– Yo, no… No puedo hacerlo… Aún no. Ni siquiera te conozco.
– Sí que me conoces -dijo Kane-. ¿Recuerdas?
– Sí. -Empezaron a caer lágrimas por sus mejillas-. Lo recuerdo.
Se humedeció los labios nerviosa, como si hubiera algo que quisiera contarle, algún secreto oscuro y doloroso, pero de pronto sacudió la cabeza, se puso en pie y se alejó corriendo tan rápido como le permitieron sus pies descalzos.
Capítulo 25
– Te estoy diciendo que ese hombre no tiene pasado -dijo Petrillo mientras se dejaba caer en una silla situada frente al escritorio de Miranda-. Es como si ese tal Denver Styles no existiera. No aparece en los archivos policiales, ni en el sistema de seguridad social, ni en hacienda, ni en los archivos de tráfico. -Se metió una mano en el bolsillo de su cazadora deportiva, la cual le ceñía demasiado, y sacó un paquete de chicles Juicy Fruit-. Opino que su nombres es falso, un alias.
Miranda, después de una semana de vacaciones, había vuelto al trabajo. Estaba decidida a mantener el equilibrio. Se negaba a permitir que su padre o uno de sus secuaces, en especial Styles, controlara su vida. Sentada tras una ordenada pila de correo y expedientes de casos del departamento, sintió una especie de escalofrío. Se tocó la cicatriz del cuello e intentó no pensar en los días oscuros de su vida en los que se había producido aquella herida. Se preguntó acerca del último empleado de su padre.
– ¿Cómo contactó tu padre con él?
– No me lo ha dicho ni lo hará.
– Hummm. Seguramente no fuese a través de las Páginas Amarillas.
Petrillo desenvolvió uno de los chicles, y lo dobló con cuidado antes de introducírselo en la boca. Le sonó el busca. Lo miró, frunció el ceño y lo apagó.
– No, no creo.
– Styles podría estar relacionado con el mundo criminal.
– No creo que sea un criminal, si eso es a lo que te refieres -continuó Miranda.
Recordó la imagen de Denver Styles en su mente. Guapo, frío, arrogante, y algo más, sí, perseverante. Miranda no tenía dudas de que cuando Styles se decidía por algo lo conseguía. No era de los que se andaban con tonterías. Se mordió el labio nerviosa. Le molestaba. Le molestaba mucho.
– Bueno, si no está metido en la mafia, estará metido en otra cosa, y apuesto dólares a Donuts a que no es nada bueno, ya sabes a lo que me refiero. Los ciudadanos honrados tienen dirección, teléfono, permisos para sus coches y perros, y están registrados en los archivos militares y gubernamentales. Ese tipo, Styles, es como un fantasma. -Chasqueó con el chicle y se frotó la mejilla-. Pero no voy a desistir -prometió-. De una u otra manera, averiguaré quién es y qué está haciendo con tu padre.
– ¿Cómo vas a hacerlo?
– Siguiéndole la pista, si tengo que hacerlo. -Parpadeó, pensando en aquel nuevo reto-. Quiero descubrirlo todo sobre ese tipo.
– Yo también -pensó Miranda en voz alta. Cogió un lápiz y repiqueteó ligeramente sobre los papeles, los cuales ocupaban la mitad de su escritorio. ¿Quién era Denver Styles? ¿Cómo había contactado con su padre? ¿Era un aliado político o una especie de detective privado?, ¿un busca fortunas?, ¿un hombre que haría cualquier cosa por un montón de dinero? Continuó jugueteando con el lápiz. Miró a Frank y vio que la estaba observando-. Tampoco quiero que pierdas demasiado tiempo con él. Debes de estar trabajando en otros casos para el departamento.
– Le presionaré un poco -dijo Petrillo, encendiendo de nuevo el busca-. Puede ser divertido.
«Y puede ser peligroso», pensó Miranda mientras recordaba los ojos de color gris intenso de Denver Styles, su barbilla marcada y aquella impresión general de que, cuando se proponía algo, nada podría detenerle.
«Bueno, no en esta ocasión.»
