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Y quería ver a Claire. Aunque sabía que estaba mal, que cometía un error.

Encendió la motocicleta, dejando atrás aquella casa que no le causaba más que dolor. Se adentró a gran velocidad por la carretera en la oscuridad de la noche. Puso a prueba su moto. Necesitaba oír el rugido del motor y sentir las ráfagas de aire salado. Reposó su cuerpo sobre el manillar, formando una curva cerrada. La Harley zigzagueó un poco, recuperó el equilibrio y siguió flotando sobre la carretera. Kane conducía por las inmediaciones del lago, cada vez más deprisa, como si le estuviera persiguiendo el mismo demonio. A través de los árboles y más allá del reflejo de la luna en el agua, vio la casa de Claire. Tenía docenas de ventanas cálidas y salía humo, apenas visible, de la chimenea, igual que en el cuadro de Currier e Ivés.

La verja estaba abierta y Kane no dudó en entrar. Condujo suavemente a través del camino, con las luces de la motocicleta guiándole. Se detuvo cerca del garaje, apretó los dientes y se dirigió hacia las escaleras del porche. Estuvo a punto de apretar el timbre, pero Claire estaba allí, acurrucada en una esquina del porche, con aquellas piernas largas dobladas, y sus ojos, brillantes a la luz de la luna, le miraron.

– ¿Qué estás haciendo aquí?

– Te estaba buscando. -Kane no se movió, simplemente se quedó contemplando el reflejo de las estrellas en el cabello de la chica.

– ¿A mí?

– He oído que te vas a casar.

Claire forzó una sonrisa.

– No me digas. Vas a intentar que no lo haga.

– No, si eso es lo que quieres.

– Lo es. -Dobló las piernas por debajo de la barbilla.

Kane se acaloró, imaginándose que la agarraba y salían corriendo todo lo rápido que les permitieran sus piernas. Abrazándola. Si ella no pudiera seguirle el ritmo, él la cogería en brazos. Pero no podían seguir allí, con la presencia de la muerte rondando por el bosque cercano, mirándoles con ojos posesivos y furiosos, como si no tuvieran escapatoria.

– Entonces espero que seas feliz.

– No lo dices sinceramente. -Abrió las largas piernas-. No has venido aquí a desearme «buena suerte» o «felicidades» -avanzó por el pequeño espacio que les separaba, y Kane pensó que había estado llorando, que tenía los ojos vidriosos. Claire arrimó su rostro para averiguar la respuesta en los ojos de Kane. Sus cuerpos casi se rozaban-. ¿Qué es lo que quieres de mí, Kane Moran?

– Más de lo que puedo conseguir -admitió.

Vio a Claire fruncir los labios un instante. Un buho ululó suavemente en un árbol próximo, y a lo lejos, al otro lado del lago, un perro, probablemente el sabueso viejo y lastimoso de su padre, aulló tristemente.

– Estoy enamorada de Harley Taggert.

– Y ese hijo de puta no te merece.

– ¿Por qué no? -preguntó, tan cerca de él que casi podía sentir su aliento-. ¿Por qué todo el mundo en esta maldita ciudad piensa que él no es bueno?

Kane vio las manchas coloradas que aparecieron de pronto en las mejillas de Claire.

– Es débil, Claire. Tú necesitas a alguien fuerte.

– ¿Cómo tú? -le desafió.

Kane la miró un instante, justo lo que duró el largo y solitario canto de un ave nocturna y el zumbido de un tren en la lejanía.

– Sí -admitió-. Como yo.

– Tú estás pirado.

– Aún no.

Claire suspiró, dejando los ojos en blanco. Kane no podía hacer otra cosa que continuar con las manos justo donde estaban, cruzadas sobre el pecho, de por vida. Se imaginó estrechando a Claire entre sus brazos y besándola, abrazándola tanto y tan fuerte que no se pudiera mover, inclinándola hacia atrás de tal manera que su cabello tocara las tablas del suelo mientras él la besaba. Pero no se movió, no se atrevía. Simplemente empezó a sudar y reprimió todas y cada una de las imágenes eróticas que ardían en su cerebro.

– ¿Qué quieres hacer? -preguntó Claire de pronto. Su voz se suavizó.

