– He oído que estás escribiendo un libro sobre la muerte de mi hermano.
– Así es.
– ¿Por qué?
Kane se movió en el sillón y sonrió para sus adentros. Así que Weston no podía esperar. Genial. ¿Qué secretos guardaba el hermano mayor de Harley?
– Demasiadas preguntas sin respuesta.
– Sucedió hace dieciséis años.
Kane elevó un extremo del labio.
– Bueno, es que he estado ocupado, por eso lo retomo ahora.
– Parece que pienses que servirá de algo escribir ese libro -dijo Weston, tomando la delantera en la conversación.
A Kane no le gustó la sensación que le produjo, pero le siguió el juego.
– Creo que Dutch Holland sabe más acerca de la muerte de tu hermano de lo que cuenta. Y sospecho que él, o quizá tu padre, sobornó a las autoridades locales para que archivaran el caso.
– ¿Por qué querrían hacer algo así?
– Una pregunta interesante. ¿Por qué no te lo preguntas a ti?
– Yo no lo sé.
– Piensa, Weston.
– ¿Quieres decir que alguien tiene algo que esconder? ¿Que están intentando encubrir a alguien? -La voz de Weston sonaba incrédula, aunque Kane no acababa de creerle.
– Es sólo una hipótesis, pero merece la pena asegurarse.
– ¿Por qué remover la mierda? Es algo que está más que enterrado. Todo el mundo lo ha superado. -Sonrió de oreja a oreja, una sonrisa de empatia. Sin embargo, su expresión era tan fría como las profundas aguas del océano.
– Yo no lo he superado, y pienso que, dado que Dutch Holland ha decidido presentarse a las elecciones como gobernador, todos sus sucios secretos deberían salir a la luz.
– ¿Y a ti que más te da, Moran? A ti te importaba un bledo mi hermano.
– Es algo personal -dijo Kane, respondiendo a la fría sonrisa de Weston con otra sonrisa igual-. Entre Dutch y yo. -Apoyó la región lumbar en el respaldo del sillón-. Además, no sólo me interesa la muerte de Harley, sino los hechos que la precedieron -admitió Kane, proporcionando a Weston un poco de información a cambio de algo por su parte.
– ¿Como cuáles?
– Como lo que le ocurrió a Jack Songbird.
Weston se volvió, hurgó en el bolsillo de la chaqueta del traje y extrajo un paquete de cigarrillos Marlboro.
– Jack se emborrachó y cayó por el acantilado.
Encendió el cigarrillo con un mechero dorado. Dio una profunda calada al cigarrillo y expulsó una columna de humo en dirección al techo.
– Tal vez. Algunos piensan que se arrojó al vacío. Otros sospechan que fue asesinado.
– Déjame que adivine: Crystal Songbird, sus amigos y algunos ancianos de la tribu apoyan la teoría del asesinato. Demonios, han estado contando esa historia durante años, pero la verdad es que Jack no era más que otro indio desgraciado que bebía demasiado y que acabó pagándolo.
Los músculos de la espalda de Kane se contrajeron. Hizo lo posible por no apretar los puños y asestarle un puñetazo en aquella cara perfecta. Pero no había razón para demostrar a Weston lo que pensaba en realidad.
Weston examinó el extremo del cigarrillo.
– Sabes, Moran, si escribes algo que pueda difamar a mi familia te demandaré de tal manera que nadie querrá tener tu asqueroso culo cerca.
– Pensaba que querrías descubrir la verdad, a la vez que tener la oportunidad de vengarte de Dutch Holland.
– La verdad no me importa. Como ya te he dicho, es agua pasada, pertenece al pasado. En cuanto a Dutch, me las pagará. De una manera u otra. No necesito tu ayuda para conseguirlo.
– ¿Señor Taggert? -interrumpió la voz de la recepcionista-. Su mujer por la línea uno. Le he dicho que está ocupado pero…
Weston frunció el ceño irritado, a la vez que pulsaba un botón del interfono.
– Cogeré la llamada. Si me disculpas -se dirigió a Kane.
