«¡Esto está mal! No le quieres. Ni siquiera le conoces. Piensa, Claire, ¡se está aprovechando de ti!», le gritaba una voz en su cabeza, pero no le hacía caso. No la escuchaba. Sumergida en una corriente de pasión, alargó sus brazos y le quitó a Kane la chaqueta. A continuación se dispuso a hacer lo mismo con la camiseta.
Cuando Kane se deshizo de la camiseta, Claire pudo comprobar a la luz del sol, situado por encima de las cumbres del oeste, el musculoso pecho de Kane. Empezó a palpárselo.
– Estás jugando con fuego, cariño… -le advirtió.
Pero ella no se detuvo. Continuó contemplando su físico, fascinada. Kane sintió un escalofrío cuando Claire le acarició el pezón plano con la punta de los dedos.
– Claire… no pares… yo no puedo… -Su tono era serio-. ¿Sabes lo que me estás haciendo?
– ¿Qué?
– Todo -admitió.
Alcanzó la cinturilla del pantalón de Claire. Con un movimiento rápido, le desabrochó todos los botones. Le deslizó el pantalón por las caderas con sus hábiles manos.
– Claire -le dijo mientras la besaba en el abdomen. Su aliento húmedo y cálido le envolvió el ombligo-. Claire… dime… si no es esto lo que deseas.
– Te deseo a ti.
– Más tarde te arrepentirás.
– No… -¿Iba a rechazarla?-. Te necesito.
Kane emitió un gemido casi animal.
– ¿Estás segura?
– Sí… Oh, Dios, sí.
Los dedos ansiosos de Kane hurgaron en la ropa interior de la chica. Apartó el tejido suave de algodón y empezó a tocar a Claire íntimamente, investigando en aquella región oscura y femenina, húmeda de placer en aquel momento.
Claire susurró el nombre de Kane repetidas veces mientras él descendía, deslizándole las bragas por las nalgas, besándole los muslos, lamiéndole las rodillas, abriéndole las piernas tan lentamente que ella creía que iba a morir de tanto placer.
El aliento de Kane excitaba cada una de las curvas de Claire, quien notaba cómo todo su interior se veía envuelto en una espiral de deseo. Una necesidad salvaje de hembra, un fuego sin control le ardía en la sangre, empapando todo su cuerpo en sudor.
– Por favor -gimió ella.
Kane la tocó muy delicadamente al principio, y seguidamente la abrió como un regalo especial y la besó de manera tan íntima que a Claire se le saltaron las lágrimas.
– Siempre te desearé -le prometió, con el sonido de las olas del mar golpeando sobre las rocas y los latidos de Claire como fondo.
Kane se quitó los vaqueros, sin dejar de acariciarla. Claire se retorcía de placer, pedía más, necesitaba todo lo que él pudiese entregarle. Deseosa, empezó a despegar las caderas del suelo.
– Kane… oh… Ooooooh…
Kane colocó las rodillas de Claire sobre sus hombros y ahondó más profundamente. La tierra bajo sus cuerpos crujía, los árboles sobre sus cabezas se agitaban sin control. El alma de Claire se elevó al cielo, su cuerpo se estremeció y convulsionó.
– Eso es -susurró Kane. El gesto en su rostro evidenciaba que no podía contenerse-. Déjate llevar.
Y así lo hizo Claire. Jadeó y se retorció como si estuviera montando un caballo salvaje de rodeo, mientras Kane le proporcionaba placer con sus manos y lengua. Claire apenas podía respirar, tenía el desnudo cuerpo empapado y sudoroso. Finalmente, Kane se colocó encima de ella y le abrió las piernas con las rodillas.
– ¿Qué quieres? -preguntó con voz entrecortada.
– Sólo a ti, Claire. Eres todo lo que siempre he querido.
Y la tomó.
Con un empujón fuerte y un gemido animal, la penetró. A pesar de que Claire estaba agotada, su corazón se aceleró, tomó oxígeno, se movió siguiendo el ritmo de Kane, clavándole los dedos en los hombros, rodeándole la cintura con las piernas.
– Claire, Claire, Claire… -gemía Kane, mientras la contemplaba y contraía su cuerpo.
