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– Eso depende de ti.

– ¿Ah, sí? -se incorporó súbitamente, y se colgó del hombro un bolso negro de flecos. Dirigiendo una mirada final de desprecio al complejo de su padre, dijo-: De acuerdo. Entonces vamos. Puedes darme una vuelta por Seaside.

– ¿Qué hay allí? -preguntó él.

La sonrisa de Tessa iluminó la noche.

– ¿Qué no hay?

Harley llegaba tarde. Claire, caminando por el muelle donde se encontraba amarrado el velero de su padre, estaba a punto de dejarle plantado, no sólo en aquella ocasión, sino para siempre. La idea le causó un escalofrío en el corazón que le puso los brazos con piel de gallina.

– Oh, Harley -susurró, sintiéndose tonta, tal y como sus hermanas la habían llamado.

El dulce y perfecto Harley había cambiado. Últimamente parecía preocupado, siempre llamándola para cambiar los planes. Cuando empezaron a salir, todo el tiempo del mundo para estar con ella no le parecía suficiente, y nada, nada le habría impedido verla. Cuando Neal, su padre, se enteró, no dejó de despotricar, pero a Harley aquello le había entrado por un oído y le había salido por el otro. Las advertencias de Weston, su hermano mayor, sólo le habían hecho volverse más atrevido, y los lloriqueos de Paige parecían haber avivado el fuego de su pasión.

Claire también habría hecho cualquier cosa por estar con él aquellas primeras semanas. Harley era amable, dulce, alegre y adoraba a Claire. Había renunciado a todo, incluida su anterior novia, y había tenido que soportar la ira de su padre y las burlas de su hermano al prometer quererla. Y ella, con su corazón joven e ingenuo, le había creído.

Pero las cosas habían cambiado, pensaba, reclinada en la baranda del embarcadero, mientras miraba las oscuras aguas donde podía ver el reflejo de las luces que quedaban sobre su cabeza, una línea brillante de puntos arriba y abajo en la superficie del agua. Podía notar el cambio de Harley en el ambiente, como si se tratara de un cambio en la dirección del aire, una ligera alteración en la necesidad que sentía por estar con ella.

El error había sido haber hecho el amor con él. Desde aquella tarde, en que cruzaron la línea invisible entre dos amantes, una barrera que habían jurado no traspasar, su relación había cambiado.

Sucedió un día en que estaban solos, navegando con canoa. Se detuvieron en una pequeña cueva en la orilla norte del lago. Harley llevaba una botella de vino que había cogido de la bodega de su padre. Juntos, bajo el sol veraniego acariciándoles la piel, bebieron, brindaron, nadaron, chapotearon, rieron y se besaron, locos de amor.

Claire nunca antes se había sentido tan mareada. Ya había probado el alcohol, pero aquella tarde había algo mágico. Dejó de preocuparse por los riesgos, rodeada de aquella suave brisa que le acariciaba las mejillas y alborotaba el cabello negro de Harley.

Harley estaba más atrevido aquella tarde, más intenso de lo normal, y las ideas de Claire comenzaron a desordenarse. Los besos de Harley se hacían más intensos, agotadores, mientras que Claire abría la boca de buena gana y dejaba que Harley le rozara su atractivo cuerpo con las manos. Aquellos dedos se deslizaban sin vergüenza alguna por encima del traje de baño, y se deshicieron de los pedazos de ropa en un movimiento rápido y diestro, como si lo hubiera hecho cientos de veces antes. Abrazándola con fuerza sobre el agua, le besó los pechos por encima y por debajo de la superficie. Claire sintió un hormigueo y un cálido deseo se extendió por todo su interior.

– Pon las piernas alrededor de mi cintura -le pidió dulcemente, con las pestañas salpicadas por gotitas de agua dellago.

Tras hacer lo que le pidió, envolverle con los muslos el musculoso torso, se dejó caer hacia atrás, con el pecho desnudo bajo el cálido sol de verano. Harley susurró:

– Esto es una chica -y la besó en el abdomen.

