– Por el amor de Dios, Tessa, ¿por qué?
Tessa se encogió de hombros, con aquella actitud de «me importa un carajo». Se aproximó a la mesa y bostezó.
– ¿Por qué no?
– Ya sabes por qué, ese chico no trae nada bueno.
– ¿Porque es un Taggert? Venga ya, Randa, empiezas a hablar como papá.
– ¡Déjame, anda! Esto no tiene nada que ver con que sea un Taggert, y lo sabes. Ese chico tiene muy mala reputación.
«¿Y qué hay de Hunter? ¿Por qué no quiere que nadie sepa que sois pareja? ¿Se avergüenza de ti, intenta protegerte, o, como Weston, es alguien que no trae nada bueno?»
La radio estaba encendida. Sonaba una vieja canción de Kenny Rogers que flotaba por toda la habitación.
Ruby… don’t take your love to town…
Antes de que la canción terminara, Miranda apagó la radio.
Tessa dio una patada a una de las sillas, junto a la mesa del café, y se hundió en ella. Apoyó la barbilla en su mano, y sonrió hacia Miranda con una actitud descaradamente evasiva.
– A Weston se le considera el mejor partido de Chinook.
– ¡Escúchate! ¿De qué estás hablando? ¿El mejor partido? -Miranda abrió una bolsa de pan de molde y colocó, enfadada, dos rebanadas en la tostadora-. Sólo tienes quince años, ¡por Dios! ¡Quince años! ¡Eres una cría! ¡No necesitas encontrar marido!
El mal humor se mostraba en los labios de Tessa. Se frotó los ojos y la máscara de pestañas de la noche anterior se le corrió por las mejillas.
– Bueno, es que yo no pienso convertirme en una vieja solterona y arrugada.
– ¿Lo dices por mí?
– Tómatelo como quieras -Tessa jugaba con el salero y la pimienta, con la mirada fija en las fresas de cerámica, como si guardasen todos los secretos del universo.
Las tostadas saltaron de la tostadora. Miranda colocó dos rebanadas más y a continuación untó con mantequilla las primeras con un aire de venganza que le hicieron agujerear el pan.
– Yo no pienso convertirme en una vieja solterona, pero tampoco pienso ser el juguete de un chico rico. Weston Taggert es un aprovechado. -Usaba el cuchillo de la mantequilla para puntualizar sus palabras, sacudiéndolo en dirección a Tessa-. Saca todo lo que puede de las chicas. Luego, cuando se aburre, se deshace de ellas, como si fueran latas vacías.
– ¿Quién dice eso?
– ¡Cualquiera con cerebro!
Tessa se hundió más en la silla, sin prestar atención al plato de tostadas que Miranda había colocado en la mesa, junto a ella.
– Mira, lleva años yendo detrás de mí -reconoció Miranda.
Tessa se rió.
– ¿De ti? -Miró a su hermana, la que siempre había sido la decente-. No lo creo.
– Pues es verdad.
– Sí, vale, pues no me lo trago. ¿No tenemos nada de beber por aquí? ¿Zumo?
– En el frigorífico. -Miranda no pensaba servirle nada más a Tessa. Con la tostada era suficiente.
Quería advertir a su hermana sobre Weston una vez más, pero sabía que sólo le crearía frustración. No se podía discutir con ella. ¡Qué desastre! Tessa y Weston. A Dutch le iba a dar un ataque al corazón. Miranda sólo esperaba que aquello con Weston fuese un ligue de una noche.
– ¿Dónde está Ruby? -preguntó Tessa, mientras extendía la mano para alcanzar la tostada y empezó a rascar la corteza.
Miranda miró su reloj. Eran casi las diez en punto y Ruby Songbird aún no había aparecido. Miranda no podía recordar el día en que Ruby no hubiese estado en casa antes de las ocho, limpiando las ventanas, barriendo, haciendo pan en el horno y dando órdenes con actitud seria, esperando que nadie las cuestionara y que se obedecieran. Miranda descartó la idea de que le hubiese sucedido algo malo y volvió a centrarse en su hermana pequeña. Tessa siempre conseguía encontrar la manera de meterse en líos. Enormes líos que alteraban sus vidas.
