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El corazón de Weston se detuvo un instante.

La sonrisa de Tessa reflejaba pura maldad.

– Si me fuerzas a hacer cualquier cosa que yo no quiera, y quiero decir cualquier cosa, se lo diré a mi padre y te denunciaré en la comisaría. Te arrestarán por… invasión de la propiedad ajena, y… agresión y abusos a una menor.

Weston no la creía.

– No serías…

– Cabrón, te mataría antes de volver a dejar que me tocaras.

Weston alargó la mano, pero Tessa la apartó.

– Irás a la cárcel, Weston. Mi padre se encargará.

Le miró con la mandíbula desencajada y los ojos llenos de furia. Tenía la piel manchada de barro y la blusa rasgada. Miraba a Weston como si quisiera hacerle pedazos con sus propias manos.

– Por Dios, no serías capaz.

– Ándate con ojo -le advirtió.

Los ojos le chispeaban como a un animal herido. Weston se acordó de una zarigüeya a la que había cazado con una trampa, y de cómo aquella bestia había gruñido, mostrándole sus dientes afilados, antes de que la rematara.

– Vete de aquí -le ordenó. No estaba bromeando.

Cada músculo del cuerpo de Weston le pedía echarse sobre ella, arrojarla al suelo y arrancarle la ropa. Pero no era lo bastante estúpido para cometer aquel tipo de error. Ahora no. Tessa era, le gustase o no, una niña.

«Más tarde», se dijo a sí mismo. Se encargaría de ella más tarde, cuando estuviese a salvo y Tessa no tuviese la sartén por el mango. Cerró la navaja y subió al coche. Salió zumbando, seguido de un chirrido de ruedas, botando por aquel camino empedrado y viejo que les había llevado a aquel lugar situado en ninguna parte. Con la espalda tiesa por el orgullo, miró a Tessa por el espejo retrovisor, cuya ropa desgarrada parecía más bien una banda honorífica.

Weston agarraba el volante con manos sudorosas. Dobló la esquina y puso segunda. La sangre le hervía en las venas. Las sienes le palpitaban. Si aquella pequeña zorra pensaba que tenía la última palabra, estaba equivocada. Muy equivocada.

– Hijo mío, te estoy diciendo que cuento contigo.

Neal señaló con su grueso dedo en dirección a Weston. Mientras tanto, el viejo aparato de aire acondicionado en la oficina de Weston del aserradero zumbaba a través de la rejilla de la ventilación.

– Alguien tiene que inculcar en tu hermano un poco de sentido común. ¡Nadie, y quiero decir nadie, en esta familia, se va a unir a una Holland! Por Dios santo, ¿es que no se da cuenta de que sólo quiere su herencia?

Paseándose desde un extremo de la oficina hasta el otro,se frotaba la calva con un pañuelo. Su rostro colorado estaba más rojo de lo habitual. Abría los orificios nasales debido a la indignación que sentía y los dientes de oro le brillaban mientras hablaba. Tenía gotas de sudor en la frente, las cuales le mancharon las mangas de la camisa.

– ¿Qué demonios te ha pasado en la cara?

Weston forzó una sonrisa, a pesar de que recordar las uñas de Tessa le hacía encolerizar.

– Tuve una discusión con una puta. -Aquello no era del todo mentira.

– Demonios, ¿no sería la hija de los Songbird?- ¿Crystal? No.

– Bueno. No podemos permitirnos hacer enfadar a ninguna tribu local, ya lo sabes. Poseen tierras valiosas en esta zona, tierra que podríamos querer comprar para construir otro complejo que hiciera competencia al del viejo Dutch. Incluso aunque ambos sepamos que Jack Songbird era un vago, sus padres podrían empezar a quejarse con el tema de la discriminación y eso. Toda la maldita tribu podría verse envuelta.

– No creo que estén dispuestos a empezar una guerra -dijo Weston con desprecio-. Tranquilo.

Neal suspiró como si estuviese harto del mundo entero.

– Quizás tengas razón. Pero seguimos teniendo problemas, empezando por tu hermano y sus estúpidos planes de casarse con una de las hermanas Holland. Joder, qué mierda.

– ¿No crees que Claire Holland heredará suficiente dinero de su padre? ¿De verdad crees que también busca el nuestro?

