Hunter se mordió el labio inferior y sacudió la cabeza de un lado a otro.
– Va a ser difícil.
– Todas las cosas buenas lo son.
– Así que ahora eres filósofa.
– No -dijo, levantado la barbilla-. Lo que soy, o mejor dicho, lo que voy a ser, es madre. -Cogió la enorme mano de Hunter, hablando con voz temblorosa-. Te guste o no, Hunter Riley, tú vas a ser el padre.
– Por Dios.
– En mi opinión, serás el mejor padre del mundo.
Las manos ásperas y fuertes de Hunter apretaron los dedos a Miranda.
– Lo que yo soy, Miranda, es un don nadie. No he tenido tiempo para ser nadie aún.
– Tú eres alguien para mí y para esta personita. -Arrastró lentamente su mano hasta colocarla sobre el liso abdomen. Hunter tenía el rostro pegado al de Miranda. Ella le besó en la mejilla-. Creo que tú y yo podremos enfrentarnos al resto del mundo, Hunter.
– Yo creo que tú podrás. No estoy seguro de que yo pueda.
– Ten fe. -Le volvió a besar en la mejilla-. Juntos, Riley, formamos un buen equipo.
– ¿Eso crees? -Levantó un extremo del labio, mientras continuaba con la mano colocada posesivamente sobre el vientre. El anillo hacía fricción sobre la piel desnuda de Miranda.
– Lo sé.
– Bueno. -Su voz se relajó al volver a tumbarse sobre las sábanas. Tomó a Miranda entre sus brazos y la colocó a su lado-. Vamos… vamos a pensarlo detenidamente. Sabes que nada me gustaría tanto como pasar el resto de mi vida contigo.
El corazón de Miranda renació.
– ¿Ah, sí?
– Y siempre he esperado que algún día, cuando terminase los estudios, comprase una casa y, ya sabes, me estableciese por mi cuenta, tuviésemos la oportunidad de vivir juntos.
– Y he aquí la oportunidad.
Hunter la miró fijamente a los ojos y suspiró.
– Esto, el bebé, no formaba parte de mi plan.
– Ni del mío.
– ¿Qué pasará con tu carrera?
– Un bebé no la detendrá. Simplemente la dejará en espera.
Hunter pensó un minuto.
– Será duro.
– Lo sé, pero no es lo mismo que si no tuviésemos dinero.
– Olvídate de eso. Si vamos a meternos en esto, quiero decir, a casarnos y a formar una familia, tendremos que hacerlo por nosotros mismos. Nada de recibir ayuda por parte de tu padre. Nada de tocar el dinero que tienes ahorrado para la universidad.
– Pero son mis ahorros -comentó ella- y tampoco es tanto.
– No vamos a tocarlo. -La besó en la frente-. Soy lo bastante machista para querer mantener a mi mujer y a mis hijos. Oh, Dios, ¿me has oído? ¡Mis hijos! -Se rió y la abrazó, colocando una pierna por encima del cuerpo de Miranda-. Esto es de locos…
– Ya lo sé.
– Pero te quiero.
– Yo también te quiero. -Miranda consiguió librarse de las malditas lágrimas que le empañaban los ojos.
– En fin -dijo Hunter con una medio sonrisa- supongo que ya no hay manera de dar marcha atrás. -Se levantó de la cama, apoyó una rodilla en el suelo y, con la luz del fuego sobre su cuerpo desnudo, le hizo la pregunta que Miranda tanto esperaba-. Miranda Holland, ¿quieres ser mi mujer?
Así que era verdad.
Randa era una zorra presumida que se creía superior a los demás.
Tessa, escondida en el estudio abandonado de su madre, se sentó en la repisa de la ventana, contemplando el juego de luces sobre el agua de la piscina. Había media docena de lienzos sin acabar esparcidos por toda la habitación, y un torno de alfarero cogiendo polvo. Tessa empezó a tocar una melodía con su guitarra, intentando calmar la rabia que la carcomía por dentro desde el mismo momento en que vio a Weston espiando a Miranda y a Hunter en la orilla del lago.
– Que se vayan todos al diablo.
