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– Entonces, ¿por qué simplemente no nos dejas en paz?

– Tengo un trato…

– Tú mismo dijiste que no se trataba de dinero. ¿Entonces de qué? -preguntó ella. Su dentadura blanca destellaba, igual que el fuego en sus ojos.

– Es algo que necesito hacer.

– ¿Para conseguir que mi padre abandone su intención de ser gobernador? -preguntó frunciendo en ceño en la oscuridad-. No lo creo. ¿A ti que más te da?

– Es algo que viene de lejos. Algo entre tu padre y yo.

– ¿Por el accidente de tu padre? -preguntó. Kane no contestó. Claire volvió a mirar hacia el lago por encima del hombro-. Yo no defiendo a Dutch -admitió-. Él… nunca ha sido perfecto, y lo que le ocurrió a tu padre es algo imperdonable.

– Tú no sabes ni la mitad.

– ¿Ah, no? -miró a Kane con los ojos furiosos y completamente abiertos.

Kane se sintió desarmado. Los pómulos de Claire, más pronunciados al darse la vuelta, sus labios, húmedos y brillantes, sus cejas elevadas en señal de desconfianza… todo aquello le hacía olvidar la firme promesa que se había hecho de no volver a tocarla, de no cruzar aquella dolorosa barrera.

No obstante, al contemplarla, su determinación se desmoronó, y las imágenes que le habían mantenido despierto durante noches, imágenes de Claire yaciendo desnuda entre sus brazos, se hacían más reales, más alcanzables. Pudo percibir el olor de Claire, un aroma fresco y perfumado. El calor entre las piernas de Kane se hizo insoportable.

– Sé que tu padre pagó a un ex presidiario para vengarse de Dutch hace años. El ex presidiario ayudó a tu padre a forzar la entrada de nuestra casa, y entre ambos, con unas motosierras, decapitaron las esculturas que decoraban la baranda de las escaleras.

Asombrado, Kane se quedó paralizado.

– ¿Qué?

– Eso es, Moran. Tu padre entró en nuestra casa y destrozó la escalera. La única razón por la que Dutch no le denunció fue porque tenía miedo de que pudiese recibir mala prensa. Podrían convertir a tu padre, a un pobre y desgraciado lisiado, en una persona desamparada, en una víctima. Así que no dijo nada de lo sucedido y se olvidó. -Claire suspiró y se sopló el flequillo para apartárselo de los ojos-. Pero eso ya no importa -prosiguió-. Ahora que estamos aquí, papá está arreglando la baranda y… en fin, supongo que puedo entender por qué tu padre nos odiaba.

– A ti no. Sólo a Dutch.

– Como tú.

Un músculo empezó a palpitar en la mandíbula de Kane, pero se relajó cuando Claire colocó su mano sobre la suya.

– Mira, no quería hablarte así. Sé que tu padre murió, y lo siento.

– Está mejor así -dijo Kane, sintiendo el suave tacto de Claire sobre su mano.

Como si Claire se diese cuenta de la sensación que estaba produciendo en Kane, apartó las manos.

– Lo siento.

– No lo sientas. Era un miserable hijo de puta cuando estaba vivo. Quizás haya encontrado algo de paz ahora.

Aunque en realidad no lo creía posible. El alma de Hampton Moran debía de estar tan atormentada y rabiosa en la ultratumba como lo había estado cuando aún vivía. Ya había sido un hombre violento antes de sufrir aquel accidente que le había dejado lisiado. Y después había permitido que la envidia y la insatisfacción le arrancaran el corazón, envenenándole la sangre hasta tal punto que su mujer le abandonase, y que su hijo perdiese, poco a poco, todo el respeto y el amor que sentía por aquella carcasa de hombre en la que se había convertido.

– No me utilizarás, ¿sabes? -comentó Claire tranquilamente.

– ¿Que no te utilizaré?

– Sí, tú. Para tu libro. Sé que has estado fisgoneando por ahí, metiendo la nariz en el pasado, pero si has venido aquí porque piensas que te voy a contar algún secreto sobre la noche en la que Harley murió, andas muy equivocado.

– He venido aquí porque quería verte -dijo Kane, sorprendido ante su propia sinceridad-. Iba a venir antes, para intentar hablar contigo sobre el pasado, pero estaba demasiado cansado. Luego vi las luces y…

Se detuvo antes de hablar demasiado. A continuación, la miró a los ojos y se le encogió el alma. Antes de que pudiese reprimirse, se acercó a ella, la agarró de la nuca y sus labios se fundieron.

