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– Para pedirte disculpas por lo de la otra noche.

– No tienes que disculparte.

– Saliste huyendo como un conejillo asustado.

– Yo… no sabía qué pensar… -admitió, aunque la sangre le hervía, el cuello le latía y la respiración se le aceleraba.

– Claro que sí -la engatusó. Colocó también la otra mano sobre la puerta, acorralando así a Claire entre sus brazos, ejerciendo presión sobre ella. Kane estaba delgado, musculoso y fuerte. No quedaba en él rastro alguno de adolescencia, ni de dulzura juvenil. Curvó los labios hacia abajo y suspiró, como si se dispusiera a reconocer sus más oscuros secretos-. No puedo apartarme de ti, Claire -dijo-. Cuando empecé este proyecto, me propuse poner distancia entre ambos. Intenté recordarme que lo que habíamos tenido años atrás formaba parte del pasado, pero no logro convencerme.

Claire tragó saliva, bajo la atenta mirada de Kane en su garganta.

– Por Dios, eres tan preciosa. -Alcanzó con su dedo un rizo que había caído sobre el rostro de Claire, cuya piel, al sentir el tacto de Kane, casi echó chispas-. Eres demasiado preciosa, maldita sea.

Claire quiso deshacerse en sus brazos. Tras el sonido sordo de sus latidos y el flujo de su sangre, oyó a su hija gritando desde la cocina.

– ¡Mamá! ¡Mamá! Las tortitas están listas.

Claire apartó una de las manos de Kane.

– Mira, tengo que irme… pero… -«No lo hagas, Claire. No le invites a entrar. Sabes que te está utilizando. Sólo intenta sonsacarte información para su maldito libro. ¡Es peligroso!»-…si no has almorzado aún…

– ¿Es una invitación? -su sonrisa era tan sincera que a Claire casi se le partió el corazón.

– Sí.

Kane echó una mirada al interior de la casa, donde pudo ver el vestíbulo y la baranda mutilada de la escalera.

– Creo que esta vez prefiero dejarlo. Tienes mucha faena con tus críos.

La desilusión invadió el interior de Claire, pero forzó una sonrisa.

– En otra ocasión, entonces.

– Me gustaría. -Se apartó de la puerta y se volvió rápidamente, como si tuviese miedo a volver a pensárselo.

Claire se apoyó en la pared exterior y recobró el aliento. ¿Qué le estaba sucediendo? Sin duda alguna Kane era un amor pasado, un amor que le había calado hondo, pero eso había sido años atrás. Hacía una eternidad.

– ¡Es un gilipollas! -La voz de Sean, bajando por la escalera, se coló por la mosquitera.

– Espera un momento. No hables así.

– Lo es. He visto cómo te mira. Sólo quiere… Bueno, ya sabes.

Abrió la puerta y encontró a su hijo recién salido de la ducha, con el pelo húmedo, pantalones y camiseta limpios. Estaba situado de pie en el último escalón, quedando por encima de ella. Había crecido muy rápido y se parecía muchísimo a Kane. Claire no lograba entender cómo ninguno de los dos había notado el parecido. Aunque, por el momento, era una bendición.

– No me fío de él -continuó Sean, lanzando una mirada de odio hacia el exterior-. Ni pizca.

La estaba esperando. Justo cuando Miranda llegó al garaje de su casa adosada en el lago Oswego, Denver Styles salió de un coche de alquiler que había aparcado en el lado opuesto de la calle.

«Genial -pensó Miranda-, justo lo que necesitaba». Cogió el maletín y el bolso, cerró el coche con llave y pulsó un botón para cerrar la puerta del garaje. Pero de nada sirvió. Cuando subió los cinco peldaños que llevaban a la vivienda, encontró a Styles frente a la puerta, reclinado sobre el timbre.

– Maldito pesado -dijo, dejando el maletín y el bolso sobre una silla de la cocina. A continuación, avanzó hacia la entrada y abrió la puerta-. ¿Qué pasa?

– Tenemos que hablar.

– No hay nada de lo que hablar.

Styles elevó una ceja con actitud seria.

– Yo creo que sí.

– Ya te dije todo lo que tenía que decirte cuando nos vimos en casa de mi padre. No sé por qué a Dutch le obsesiona la idea de que una de mis hermanas o yo tuvimos algo que ver con la muerte de Harley Taggert.

