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– ¿Le arañaste tú? -preguntó Miranda.

– Sí, Sherlock, fui yo -reconoció Tessa encogiéndose ligeramente de hombros-. Todo lo que pude. Y si pudiese hacerlo ahora, lo volvería a hacer, pero esta vez le arrancaría los ojos de las cuencas.

– ¿Por qué?

– Se puso como loco, ¿vale?

– Porque…

– A ti qué te importa.

– ¿Te hizo daño? -preguntó Miranda.

El corazón de piedra de Tessa se agrietó al notar la preocupación en el tono de su hermana. Sí, le había hecho daño. No había podido dormir en toda la noche. No hacía más que mirar por la ventana, a través de la tremenda oscuridad, y pensar en cómo reconquistar a Weston, con el único fin de rechazarle más tarde. O también en cómo matarle, de manera que sintiese placer al hacerlo.

– Hemos roto -reconoció, inclinando la cabeza hacia la guitarra de nuevo-. Tenías razón sobre él y yo estaba equivocada. ¿Satisfecha?

– Sólo si estás bien.

– Estoy bien. Siempre estoy bien -dijo Tessa, señalándose el pecho con el dedo pulgar-. Soy una superviviente.

– Weston no merece que te sientas mal por él.

– No empieces con tus sermones. Ya me los sé, y ya tengo una madre. ¿Recuerdas?

– Pero sólo tienes…

– Sí, sí. Quince años. Ya lo sé. -Dejó de tocar la melodía y abandonó la guitarra en una desordenada mesa con paletas viejas y un geranio marchito. La rabia le corría por las venas y quiso contraatacar a su hermana. Esta vez tenía munición de sobra-. Así que… ¿anoche te despediste de Hunter?

– ¿Despedirme? -Miranda la miró con ojos asombrados-. ¿Por qué?

– ¿No te lo ha dicho? -Tessa frunció el ceño, aunque en realidad sentía satisfacción al poder devolverle el golpe a Miranda, quien, consciente o inconscientemente, siempre la estaba fastidiando.

– ¿Decirme qué? -Miranda hablaba en voz baja, como si se esperase lo peor.

– Que se va. -Tessa metió la mano el bolso y buscó un paquete de cigarrillos.

– ¿Que se va? ¿Hunter Riley? ¿Adónde?

– Y yo qué sé.

– No, no creo que se vaya a ninguna parte.

– Dan dice que ya se ha ido, que partió en mitad de la noche. -Encontró un paquete nuevo de cigarrillos y abrió el papel de celofán con los dientes.

– ¿Y hacia dónde ha ido?

Incluso aunque no creyese lo que decía Tessa, Miranda sintió como si el mundo se le cayese encima. Hunter no podía abandonarla, de ninguna manera, dejándola embarazada y sola. Se trataba sólo de un error, de un rumor malicioso o de una broma cruel de Tessa.

– No lo sé -dijo Tessa, quien parecía disfrutar al darle a Miranda la mala noticia-. Esta mañana escuché a Dan decirle a mamá que Hunter se había ido, sin siquiera decir adiós ni dejar una nota. Dejó el coche en la estación de tren de Portland anoche, u hoy por la mañana, muy temprano. ¿No lo sabías? -Tessa consiguió abrir el paquete y sacó un pitillo de la marca Virginia Slim.

– No te creo.

Miranda meneó la cabeza. Aquello no era más que otra de las fantasías de Tessa, otra más de sus mentiras. Siempre estaba inventando historias. Por alguna razón, Tessa estaba enfadada con Miranda, podía notar la tensión, las acusaciones en silencio que le había dedicado nada más entrar en el viejo estudio.

– Bueno, pues no me creas, pero es la verdad. Se ha ido. Al menos por el momento. No pude oír toda la conversación, pero… -hizo una pausa para ponerse el pitillo en la boca y encendió una cerilla- definitivamente se ha ido. Yo, mmm, pensaba que ya lo sabías. -Encendió el cigarrillo y apagó la cerilla-. No me des sermones sobre el cáncer de pulmón.

– Es tu cuerpo -dijo Miranda.

Pero tenía su mente a miles de kilómetros. ¿Se había ido? ¿Hunter se había marchado? «No me lo creo. Está mintiendo. Tiene que estar mintiendo. ¿Pero por qué?» Le invadieron las dudas. «Confía en Hunter. Le quieres. No puedes dudar de él.» Tenía que haber algún tipo de error.