– Kane… no -dijo Claire, jadeando. La lengua de Kane se movía entre aquellos labios perfectos-. No puedo…

Pero era demasiado tarde. Los labios de Kane la necesitaban. Multitud de recuerdos le invadieron; la sensación de estar con ella, de tocarla, de sentir su cuerpo suave junto alsuyo. Kane la estrechó entre sus brazos, arrimándola contra él. La respiración de Claire era tan irregular como la de Kane y sus latidos retumbaban contra el pecho de él.

– Claire -susurró-, Claire.

Ella gimió, abrió la boca, ofreciéndosela a Kane. Éste le rozó con la lengua el borde de los dientes y del paladar. Seguidamente encontró la lengua de Claire y ambas empezaron a moverse en una danza húmeda y sensual, lo que provocó en Kane una mayor erección en su palpitante sexo.

Kane sintió cómo Claire se estremecía, y empezó a ascender con las manos por las costillas, por el interior de la ropa blanca, desabrochándole los diminutos botones del camisón.

– Kane… Oooh.

Por debajo del tejido, los dedos de Kane se aferraron a la piel de Claire. Alcanzó sus senos, ardientes y exuberantes, cuyos pezones estaban rígidos y excitados.

– Por favor…

Con una mano, Kane la cogió del pelo, con la otra le recorrió el pecho y le abrió la bata, descubriendo su blanca piel en mitad de la noche. Observaba, fascinado, cómo uno de sus gloriosos senos escapaba de la tela, mientras el resto de la bata se abría cada vez más, dejando al descubierto los firmes músculos de su abdomen, la apariencia erótica de su ombligo, y un indicio de rizos rojizos en el lugar donde se unían ambas piernas. Gimiendo, Kane descendió para besarle el pecho. Claire se arqueó hacia atrás, mientras Kane le lamía un pezón. Podía sentir cómo ella ardía por dentro, tan deseosa como él.

Claire rodeó a Kane con sus brazos y le atrajo hacia ella, retorciéndose mientras Kane abría la boca y succionaba con ansia. Claire comenzó a jadear, su respiración empezó a entrecortarse y no mostró resistencia, sino que se arrimó más a él, como si ella tampoco pudiera luchar contra aquello. Tenía las caderas pegadas al cuerpo de Kane. Éste deslizó una mano por debajo de la bata, rozó su abdomen y a continuación descendió hasta tocarle con los dedos el ángulo de sus piernas. Claire gimió al notar cómo la mano de Kane le rozaba los muslos, para después tocarle aquella zona cálida, profunda, blanda y escondida en su interior. Se agitó al ritmo de él. Echó la cabeza hacia atrás y perdió el control.

– Kane -gritó, mientras él ahondaba cada vez más. Consciente de que no podía dar marcha atrás, agarró con las manos el brazo de Kane-. Oh, no -susurró, como si se diese cuenta de repente de quién era y con quién estaba-. ¡No, no, no!

Kane se quedó inmóvil, con los dedos colocados aún en el centro sagrado y cálido de ella.

– Oh, Dios. Oh, no. -Claire se apartó de él y gimió como si estuviera agonizando-. Kane, por favor… no podemos… Oh, Dios, soy madre… Soy demasiado mayor para…

– Shh -la hizo callar él, abrazándola, envolviéndola con ambos brazos y apretando sus labios contra los de Claire.

La entrepierna le abrasaba, su sexo viril ansiaba unirse al de ella, pero intentó calmarse, normalizar su respiración, con el fin de entender que Claire tenía razón. No podían acabar aquel acto. No ahora. Ni nunca.

– Lo siento -dijo al fin, cuando pudo hablar.

Claire se estremeció en los brazos de Kane.

– No tienes por qué sentirlo.

– Pero…

– Por favor -Claire besó a Kane suavemente en los labios y le acunó la cabeza con las manos-. Sé cómo te sientes. Dios, yo también, pero… hay demasiado entre nosotros. Demasiado tiempo. Demasiados recuerdos. Demasiados errores. -Parpadeó rápido, como si quisiese evitar las lágrimas. Cuando él quiso abrazarla, ella le rehuyó.