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Weston se apartó para que no le vieran. Riley, sudando como un cerdo, cayó sobre Miranda, apretándola, aplastándole aquellos magníficos pechos. Le susurró algo al oído y luego levantó la cabeza un instante. Sus ojos, negros en la oscuridad, parecían estar mirando directamente a Weston. Era imposible, por supuesto, no podían verle entre las sombras de los abetos. Sin embargo, era como si Riley le estuviese mirando.

Weston aguantó la respiración. Gotas de sudor le recorrieron el cuello. Apartó la mano de los calzoncillos.

Miranda dijo algo y Hunter volvió a dirigir la atención a aquella preciosa mujer de piernas largas que tenía bajo él.

Mientras Weston volvía sendero arriba, el deseo le palpitaba en el cerebro. Tropezó una vez, chocando con el pie en una maraña de raíces, se arañó el rostro con las agujas de un abeto, pero finalmente encontró el camino de vuelta al embarcadero.

El corazón casi se le detiene al ver a Tessa al borde del embarcadero, con los pies rozando el agua, a menos de doscientos metros del lugar donde yacía el cuerpo desnudo de su hermana.

Cuando Weston se acercó, Tessa se volvió. Weston notó restos de lágrimas en sus ojos.

– ¿Has disfrutado del espectáculo? -le preguntó. Su voz era un susurro áspero que probablemente resonó en todo el lago.

– Salgamos de aquí.

– ¿A ti qué te pasa? -exigió-. ¿Por qué sigues viéndome cuando lo que de verdad deseas es estar con ella?

– ¿Con quién?

Tessa se apartó el pelo de la cara.

– No te hagas el tonto. Tengo ojos, ¿sabes? Por eso sé que deseas a Miranda. Ojalá entendiera tu fascinación hacia ella.

Weston no discutió ni Tessa rompió a llorar.

– Está enamorada de Hunter, ¿sabes? -Poniéndose en pie, se sacudió las manos y se limpió cualquier rastro de lágrimas que le quedase en el rostro. Si tenía algo, era orgullo-. No sé por qué, pero Miranda piensa que el cielo, la tierra y las estrellas giran en torno a él. -Se frotó la nariz con el dorso de la mano y se puso derecha. Cuando Weston intentó tocarla, se apartó de él rápidamente, a punto de caerse en el agua-. ¿Quién lo habría pensado? La princesa de hielo es la princesa del fuego para el hijo del portero. -Dedicó una fría sonrisa a Weston mientras le miraba fijamente-. Duele, ¿verdad?

– Tessa -le dijo, rodeándola por la cintura.

Le apartó la mano.

– No me toques -rechistó, echándose hacia atrás y dándole una bofetada. Zas. El sonido resonó en el agua-. No me vas a utilizar como a una puta de dos dólares. Vete con Crystal, si lo único que quieres es un revolcón rápido.

Weston enfureció.

– Eh, espera un momento -ordenó, asiéndola por la pequeña cintura.

¿Qué estaba sucediendo? Tessa, que siempre había estado tan dispuesta a complacerle, de pronto se estaba volviendo contra él, mostrándole más pasión de la que había visto en semanas. Weston la arrastró a lo largo de la orilla del lago, por un camino situado lejos de Miranda, lejos de su casa.

– ¡Suéltame, cabrón! -Tessa escarbó en la tierra y se agarró a una raíz. Con un sonoro desgarrón, la blusa se le enganchó a una rama y se le rompió.

– ¿Por qué?

– ¡Porque se acabó!

Tessa forcejeaba y Weston la agarró con más fuerza, a la vez que sentía un calor en la ingle provocado por la pelea.

– Se acabará cuando yo lo diga.

– Déjame en paz, Weston, o te juro…

Le tapó la boca con la mano y sintió cómo Tessa le hundía los dientes en la palma. Pero ni se inmutó. La dejó esforzarse tanto como quiso. Ahora era suya. La ira hacía crecer la pasión en Weston. La furia le provocó una erección. El pene le ardía. Tessa estaba asustada, podía sentir el cambio de su cuerpo, la tensión. El olor del miedo le llegó a los orificios de la nariz. Weston creyó que iba a correrse en los pantalones.

– ¿No sabes que conmigo nadie juega, Tessa? ¿Aún no te has dado cuenta?

