. No queremos hacer esperar a Harley, ¿verdad?