– Por supuesto que sí. Es codiciosa, como el hijo de puta de su padre. Dutch nunca me ha perdonado haber pujado más alto por aquel trozo de terreno situado al norte de Seaside.

– Y por construir Sea Breeze.

– Sí. Aquello le sentó como una patada en el culo. -Neal rió entre dientes. Los de oro le destellaban al sonreír-. Conseguí que Stone Illahee pareciese una baratija. El cabrón se lo merecía.

– Pero aquello fue hace años.

– Bueno, es que ese viejo pesado es muy rencoroso.

– Quizá haya llegado la hora de enterrar el hacha de guerra.

– Ni hablar. No hasta que Dutch dé el primer paso.

– ¿Por qué?

Los ojos de Neal se oscurecieron.

– Esto va más allá de lo profesional, hijo. Es personal.

«Puedes apostar», pensó Weston, y se preguntó si el viejo sabía que su mujer se había estado acostando con su peor enemigo. Mentalmente, Weston vio la pecosa espalda de Dutch y el espejo roto en la casa de campo. Desde aquel fatídico día, su madre y él no se habían llevado bien. Las mentiras habían estado presentes entre ellos. Siempre.

Neal se aflojó la corbata.

– Así que no juegues a ser el abogado del diablo conmigo. Le dije a Harley que le desheredaría antes de dejar que ninguna zorra Holland pusiera sus asquerosas garras en mi dinero, y lo dije en serio. Lo mismo sirve para ti. -Se frotó la cara con el pañuelo-. Señor, qué calor.

– Yo no soy quien está pensando en casarse con una Holland -señaló Weston, todavía con un humor de perros debido a la noche anterior, en que había pillado a Miranda con Riley. Y Tessa. Que esperara a que la cogiese a solas. Se iba a arrepentir de lo que le había hecho.

– Lo sé, pero Harley… Oh, jamás ha tenido el más mínimo sentido común. Siempre ha sido un niño llorón. La primera vez que supe que estaba saliendo con una de las hijas de Dutch imaginé que simplemente era una aventura, un acto de rebeldía, nada de lo que preocuparse. Pero luego no dejó de verla, seguía saliendo con ella. -Neal se apretó el puente de la nariz como si intentase evitar un dolor de cabeza-. ¿Qué tenía de malo Kendall? Eso es lo que a mí me gustaría saber. Es mucho más guapa que las tres Holland juntas, y su padre y yo nos llevamos bien, tenemos negocios en común. ¿Por qué demomos Harley no se quiere casar con ella?

– A mí no me lo preguntes.

Weston se hizo el inocente y su padre estaba tan absorto en la necesidad de desahogar su ira que ni se dio cuenta.

– Veremos si le gusta estar sin un solo centavo. Le voy a dar una oportunidad más para que vea las cosas con claridad, y luego, si esa tal Claire Holland no ha desaparecido en una semana, le echaré del trabajo, le quitaré el maldito Jaguar y le echaré de casa. Entonces descubriremos de qué pasta está hecha esa Holland. Apuesto diez a uno a que echa a correr en otra dirección.

Weston no iba a formar parte de aquella apuesta. Pensaba que Claire tenía más aguante del que su viejo padre se creía.

– Quizá sea una amante espectacular -opinó Weston. De nuevo sus pensamientos giraban en torno a Miranda.

– Muy bien. Puede follársela hasta que se acabe el mundo, ¡pero no puede casarse con ella!

– ¿Cuál es la diferencia?

Neal miró a su hijo como si Weston acabase de anunciar que quería construir un nuevo complejo en Júpiter.

– La diferencia es que si sólo duerme con ella y la utiliza como a una puta, él gana. En cambio, si ella consigue cazarle y casarse con él, entonces ella gana. Por Dios, no tendría que hacer falta que te lo explicara.

– Así que se trata de respeto.

– Bingo -Neal se frotó la cara, refunfuñó entre dientes, empezó a agitar las manos, como asustando a una mosca molesta-. Tú sólo asegúrate de que entienda lo que está en juego. Ahora, hay un par de cosas de las que tenemos que hablar. Quiero que se realice una auditoría, luego, una reunión con Jerry Best de Best Lumber para ver por qué retiró su cuenta y… una especie de indemnización para la familia Songbird, ya sabes, por la muerte de su hijo.