Un tipo de pelo canoso, con gorra de marinero, apareció iluminado por foco. En sus gafas se reflejaba la luz de las farolas que se elevaban sobre sus cabezas.
– No, no hay ningún problema -dijo Claire, acompañando a Harley a bordo. Se lo debía, supuso.
Se sentó en una de las butacas. Harley encontró una botella de Dom Pérignon en el pequeño bar.
– No puedes romper conmigo -dijo, mientras descorchaba la botella, provocando un fuerte estallido. El champan burbujeó por el cuello de la botella. Rápida y urgentemente, llenó dos copas largas.
– Harley, no…
– Es una ley que no está escrita.
Se dirigió de nuevo a la butaca donde Claire estába sentada, e inclinándose hacia ella le ofreció un vaso.
– ¿Una ley?
Aceptó tímidamente la bebida. Aquello iba mal. Nada estaba saliendo bien.
– Sí. Nadie rompe nunca con un Taggert. -Ingirió la bebida de un gran trago e inmediatamente se sirvió otra copa.
– Eso no es una ley, es un sueño imposible. Mira, tengo que irme.
Dejó la copa intacta sobre el mueble bar.
– Aún no.
– Adiós, Harley -dijo ella en pie-. Espero que todavía podamos ser…
– No lo digas. Nunca seremos amigos, Claire -comentó, con lágrimas en los ojos. Se terminó la copa, la dejó sobre la moqueta, y pegó un trago directamente de la botella-. Dos amantes nunca pueden ser amigos.
– Nos vemos.
– No, no nos veremos, Claire. Si te marchas de este barco esta noche te juro que me emborracharé tanto que no podré ver con claridad, entonces arrojaré mi culo por encima de la baranda, cayendo sobre la bahía.
– No.
– ¿Crees que miento? -suspiró-. Por Dios, Claire, si no te tengo a ti, no tengo nada.
– Eso no es verdad -dijo, pero pudo ver en sus ojos que hablaba con convicción-. Vamos, te llevaré a casa en coche.
Harley se estiró a lo largo de las butacas y comenzó a beber de la botella.
– Quédate.
– No puedo.
– ¿Por Kendall? ¿O por Kane?
Claire se sobresaltó. Harley sonrió de lado, el cabelle le tapaba la frente.
– Creías que no lo sabía, ¿eh?
– No hay nada que tengas que saber.
– ¡Ja! -dio otro trago.
El velero se mecía suavemente sobre el agua.
– Me encontré a Kane…
– Te encontraste. ¿Sólo te encontraste? Vamos, Claire, puedes hacerlo mejor. No sólo te lo has encontrado, sino que has pasado tiempo con él, y te has montado -agitaba las manos en el aire- en esa maldita moto con él en mitad de la noche.
Claire tenía las mejillas ardiendo, testigos silenciosos de los hechos que Harley estaba relatando. Permanecía de pie en la entrada del barco. La culpa le desgarró el alma.
– Nunca habría estado con él si tú me hubieses sido fiel -dijo, aunque en realidad se preguntaba hasta dónde era verdad-. Yo no te he engañado, Harley. Nunca.
– Aún no. Puede ser -replicó Harley, con el culo de la botella casi vacía sobre el pecho-, pero lo estás deseando. Puedo verlo en tus ojos. ¡Por Dios! Y pensar que te quería.
– Harley…
– Vete. Fuera de aquí -refunfuñó.
Seguidamente se bebió el resto de champán que quedaba en la botella.
– No puedo, no si vas a…
– Joder, déjame en paz -dijo, como si mencionar a Kane lo hubiese cambiado todo-. Estaré bien. -Su mirada, de pronto, se había vuelto áspera y por un instante se pareció a su hermano-. Vete, puta infiel, o vuelve aquí y recuérdame la razón por la que quiero estar contigo.
Claire sintió cómo el corazón se le salía por la boca. Subió las escaleras rápidamente, en dirección al paseo del embarcadero. Harley estaba borracho, furioso y desagradable, pero Claire no creía que sintiese realmente las cosas que había dicho. Cuando estuviese sobrio… ¿qué? ¿Qué pasaría? No cambiaría nada. Claire se detuvo en la puerta, donde estaba situado el encargado de seguridad, con los ojos cerrados, sentado en un taburete.