Claire estaba flotando, dejándose llevar por una nube de sensaciones. Mientras, Harley la conducía a la orilla y empezó a acariciarle el pecho fervientemente. Se lo tocaba y chupaba, lo que producía un remolino de pasión en ella. Harley cogió la mano de Claire y se la llevó a la entrepierna, gimió y le juró amor eterno. Se bajó el bañador y Claire lo vio, por primera vez, desnudo. Tenía el pene rígido y preparado, algo que asustó un poco a Claire, pero él, decidido, le quitó el resto del bikini.

Ambos estaban desnudos. Continuaron besándose, felices, frotándose el uno contra el otro, gimiendo y deseándose. Él no preguntó, y Claire no puso objeción alguna. La acostó sobre la arena, le separó las piernas con sus rodillas, y, empujando con un movimiento rápido, le robó la valerosa virginidad que ella había guardado durante diecisiete años.

Le había dolido, sí, había llorado, pero Harley la besaba, y las lágrimas desaparecieron después de que, tras tres rápidos empujones, él se desahogara. Harley dejó caer el cuerpo sobre ella, jadeando de éxtasis, y juró que la querría hasta el fin de sus días.

No habían planeado lo sucedido, pensó mientras recorría con una mano la desgastada baranda y un gato negro y flaco salía disparado por entre las sombras. Habían hablado sobre la posibilidad, por supuesto, ya que ambos habían experimentado y se habían acariciado, pero habían acordado esperar a ese último acto de consumación hasta estar casados.

Pero aquella tarde, bajo el caluroso sol que les animaba y con aquel vino que les había empañado el juicio, habían hecho el amor.

Claire tenía los dedos sobre la baranda, y cuando cerró los ojos todavía podía recodar a Harley aquella tarde: su cuerpo sudoroso, sus músculos contrayéndose, su cara con expresión de triunfo cada vez que entraba en ella. Claire estaba ciega de deseo, caliente, con un ansia que le hacía pensar que él era el único hombre que podía complacerla. Feliz y tonta como una enamorada.

Por aquel entonces habían jurado estar siempre juntos, casarse, tener hijos, cicatrizar las heridas que existían entre las dos familias, pero luego Harley había cambiado. No sonreía con tanta facilidad y quería practicar el sexo a todas horas. Siempre que estaban juntos, algo que no sucedía a menudo en las últimas semanas, esperaba que Claire le hiciera el amor. Parecía como si desde aquel día en el lago todo lo que deseara de ella fuese su cuerpo.

Aquello era de locos. Él la amaba, ¿no?

Claire oyó el coche de Harley y el corazón se le aceleró porque una parte de ella se preguntaba si volvería a dejarla plantada. Las pisadas golpeaban en el embarcadero, y Claire sonrió cuando le vio correr hacia ella.

– Siento llegar tarde -le dijo, mientras la rodeaba con sus brazos y escondía la cabeza en el ángulo de su cuello-. Dios, ¡cómo te he echado de menos! -Metió los dedos entre su pelo, y suspiró por encima del sonido del viento que soplaba sobre la bahía.

El corazón de Claire volvió a latir con normalidad y le perdonó. Aquel era su amado y dulce Harley, el chico al que amaba con toda su alma y corazón.

Cerró los ojos, le apretó contra ella, dejando atrás todas las dudas, miedos o preocupaciones que habían intentado acabar con su amor.

– Yo también te he echado de menos -le contestó, con la voz ronca y a punto de que se le saltasen las lágrimas.

– Perdóname.

El corazón de Claire casi dejó de latir.

– No tengo por qué perdonarte.

– Oh, Claire, ojalá lo supieras.

La desesperación de su voz resonaba en el alma de Claire.

– ¿Saber qué?

Harley contrajo todo el cuerpo, y la agarró tan fuerte que Claire apenas podía respirar.

– ¿Saber qué, Harley?

Él dudó durante unos instantes.

– Que te quiero. No importa lo que suceda, por favor, créeme cuando te digo que te quiero.

– Harley… no va a pasar nada -susurró, pero incluso aunque estaba pegada a él, sintió un escalofrío tan helado como el mar en invierno en lo más profundo de su corazón.