Kane no necesitaba una excusa para marcharse. Tenía lo que había ido a buscar: hacerse una idea sobre la familia Taggert y sobre Weston en particular. Pensaba que todo el clan de los Taggert daría saltos de alegría al enterarse de que un libro pondría al descubierto la verdad de lo sucedido, pero no había sido así. Weston había mostrado aversión hacia su proyecto, como si fuera culpable. Pero culpable ¿de qué?
Kane cruzó la calle sin mirar en dirección al coche. Sintió una sensación de triunfo. Algunas personas se estaban sintiendo molestas con sus preguntas, personas importantes. Iba bien encaminado.
Se metió en el jeep y arrancó el motor. A medida que avanzaba el tiempo, se sentía mejor. Sí, Weston estaba nervioso, pero ¿por qué? Kane tenía otro par de entrevistas aquella tarde. Quería hablar con los periodistas que habían cubierto las muertes de Harley Taggert y Jack Songbird. Había leído sus artículos, por supuesto, se los sabía casi de memoria, pero esperaba que las mentes de los reporteros le proporcionasen más pistas. A continuación quería hablar con las primeras personas que habían presenciado el accidente de coche de Miranda Holland, los buenos samaritanos que habían visto la reacción de las hermanas de primera mano. Quizás esas personas podrían proporcionarle nuevas pistas, una nueva perspectiva de la tragedia. Sólo después de hablar con todos ellos volvería a visitar a Claire.
Miranda miró a Frank Petrillo, situado al otro lado de la rayada mesa de fórmica, en el restaurante de Fracone, el único italiano en toda la ciudad donde Petrillo creía que merecía la pena pagar por una porción de pizza.
– Quiero que averigües todo lo que puedas sobre un tipo llamado Denver Styles.
– ¿Te está molestando? -preguntó Frank masticando chicle, a pesar de que acababa de pedir una cerveza-. ¿Es el tipo que te ha estado merodeando?
– No me está molestando. Trabaja para mi padre.
Petrillo elevó una de sus cejas grises, mientras una camarera de pecho voluminoso depositaba las bebidas sobre la mesa. Petrillo dio un sorbo y miró de reojo por encima del vaso.
– ¿Cuál es el problema?
– Dutch le ha contratado para que fisgonee en nuestra vida, en la mía y en la de mis hermanas, y yo no confío en él. -Miranda resumió su encuentro con Denver Styles, sin mencionar la noche en que murió Harley Taggert-. Se supone que es un detective privado de las afueras de la ciudad, creo, pero tengo el presentimiento de que ya le conozco. -Dio un trago a su vino Chardonnay y giró la copa entre sus dedos-. Sólo me gustaría saber quién es en realidad.
Petrillo, pensativo, se frotó la barbilla raspándose la barba.
– Denver Styles. Ese nombre no me dice nada.
– Pronto te dirá.
Petrillo siguió mascando el chicle y dio otro buen trago de cerveza. Los ojos le echaban chispas ante aquel nuevo reto, lo que hizo sentir a Miranda algo mejor. Frank escarbaría en aquel asunto hasta que los dedos le sangrasen, hasta descubrirlo todo sobre aquel nuevo empleado de Dutch.
Miranda sólo esperaba que lo averiguara a tiempo, antes de que Denver Styles o Kane Moran destapasen la verdad. Volvió a beber de la copa de vino justo cuando depositaron sobre la mesa la pizza que había pedido Petrillo, una mezcla de gambas, pimiento verde y olivas.
Frank bromeó con Miranda, intentando tranquilizarla, a la vez que partió una porción recargada de pizza. Sin embargo, Miranda no podía evitar la sensación de sentirse acorralada contra la pared, una pared húmeda, oscura y fría que siempre había visto a lo lejos pero que ahora amenazaba con acercarse.
Se sintió observada. Echó una ojeada al restaurante y se convenció de que la imaginación le estaba jugando una mala pasada. Denver Styles no estaba acechándola junto a las máquinas recreativas, o sentado en una esquina humeante del bar. No, simplemente su mente la estaba engañando otra vez, su culpa estaba resurgiendo de la tumba bajo el mar donde llevaba años enterrada. «¡Ánimo!» se dijo en silencio mientras alcanzaba el pedazo de pizza que realmente no le apetecía. Forzó una sonrisa y dio un mordisco.