¿Qué tenía Miranda que ella no tuviera? ¿Era porque Miranda era más alta, más sofisticada, más mayor y…? Oh, ¿qué más daba? Weston era un enfermo. Cada vez que recordaba aquel cuchillo sobre su pecho, el filo helado contra su piel… era como si Weston quisiera realmente hacerle daño. Jamás había tenido tanto miedo en su vida.
«Espero que arda en el infierno.»
Las manos le temblaban un poco al rememorar la horrible situación. Se alegraba de haber cortado con él. Se alegraba. Se alegraba. Se alegraba. Que le fuese a otra con sus fantasías de enfermo.
«¿A otra como Miranda?»
Se equivocó de acorde.
«¡Mierda!»
A Tessa nunca le había gustado perder, y menos frente a una de sus hermanas. No se trataba sólo de que Randa tuviese razón sobre Weston, sino que también era el objeto de su obsesión. Esto último molestaba a Tessa y hacía crecer la rabia que ardía en su interior.
Si fuera capaz, debería hacer con Weston lo que él había hecho con ella. Coger un cuchillo o un arma y hacerle sudar. Observarle mientras él se desnudaba y le forzaba a realizar algún acto humillante, quizás a masturbarse delante de ella.
– Olvídalo -se dijo-. Olvídate de él. -Pero la bestia furiosa que llevaba en su interior continuaba creciendo.
No se sentía satisfecha dejando las cosas tal y como estaban. Weston tenía que pagar por lo que había hecho.
Tessa no oyó el ruido de pisadas en las escaleras. Así pues, se sorprendió cuando llamaron a la puerta antes de abrirla. Miranda entró en la habitación.
¡Genial! La última persona a quien le apetecía ver.
– Estoy practicando -dijo Tessa, sin apenas mirarla.
– Lo sé. Te he oído.
– Me gustar practicar a solas.
Randa no pilló la indirecta. Caminó descalza con sus piernas largas hasta la mitad del cuarto. Era tan guapa como su madre, pero tenía un cuerpo más escultural. Miranda había pasado años subestimado su cuerpo y evitando a los chicos. Sin embargo, tal y como Tessa sabía de sobras, a los ojos de Weston, Miranda era una diosa.
– Creo que deberíamos hablar. -Miranda cruzó las piernas al sentarse en el borde de una vieja otomana.
– ¿De qué? -Tessa seguía tocando una melodía en la guitarra, punteando las cuerdas una tras otra, ignorando el hecho de que su hermana mayor estuviese realmente preocupada. ¿A quién le importaba? Miranda casi todo el tiempo era una zorra moralista, y el resto una pesada.
– De Weston.
Tessa golpeó las cuerdas con tanta fuerza que se cortó con el metal tenso en las yemas.
– Joder -se quejó-. Mira lo que me has hecho hacer. -El rencor le hervía en el corazón. Apretó los labios, se echó el cabello por encima de los hombros y se chupó la sangre de los dedos-. Para que lo sepas, me importa una mierda Weston. Ahora, ¿quieres algo más?
– Sí. Me gustaría saber si estás bien -respondió Randa.
– Como puedes ver, estoy muy bien.
– Como puedo ver, estás aquí, escondida, con todas estas sucias reliquias.
– ¿Escondida? Eso me da risa.
– Y seguramente también lamiéndote las heridas, y no me refiero a los dedos.
Los músculos de Tessa se tensaron. No podía agarrar a Miranda por el cuello y decirle a Su Alteza que ella era el motivo por el que su vida se había derrumbado.
– No sé adónde quieres ir a parar. -Devolvió la atención a la canción que estaba intentando componer.
– Weston tiene la cara como si le hubiesen pasado un rastrillo por encima.
Tessa tocó una nota agria.
– ¿Le has visto?
– Sí, hoy. Estaba parado en un semáforo de la ciudad, y yo estaba cruzando por el paso de cebra, camino a la biblioteca y… bueno, sé que parece extraño, pero su coche tenía la capota bajada y, aunque llevaba gafas, le pude ver bien la cara. Tenía un lado como si un gato le hubiese clavado las zarpas. Pensé que podría haber tenido un accidente… o tal vez una pelea.
– Bingo. La chica brillante de nuevo deduce lo ocurrido. Sabes Miranda, deberías ir a algún programa de televisión ¿cuál es ése donde adivinan unas claves? ¿«Concentración»? Eso es lo que a ti te va.