– Porque tu padre hizo que cerraran la investigación y porque sabe que Kane Moran no se detendrá hasta que descubra la verdad.

– La verdad es que las tres estuvimos en el autocine y…

– Y pensé que querrías saber qué fue de Hunter Riley.

Las rodillas casi se le doblaron.

– ¿Hunter?

– Estabas liada con él.

El tiempo retrocedió dieciséis años, y Miranda volvió a tener dieciocho, a correr por la playa, a coger a Hunter de la mano, a encontrarse con él en la cabaña, a hacer el amor con él hasta altas horas de la madrugada. Sintió como si el corazón se le detuviese.

– Hunter… Hunter era mi amigo.

– Y te dejó.

– Aceptó un trabajo en Canadá.

– ¿Ah, sí? -Los ojos de Styles, grises y serios, no se inmutaron. Apretó los labios-. Nunca llegó a trabajar en la maderera.

Miranda se inclinó en la pared, buscando apoyo.

– Pues Weston Taggert me lo dijo… me enseñó documentos laborales.

– ¿Y tú le creíste? -Styles introdujo las manos en los bolsillos traseros de sus vaqueros-. Según tengo entendido, los Taggert y tu familia no se apreciaban demasiado.

– Eso no lo puedo negar -reconoció Miranda, cuando pudo recuperar la voz.

¿Qué estaba sugiriendo? ¿Qué Hunter la había engañado? ¿Que había huido porque estaba embarazada? Un dolor tan intenso como si fuese reciente le invadió el corazón, provocando que casi cayera al suelo de rodillas.

– Excepto por tu hermana Claire, que estaba comprometida con Harley.

– Pero rompió con él aquella noche -dijo Miranda, luchando por recuperar la compostura. No podía derrumbarse, no podía permitir que Denver Styles encontrara una grieta en la armadura de su coartada.

– De acuerdo. -Echó una mirada al interior de la casa-. ¿Por qué no me invitas a entrar? -sugirió-. Creo que tenemos muchas cosas de las que hablar.

Tessa había vuelto. Y tenía mejor aspecto que la última vez que se habían visto. Con manos temblorosas, Weston encendió un cigarrillo y se dirigió hacia el patio trasero, donde Kendall le decía que debía fumar. Por qué soportaba a su mujer era algo que no entendía. Quizá porque tenía una cierta clase, porque sabía que le dejaría sin blanca si le pidiese el divorcio, o quizá porque Kendall hacía la vista gorda y permitía que Weston continuase con sus pequeños escarceos.

Aparte de leal, Kendall era poco más.

Weston se apoyó en la baranda y miró hacia el mar. Un barco pesquero navegaba lentamente en el horizonte, y unas cuantas nubes borrosas ocultaban el sol. Desde la descomunal casa de la colina podía ver la ciudad de Chinook y sentirse el rey de todo aquello.

Aquella casa fue idea de Kendall. Cristal, cedro, ladrillos y tejas situados sobre el acantilado, de manera que reflejaban las puestas de sol. Era la casa más grande y ostentosa de la costa norte. Hacía juego con él y con su pasión por construir su propio imperio. No había tenido suficiente con hacerse cargo de los negocios de su padre. No. Cuando llegó a la presidencia, se empeñó en expandir el negocio y, en la actualidad, había creado tres complejos más a lo largo de la costa, un casino en el sur construido sobre lo que habían sido tierras de tribus indígenas y dos aserraderos más al oeste de Washington. Cada vez que pujaba más alto que Dutch Holland por un pedazo de tierra, conseguía otra propiedad para Industrias Taggert y levantaba otro proyecto o edificio. De este modo, al enterarse de que los intereses de Dutch por aquellos terrenos disminuían, sentía una profunda satisfacción. «Toma, viejo cabrón. Eso es lo que te mereces por follarte a mi madre.»

– Has llegado pronto a casa.

La voz de Kendall le sorprendió. Se volvió y la vio. Como de costumbre, Kendall llevaba una bandeja delgada con una botella de Martini y dos vasos. Colocó la bandeja sobre la mesa situada bajo la enorme sombrilla y sirvió el alcohol en ambos vasos.