– ¿Podría comprobar el amarradero número C-13? -preguntó.
– ¿El barco de los Taggert?
– Sí, Harley Taggert está dentro y… creo que necesita que alguien le lleve a casa.
El hombre la miró de arriba abajo y, haciendo sonar las llaves, comenzó a bajar la rampa.
– Lo haré, señorita. El señor Taggert querrá saber que su hijo está bien.
– Sí… sí, querrá -dijo, y caminó con paso rápido hacia el jeep de su padre.
Claire aún podía sentir el alboroto de la fiesta, y en algún lugar, no muy lejano, un perro ladraba incesantemente.
Cogió las llaves del coche del bolsillo y se percató de que el curso de su vida, de repente, había tomado un giro inesperado. A mejor o a peor, no podía concretar, pero por primera vez en meses se sentía liberada.
– Todo saldrá bien -se dijo mientras maniobraba con el volante y pasaba por debajo de la señal de neón en forma de arco que anunciaba el puerto deportivo. Tenía que salir bien.
¿Y que pasaba con Kane?
Agarraba el volante con las manos sudadas. Kane no era el tipo de chico del que pudiese depender una mujer. Iba a unirse al ejército.
No podía enamorarse de él. No lo haría.
Sin embargo, mientras conducía a través de las colinas, en dirección a casa, sabía que se estaba engañando. Le gustase o no, ya estaba medio enamorada de él.
Capítulo 21
Claire pisó el pedal del freno, y el jeep se detuvo en una señal de stop próxima al garaje. Seguía temblando. Se miró la mano izquierda, donde ya no llevaba el anillo, e intentó reprimir las lágrimas. Había pasado las tres últimas horas conduciendo en círculos, evitando los lugares que solía frecuentar Harley para no encontrárselo. No quería volver a casa por temor a que la llamase. Harley necesitaba tiempo para pensar y despejarse. Claire necesitaba espacio para pensar bien en el nuevo rumbo que iba a tomar su vida.
En el preciso instante en que Claire abandonó el puerto deportivo estalló la tormenta que tanto había amenazado desde las alturas aquel día, el día de su ruptura con Harley. El viento golpeaba las ramas de los árboles, sacudiéndolos y haciéndolos danzar. Diluviaba. La lluvia caía con fuerza sobre el parabrisas, acribillando el asfalto. Su vieja casa, la que tanto había apreciado, tenía un aspecto desolador y amenazante.
No había nadie en casa. El coche de Randa no estaba aparcado en su plaza habitual, y Dutch iba a pasar la mayoría de las noches a Portland, en reuniones con arquitectos, abogados, y contables, con el propósito de planificar la siguiente fase de Stone Illahee. Dominique, en esta ocasión, había partido con él, aunque Claire no sabía por qué. A medida que el verano daba paso al otoño, parecía que sus padres cada vez tuvieras menos cosas en común.
Dominique nunca había sido de las que se resignaran en silencio. Claire recordaba perfectamente sus quejas cuando se mudaron a aquel «lugar en mitad de ninguna parte, alejado de la mano de Dios».
Tessa probablemente también había salido. Dónde o con quién era algo que Claire desconocía. Su hermana pequeña y ella nunca habían estado demasiado unidas, y aquel verano su relación se había hecho incluso más tirante. Tessa era como un barril de pólvora a punto de explotar. Claire se mostraba disgustada, a la defensiva, debido a su relación con Harley.
Pero su relación había terminado. Tal vez ahora Tessa y ella podrían limar asperezas.
Miranda era la única persona de confianza en la familia con la que Claire podía contar.
Quitó las llaves del contacto, se colocó bien el cuello de la camisa, salió del jeep, y oyó, mezclado con el borboteo de la lluvia y las cañerías, el zumbido rítmico de un motor potente. Detrás de los árboles aparecieron unas luces de coche. El corazón se le encogió. Harley. ¡Se le había pasado la borrachera y venía a buscarla!
No podía volver a enfrentarse a él. Sin embargo, se quedó paralizada, mirando cómo el coche tomaba la última curva. Inmóvil, igual que un animal al verse sobresaltado por los faros de un coche. Claire cobró el ánimo, con el fin de mantenerse firme frente a él e insistir en que lo mejor era romper. Encontraría la manera de convencerle.