Tessa se agitaba, resistiéndose, retorciéndose de tal manera que le dio un rodillazo a Weston en la ingle.

Éste sintió un fuerte dolor en la entrepierna. Expulsó un resoplido.

– ¡Puta! -resolló, sacudiéndola-. ¡Maldita puta! ¡Ahora vas a ver!

Se inclinó, la arrastró por encima de las piedras, por entre el ramaje de las moreras que se les enganchaban y arañaban a medida que pasaban, entre los troncos caídos, hasta llegar a un claro donde estaba aparcado su coche. Él sudaba y respiraba con dificultad, pero se encontraban tan lejos de la casa de los Holland que aunque fuera tan estúpida para gritar nadie podría oírle. No importaba lo que intentase.

Metió una mano en el bolsillo y cogió el cuchillo de Jack Songbird. Lo abrió con un clic y se lo puso ante los ojos.

– No hagas ninguna tontería y no te pasará nada…

La soltó. Tessa le escupió, a la vez que intentaba escapar.

– Te estás buscando problemas -protestó.

– ¿Yo? Me parece que eres tú quien necesita ayuda.

– No te tengo miedo, Weston -dijo con suficiente coraje para convencerle. Pero tenía la voz algo temblorosa y no podía apartar los ojos del arma que acababa de empuñar Weston-. De hecho… ¡creo que eres patético!

Sudaba, y Weston podía notar el olor de su cuerpo. Tessa se volvió, con intención de salir corriendo, pero Weston se abalanzó sobre ella. Exclamó un débil chillido, justo antes de que él le pegara el cuchillo al pecho.

– Suéltame, chupapollas.

– De ninguna manera, Tessa. Teníamos una cita, ¿recuerdas?

La agarró firmemente con los brazos. Notó la columna vertebral de la chica contra su pecho, aquel culo redondito rozándole su entrepierna. Ella intentaba liberarse. Los senos chocaban contra sus brazos y tenía el aliento caliente como el fuego de un dragón.

– Suéltame, maldita sea.

Weston olió el miedo, lo que le provocó aún más. Era un demonio de mujer. Le lamió la zona del nacimiento del pelo. Ella echó la cabeza para atrás, esperando hacerle daño. Zorra estúpida.

– Cuidado, cariño.

Weston le mordisqueó la piel salada.

Tessa gritó.

– Eso ha sido por la bofetada.

Tessa empezó a temblar. Weston adoraba el sentimiento de poder que le provocaba el temblor. El sentimiento de que él podía controlarla, usarla como si fuera su esclava personal.

– Ahora, vas a hacer exactamente lo que yo quiera, perra, y no vas a parar hasta que te lo diga. Ponte de rodillas.

La tiró al suelo. Agarró el cuchillo como si fuese a utilizarlo en cualquier instante.

– Ahora, preciosa, bájame la cremallera del pantalón.

– No…

Le cogió un mechón de pelo y se lo cortó.

– ¡Ahhh!

El cabello rubio cayó al suelo.

– Ahora, bájame la cremallera del pantalón y chúpamela como una buena chica.

– Ve a buscar a Miranda. Es a ella a quien deseas -dijo valientemente, aunque tenía los ojos llenos de miedo y los labios le temblaban.

– Está ocupada.

– ¿Qué te importa? A ti te gusta hacértelo con más de una a la vez.

– Ya le tocará.

De repente, Tessa se abalanzó sobre Weston y le pegó un puñetazo por debajo de la mejilla.

– ¡Joder! -Contrajo el rostro. Cayó al suelo-. Deja de jugar, zorra -dijo, mientras le caían gotas de sangre en el hombro-. Desabróchame los pantalones y…

– Te odio.

– ¿Ah sí? Pues muy mal. Ahora no tienes elección y si vuelves a morderme… te rajo.

– No lo harás -dijo de pie frente a él, comprendiendo de pronto la situación-. No vas a matarme, ni siquiera a herirme porque te cogerían. Incluso aunque no tuviesen ni la más mínima prueba, mi padre te daría caza como a un perro. La gente nos ha visto juntos, y ahora -le mostró las manos, cuyas uñas estaban sucias y ensangrentadas- habrá restos de tu sangre en mis manos.