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– Willamette.

Tessa volvió a gesticular con los ojos.

– Todos esos nobles ideales, cuando en realidad está saliendo con el hijo del portero, haciendo Dios sabe qué. -Chasqueó con la lengua y meneó la cabeza de un lado para otro haciendo teatro-. Y mamá, oh, Randa, piensa qué diría ella sobre salir con alguien por debajo de tu posición.

– No está por debajo… -Miranda volvió a cerrar la boca-. No me puedo creer que estemos teniendo esta conversación.

– Fuiste tú quien empezó.

– ¡Y la voy a acabar ahora mismo! -Miró de nuevo el reloj-. ¿Dónde está Ruby? Nunca llega tarde.

– Dale un respiro, ¿no? Mamá y papá están en Portland. Probablemente se haya dormido. Ya sabes lo que dicen. Cuando el gato no está…

Tessa se chupó el extremo del labio con la lengua.

– Parece que estás llena de viejos dichos, ¿no?

– El que se pica…

– ¡Venga, para ya! -Claire dio un buen trago al café-. Creo que vosotras dos tendríais que ser la primeras en saberlo.

– ¿Saber qué? -Miranda sintió el miedo recorrerle el cuerpo.

– Oh, oh. -Tessa dejó de sonreír.

– He tomado una gran decisión -Claire tomó aliento.

– ¿Sobre qué? -la ayudó Miranda.

Tessa sacudió la cabeza, como si ya hubiese adivinado de qué se trataba.

Claire dejó la taza en la mesa, dibujó una discreta sonrisa en su rostro y alargó la mano izquierda. En su dedo corazón destellaba un diamante, orgulloso, bajo la luz matutina.

– Ya es oficial -dijo. Su voz temblaba ligeramente. En sus facciones podía verse claramente la sensación de inseguridad-. No nos importa lo que piensen los demás. Harley y yo vamos a casarnos.

Capítulo 13

Las lágrimas de Kendall eran sinceras y amargas. Fluían de sus ojos azules del color de la porcelana hasta llegarle a la barbilla.

– No puedes -susurró, con los puños cerrados sobre la camisa de Harley. Su cuerpo parecía débil, debido al disgusto-. No puedes casarte con ella.

Se encontraban en la terraza de la casita en la playa de los padres de Kendall. Soplaba viento fuerte procedente del Pacífico, y la arena se levantaba por las dunas hasta llegar al suelo de la casa. El sol matinal era débil y Harley se mostraba tan frío como la muerte. Había ido a hablar con Kendall porque pensaba que debía ser la primera en saberlo. Ahora era consciente de que había cometido un error.

Tras las ventanas transparentes, vio a la madre de Kendall sentada en un sillón de piel, fumando un pitillo y sorbiendo café, con el periódico de la mañana. Parecía no tener el más mínimo interés por saber qué sucedía entre su hija y Harley, quien había estado saliendo con ella durante casi un año.

Gracias a Dios.

Harley quería consolar a Kendall, decirle que lo superaría, ayudarle con su dolor, ¿pero cómo podía cuando él había sido el causante? Su respiración caliente, mezclada con el llanto, resoplaba sobre su cuello y se sintió como un canalla. Mientras Weston disfrutaba rompiendo corazones de chicas, Harley lo odiaba.

– Mira, no quería que lo supieras por nadie más.

– ¿Pero qué… qué pasa si estoy embarazada? -Kendall se ahogaba al intentar hablar.

Harley sintió cómo el miedo, puro y verdadero, atacaba su sentido de la decencia.

– No lo estás.

– No… No lo sé -sorbió las lágrimas, e intentó arrimarse a él, pero renunciando, se separó.

Harley, por voluntad propia, la rodeó con los brazos. Avanzó un poco, para que la sombrilla, situada en una mesa de la terraza y agitada por el fuerte viento, pudiese ocultarles, por si la madre de Kendall les veía a través de la ventana.

– Tomamos precauciones. Ya te lo dije…

– Y yo te dije que nunca abortaría -dijo con tanta pasión que Harley se asustó-. Mi padre me mataría.

Se hundió contra él y Harley pudo oler su piel y el aroma del discreto perfume que llevaba, una fragancia que su tía le enviaba desde París cada Navidad.

– Todo saldrá bien.

– ¿Cómo?