– O estás mintiendo o tu información no es correcta.

– No creo. ¿Qué pasa, Miranda? ¿Tan perfecta eres que ningún hombre puede dejarte?

– No, pero…

– Si no me crees, pregúntale a Dan -dijo Tessa, sin refunfuñar. Retiró la vista, evitando mirar fijamente a Miranda, y recorrió con los dedos una mesa, limpiando la fina capa de polvo acumulada a lo largo del año, justo el tiempo que hacía desde que su madre había abandonado el arte-. Creo que es verdad porque noté que Dan estaba triste. Realmente triste. Intentó no demostrarlo, por el bien de mamá, pero algo raro está sucediendo, Miranda, y sea lo que sea no es nada bueno.

El bebé. Todo aquello era a causa del bebé. Hunter seguramente había ido a buscar trabajo o algo… Tal vez por su mente rondaban todo tipo de ideas. Pero llamaría, y volvería, y todo se solucionaría. A no ser que estuviera huyendo. Oh señor, no, por favor. No sería capaz de dejarla sola y embarazada. No podía. Miranda dejó a Tessa sentada en la repisa de la ventana, mientras presentía nubes de tormenta procedentes del Pacífico. Sintió un tremendo escalofrío, como si el mismo diablo la hubiese señalado y estuviera recorriéndole el cuerpo.

Capítulo 19

– Es cierto. Se ha marchado. Sin siquiera despedirse. -Dan Riley estaba apoyado en el rastrillo y trataba de no mirar a Miranda a los ojos. Era un hombre enjuto y fuerte, con el pelo rapado, canoso y fino. Tenía los dientes amarillentos debido al consumo de cigarrillos y café durante años. Se quitó la gorra de béisbol que llevaba y se frotó la arrugada nuca en señal de frustración-. Siempre supe que ese día llegaría, el día en que Hunter se marcharía. Pero no esperaba que fuese así. -Sus ojos cansados se cruzaron con los de Miranda. A continuación, apartó la vista con rapidez, como si estuviera avergonzado, como si supiera o sospechara algo-. Ojalá supiera por qué. ¿Por qué no me lo dijo antes?

«Porque estaba asustado, asustado por la responsabilidad que conlleva ser padre», pensó Miranda preocupada a la vez que forzaba una sonrisa.

Habían pasado tres días desde que Tessa le había contado que Hunter se había ido, pero Miranda no había creído a su hermana pequeña. Esperaba escuchárselo decir a Dan, aunque tenía la esperanza de que Hunter no la hubiese abandonado. Finalmente, aquella mañana, Miranda decidió hablar con su padre.

– No sé por qué no se lo contó -le dijo, aunque estaba mintiendo. Por supuesto que no podía confiar aquello a su padre.

– Ningún problema puede ser tan grave.

– ¿Problema? -repitió Miranda- ¿Qué problema?

Dan pensó la respuesta y aguantó el aire en la boca mientras examinaba el borde interior de su mugrienta gorra.

– El chico se buscaba problemas como un sabueso busca a un conejo muerto. Durante años él… bueno, él y la policía llegaron a ser íntimos. Yo siempre lo achacaba al hecho de haber perdido a su madre a tan tierna edad. De cualquier manera, en el último medio año, cambió, pagó su deuda con la sociedad, por así decirlo, consiguió sacarse el equivalente al título de bachillerato y empezó a asistir a clases de formación profesional. Pensaba que finalmente había encontrado el camino correcto.

– Y así era -dijo Miranda.

Dan levantó una ceja gris, preguntándose en silencio el porqué de aquella defensa hacia un chico al que, según Dan, Miranda apenas conocía.

– Pero Hunt últimamente había cambiado. Salía a escondidas de casa, para hacer sólo Dios sabe qué. -Frunciendo el ceño, se volvió a poner la gorra de béisbol de los Dodgers y arrastró el rastrillo por la tierra, alrededor de un roble musgoso que había cerca del ala norte de la casa-. Las cosas han cambiado por aquí. -Levantó la vista con rudeza-. Su madre, ¿ha encontrado a alguien que sustituya a Ruby?