– Mira, no sé que estás pensando, Tess, pero te equivocas liándote con Weston, créeme.
– ¿Cómo se equivocan Harley y Claire? -preguntó Tessa, desviando la mirada hacia la puerta, por donde entraba Claire, que pudo escuchar la parte final de la conversación.
– Es diferente. -Miranda se sintió en un aprieto, acorralada por la astuta zorra de su hermana.
– ¿Cómo? -se quejó Tessa.
Miranda contó en silencio hasta diez y miró directamente a Claire.
– Harley y Claire creen que están enamorados. Llevan saliendo juntos un tiempo, parecen estar comprometidos el uno con el otro y…
– ¿Qué pasa con Kendall Forsythe?
Claire se puso pálida como la luz del sol en invierno. Los dedos se le agarrotaron.
– ¿Qué?
– Harley no parece haber roto del todo con ella. -Tessa echó la silla hacia atrás. Si se había dado cuenta del dolor en los ojos de Claire, no lo demostró.
– Eso es mentira -dijo Claire convencida-. Kendall y él son historia.
– Pues a mí no me lo parece. -Tessa abrió la puerta del frigorífico y buscó algo dentro, hasta que encontró un bote de mermelada casera que había llevado Ruby y una jarra de zumo de naranja.
¿Ruby? ¿Se podía saber dónde estaba? Miranda se acercó a la ventana y miró el camino que llevaba a la entrada, que giraba por detrás del garaje y se bifurcaba hacia el lago y la piscina. Por donde llegaba Ruby cada mañana.
– No deberías creer nada de lo que dice Weston -dijo Claire, intentando no alterarse.
Cruzó al otro extremo de la cocina y se sirvió una taza de café, aunque no había suficiente para llenar la taza. Oyó las calientes gotas caer en el plato y volvió a colocar el recipiente de cristal en la cafetera. El pulso apenas se le alteró.
Tessa se mostró indiferente.
– ¿Por qué no? -cogió una cucharilla del cajón y la metió en el bote de mermelada.
– No es… no es alguien de quien te puedas fiar.
– ¿Y Harley sí? -Tessa curvó una ceja en señal de desconfianza, la hundió en la mermelada y apoyó la cadera en el armario.
– ¡Sí!
– Mira, Tess, no tenemos por qué discutir, simplemente ten cuidado, ¿de acuerdo? -sugirió Miranda.
– ¿Como tú? -Tessa sonrió sin vacilar, igual que un gato al engullir un canario. Relamió la cuchara-. Ya sabes, cuando estás con Hunter.
– ¿Hunter? ¿Hunter Riley? -preguntó Claire, frunciendo el ceño a la vez que se volvió para mirar a su hermana mayor.
– Según dice Weston, Randa se está viendo con Hunter a escondidas.
– Somos amigos -dijo Miranda, algo que no era mentira del todo.
– Y algo más.
– ¿De verdad? -Claire, siempre romántica, parecía intrigada.
El maldito Weston Taggert y su bocaza.
– ¿Cómo es ese dicho de no busques en el ojo ajeno la paja que tienes en el propio? -preguntó Tessa. Se dejó caer de nuevo en la silla y extendió una gruesa capa de mermelada en la tostada.
Miranda supo que su rostro, súbitamente acalorado, la había delatado.
– ¿Tú y Hunt? -Claire todavía estaba digiriendo aquella información-. ¿De verdad?
– Tampoco es para tanto.
Tessa dejó los ojos en blanco un segundo.
– ¡Sales con él! -Los labios de Claire formaron una pequeña sonrisa-. No me lo puedo creer.
– No. No es nada. -Aquello sí que era mentira. Sus sentimientos hacia Hunter eran importantes, muy importantes, la única y más significante relación que había tenido en su vida.
Tessa hizo un ruido despectivo con la garganta.
– ¿Qué diría papá, eh? Su hija mayor, la seria, la buena, la que hace planes de futuro para… ¿dónde era? ah, sí, Radcliffe, Yale o Stanford, ¿no?