Las manos de Claire temblaron al servirse una taza de café. ¿En qué estaba pensando? Besar a Kane Moran. Tocarle. Dejar que la tocase. Incluso ahora, en la cocina, con la luz matinal del sol penetrando por la ventana, sentía un hormigueo entre las piernas cada vez que pensaba en las manos de Kane, en su boca, en su lengua y en todas aquellas maravillosas caricias que la habían hecho estremecer. Casi habían estado haciendo el amor. Como si todos los años pasados, todas las mentiras, todo el dolor, no hubiesen existido.
«Como si él no fuese el padre de Sean.»
Por el amor de Dios, ¿qué iba a hacer?
– Eres tonta -musitó en voz baja mientras echaba harina de tortitas en un cuenco. Rompió dos huevos con violencia y añadió leche. Intentó concentrarse en lo que estaba preparando en lugar de pensar en las increíbles sensaciones que Kane había hecho que viviera su cuerpo.
Llevaba mucho tiempo sin estar con un hombre. Años. Probablemente sólo había reaccionado así debido a la desesperación, eso era todo. Mientras removía la mezcla, miró por la ventana, contemplando la cabaña de Kane al otro lado del lago. Tenía que olvidar lo que habían compartido una vez, porque ahora Kane era un hombre distinto, un hombre que quería vengarse de su familia.
«No te fíes de él. Sólo te está utilizando para conseguir información para su maldito libro. Recuérdalo.»
Sin embargo, su cuerpo sentía un cosquilleo cada vez que le recordaba.
Vertió la mezcla en la plancha caliente, y escuchó los pasos ligeros de Samantha bajando por las escaleras. Si había algo que Paul hubiese hecho bien en su miserable vida, había sido bendecir a Claire con su hija.
Sam entró repentinamente en la cocina. Llevaba puesto el traje de baño, crema bronceadura y una bolsa playera que depositó sobre la repisa.
– ¿Dónde está Sean?
– Dormido, creo. ¿Por qué no le despiertas y le dices que el desayuno está listo?
– No está en su cuarto. Ya he ido a mirar.
– ¿No? -Aquello era extraño. A Sean le encantaba dormir hasta las dos del mediodía-. Tal vez haya ido a dar un paseo a caballo -dijo, aunque de pronto se le aceleró el corazón.
Sam hizo una mueca.
– Odia los caballos. A él le gustan los juegos de consola y el monopatín.
Aquello era cierto. A través de las puertas francesas, Claire vio los tres caballos, con las cabezas inclinadas hacia el suelo, arrancando briznas de hierba y moviendo las orejas y el rabo para espantar a las molestas moscas.
– Entonces habrá ido a pie.
– ¿Tan pronto? ¿Con quién?
– ¿Con quién? -repitió Claire.
– Sí, ¿con quién? No tiene amigos por aquí. Se pasa el día enviando e-mails y mensajes a móviles a sus amigos en Colorado.
– Ya hará nuevos amigos cuando empiece la escuela.
Sam hizo un gesto con los ojos.
– Seguro… Oh, mamá, mira las tortitas.
La plancha despedía humo, y Claire tiró la primera hornada de tortitas completamente quemadas a la basura.
– ¿Por qué no esperas un momento? -preguntó a su hija-. Voy a buscar a Sean.
– Vale.
Abrió la puerta y vio aparecer un jeep por el camino. El corazón se le detuvo. Kane estaba al volante, y Sean, con la mandíbula hacia fuera en señal de rebeldía y los ojos caídos, estaba sentado en el asiento del copiloto. Claire se quedó paralizada durante un segundo. ¿Acaso Kane no se daba cuenta de lo mucho que Sean se le parecía? Nariz recta, labios finos, hombros anchos y actitud de duro. Todos aquellos rasgos de rebeldía juvenil. Sean aún no se había convertido en el indomable y arrogante hijo de puta que había sido Kane, pero iba de camino. A Claire le empezaron a sudar las manos y sintió como si el mundo se le cayera encima. ¿Cómo iba a contárselo a los dos? Sean la condenaría por su falta de moral. No solamente le había ocultado la verdad, sino que también le había mentido. Nunca la perdonaría.
Y Kane tampoco. Cuando descubriese que Sean era su hijo, ¿qué haría? ¿Solicitaría la custodia? ¿La llamaría fulana? ¿Le abriría los brazos y el corazón a su hijo? Claire se aclaró la garganta para evitar la emoción, e intentó centrarse en el problema que se le avecinaba.