– Yo… no lo sé -admitió, sintiéndose demasiado joven para enfrentarse a aquello. En realidad no creía que Kendall estuviera embarazada. Resultaba demasiado oportuno, encajaba con los propósitos de la chica a la perfección. Sin embargo, ¿cómo podría descubrirlo?-. Te acompañaré al médico -se ofreció.

– ¿Lo harías?

¡Maldita sea! Parecía esperanzada cuando lo que Harley intentaba hacer era averiguar la verdad. ¿Podía ser cierto? ¿Iba a ser padre? Oh, mierda.

– Por supuesto.

– Tengo la cita en tres semanas.

– ¿Tres semanas?

– Es lo más pronto que pude tener con el doctor Spanner en Vancouver. Probé un test de embarazo de esos y… y parece ser que… que estoy embarazada, pero quiero comprobarlo con un doctor.

– Oh, Dios.

Así que era verdad. Se le hizo un nudo en la garganta. Ella le sonrió.

– Por favor, hasta que nos aseguremos, no te precipites anunciando tu boda con Claire -arrimó su cabeza al pecho de Harley y supo que su corazón no podría decir que no. Tal y como nunca hacía. Señor, ¿por qué era tan niño?

– ¿Harley? -musitó, con la voz tan débil que Harley apenas podía oírla por encima del rumor de las olas. El agua salada se les pegaba a la piel.

– Sí -Harley jamás en su vida había tenido tanto miedo.

– Te quiero -suspiró contra su pecho-. No importa lo que suceda, siempre te querré.

– No. Por favor, Kendall…

– Haría cualquier cosa por no perderte.

– Estás hablando sin pensar.

– Puede ser -Kendall le miró con su rostro inocente. Sus labios descoloridos, sin pintalabios, le llamaban con señas-. Lo digo en serio. Pase lo que pase, me aseguraré de que me vuelvas a querer.

Y lo decía de verdad.

Weston encendió un cigarrillo. Lo dejó consumirse en un cenicero colocado junto al lavabo, mientras se remojaba la barba y a continuación extendía espuma de afeitar. Los ojos le escocían por la resaca y la cabeza le daba martillazos. Tenía un sabor asqueroso en la boca y le dolían ligeramente los músculos. Sin embargo, era de los que creía en el proverbio que dice que si vuelas con águilas por la noche, por la mañana despiertas con gorriones.

Con diestras manos se afeitó la barba de un día, y vio las marcas moradas en su cuello, chupetones de todo tipo. Tessa Holland le había hundido sus pequeños y ardientes labios contra la piel, succionándole más que cualquier otra chica con la que había estado. Demonios, se le ponía dura sólo de pensar en ella.

¿Quién habría pensado que era virgen teniendo en cuenta la manera en que se contoneaba por la ciudad desde hacía dos años? Cuando la llevó a la cabaña donde siempre llevaba a las chicas, Tessa estaba cachonda y dispuesta. No mostró miedo. Le besó y tocó como si fuese una mujer de mundo en lugar de una colegiala ingenua. En vez de una lolita.

Weston se cortó, dijo una palabrota, se frotó ligeramente la herida y se metió el cigarrillo Marlboro en un extremo de su boca, mientras continuaba afeitándose la barba. Debía haber tenido más cuidado, al menos haber utilizado condón, pero la idea de estarse acostando con una de las hijas de Dutch Holland le había dominado por completo.

Tessa no había sido su primera opción, por supuesto. Aquella obsesión se la tenía reservada a Miranda, pero esa noche no se sentía demasiado exigente. Tessa suspiraba cuando Weston la besaba, maullaba cuando le acariciaba los senos, gritaba cuando le mordisqueaba con los dientes los pezones de aquellos magníficos pechos, se excitaba con el roce de su lengua. Le tocó sus órganos sexuales como si estuviera acostumbrada, por eso Weston se sorprendió cuando, al abrirle las piernas, confiado en que estaría húmeda, notó que su cuerpo se resistía.

Sin embargo, no se detuvo. Tessa lo deseaba, se lo estaba suplicando, ¿o no? Parecía tan decidida a hacerlo como él. Al principió gritó, retorcida en aquella cama en la que Weston había practicado sexo tantas veces, pero enseguida se convirtió en el animal de sangre caliente que era en realidad.