Kane soltó una risotada.

– No lo querrías saber.

– Claro que sí.

– No…

– Viniste aquí por una razón, Kane.

– Sólo quería verte otra vez.

– ¿Y nada más?

Kane dudó.

– ¿Qué?

El viento salado que soplaba procedente del océano le arrebató a Kane su fuerza de voluntad.

– Por Dios, Claire, ¿tú qué crees?

– No lo sé…

– Claro que lo sabes.

– No, Kane…

– Piénsalo.

Clavó su mirada en ella, luego bajó a sus labios. La sangre le hervía y un deseo compulsivo le dominó todos los músculos. Se inclinó hacia ella y le rodeó con las manos la suave y desnuda piel de sus brazos. Claire separó los labios y Kane sufrió una erección. Todo tipo de pensamientos recorrieron su mente, igual que la corriente rápida del río Chinook recorre la cima de las montañas.

– Cualquier cosa que creas que quiero, probablemente sea cierto.

– Sólo dilo -dijo ella, suspirando.

Kane se lo pensó, y decidió que, qué demonios. No importaba lo que Claire pensara.

– De acuerdo, Claire -dijo, con los dedos rígidos sobre los hombros de ella-. La verdad es que me gustaría hacer cualquier cosa y todo lo que pudiera contigo. Me gustaría besarte y tocarte y dormir contigo entre mis brazos hasta mañana, recorrer con mi lengua tu cuerpo desnudo hasta que te estremecieras de placer, y, más que nada en este mundo, ¡hundirme en ti y hacerte el amor el resto de mi vida!

Claire intentó apartarse, pero él sonrió y continuó en seguida.

– Querías saberlo.

– Oh, Dios.

– Y, créeme, yo nunca, nunca te trataría como te trata ese cabrón de Taggert. -La soltó.

Con aquellas estúpidas palabras resonándole en los oídos, caminó de vuelta a la moto, apoyó la bota en el pedal de arranque y lo empujó con fuerza. La máquina rugió y Kane condujo alejándose. Claire seguiría en el mismo lugar donde la había dejado, en el borde del porche, riéndose de él y de sus enfermas fantasías románticas.

– Idiota -susurró mientras la motocicleta cruzaba la verja de la propiedad del padre de Claire-. Jodido idiota.

Se dirigió hacia la ciudad, esperando dejar atrás la sensación de haber cometido el peor error de su vida. Fue entonces cuando oyó el primer coche de policía, aproximándose, persiguiéndole. Las luces, de color rojo, azul y blanco, ametrallaban la noche. Las sirenas chillaban.

Miró el cuentakilómetros y supo que la policía le había cazado. Iba a casi ciento veinte por hora, cuarenta kilómetros por encima de lo permitido. Se apartó a un lado de la calzada, pero el coche policía pasó de largo. El oficial ni le miró. Un segundo después apareció una ambulancia a gran velocidad. En el horizonte, Kane vio llegar otro coche de policía que se acercaba furiosamente y le pasó de largo.

El corazón le latía con fuerza. Volvió a incorporarse a la carretera y se sintió aliviado unos minutos, mientras cruzaba la última colina en dirección a la ciudad. Por muy mala que hubiese sido aquella noche, al menos no le habían puesto otra multa. Volvió a ver a la policía doblando la esquina de Third Street, cerca de la vieja fábrica de alimentos. Los coches policiales estaban aparcados desordenadamente, los policías controlaban el tráfico y los peatones se situaban en la acera izquierda, más allá de la quinta casa de la calle, una casita nueva propiedad de Ruby y Hank Songbird.

Lo primero en lo que pensó Kane fue en Jack, ya que siempre tenía a la policía pegada al culo. Kane estaba seguro de que aquello tenía algo que ver con Jack. ¿Qué es lo que pasaba ahora? Ya le habían arrestado por robar un coche cuando tenía dieciséis años, por posesión ilegal de alcohol a los diecisiete, por disparar contra buzones y farolas justo antes de cumplir los dieciocho, pero ahora la cosa empeoraría. Le tratarían como a un adulto, como a un criminal serio, y no como a un delincuente juvenil al que sencillamente le dominaba la energía.