Claire se arrimó a Kane, convencida de que el cielo y la tierra chocaban a la vez que sus cuerpos. Kane se corrió dentro de ella.
– Ámame -le susurró él, desplomándose y aplastándole los pechos con el peso de su cuerpo-. Sólo te pido que ames hoy.
– Porque mañana te habrás ido.
Kane no contestó. Rodó por el petate, colocando a Claire por encima de él, y apretó su rostro contra los senos de ella.
Claire permaneció con él hasta el mediodía, haciendo el amor bajo la luz del sol, suspirando juntos en aquel sagrado bosque, olvidando el dolor de la muerte de Harley. Claire era consciente, con una certeza que le dolía, de que cuando el sol se pusiera aquella tarde, nunca más volverían a verse.
TERCERA PARTE: El presente
Capítulo 23
«Claire, Claire, Claire.»
Kane, sentado ante el escritorio, apretó los dientes, obligándose a mantener la concentración, pero las letras del monitor se volvieron borrosas, mientras la imagen de Claire, hermosa y hechizante, le ardía en el cerebro. De nada servía lo que hiciera o con qué ocupara su mente, ella siempre estaría allí, justo debajo de la superficie de la conciencia, dispuesta a aparecer en cualquier momento.
Era una jodida maldición.
– Estúpido hijo de puta -murmuró en voz baja, mientras cerraba el ordenador portátil y alcanzaba con la mano una botella de guisqui. Su investigación sobre la noche en que había muerto Harley Taggert se había estancado, su interés había tomado un nuevo rumbo. Todo por Claire. Aquel deseo candente que corrió por sus venas hacía dieciséis años había permanecido latente durante años. Sin embargo, ahora estaba renaciendo de nuevo, distrayéndole, provocando que su mente se apartase del firme propósito que le había llevado hasta allí: vengarse de Dutch Holland.
Había varias razones reales y de peso por las que Kane odiaba a Dutch. Benedict Holland, sin ayuda de nadie, había destrozado su vida. Pero ahora las tornas habían cambiado. Kane tenía la oportunidad de darle a probar su propia medicina.
Sin embargo, ver de nuevo a Claire había enredado un poco las cosas, empañando su objetivo. Dios, era patético. ¿Cómo podía una mujer dar la vuelta a su modo de pensar?
Agarró la botella por el cuello con dos dedos y caminó por la cabaña limpia y recién pintada. Había un par de muebles nuevos sobre el suelo; los había comprado para sustituir el destartalado sofá color rosado y la mesa de metal rota. La frustración le atormentó. Nunca antes había perdido la concentración en un proyecto. Sus principales cualidades eran la claridad y la determinación. Siempre había sabido lo que quería, había ido a por ello y, como un perro con un hueso, no cedía hasta conseguir su premio.
Hasta ahora.
«¡Mierda!»
Con dificultad, se obligó a pensar en los hechos acontecidos aquella tormentosa noche, hacía dieciséis años. La noche en que Harley Taggert había perdido la vida, la noche que había generado tantas preguntas sin respuesta.
No había podido averiguar demasiado. No había obtenido éxito en las tres últimas semanas. Había intentado hablar con los ayudantes del sheriff y con las últimas personas que habían visto a Harley horas antes de morir, o con los testigos que habían presenciado los hechos después de que el coche de Miranda se hundiera en las oscuras aguas del lago. Pero habían pasado muchos años, durante los cuales los recuerdos se habían difuminado, las impresiones se habían alterado y el suceso se había convertido en un caso cerrado de la policía que lo único que hacía era coger polvo en algún armario cerrado con llave.
El sheriff McBain, el oficial a cargo de la investigación, había muerto por un cáncer de hígado, y los demás agentes, de los cuales ninguno permanecía aún en el cuerpo, mantenían la boca cerrada y los recuerdos confusos. Parecían bastante sinceros, pero eran demasiado mayores, estaban cansados y no parecían lo bastante interesados para reabrir un caso que había concluido confirmando que se trataba de un accidente. Existían rumores de que la investigación se había visto alterada debido a sobornos de Neal Taggert o Dutch Holland.