– Hijo de puta -murmuró, mirando en dirección a la zona de aparcamiento del puerto deportivo.
¿Dónde demonios se había metido Styles?
Su teléfono móvil sonó. Arrojó la colilla sobre la baranda antes de comenzar a caminar hacia el camarote principal.
– Weston Taggert -dijo bruscamente. Comprobó de nuevo el reloj. ¿Styles se estaba burlando de él?
– Bueno, Weston, ¿qué tal estás? -preguntó una voz femenina y sexy.
A Weston casi se le detuvo el corazón. Debía de conocer aquella voz, pero había habido multitud de mujeres a lo largo de los años. Debía encontrar un rostro que encajase con aquella voz sensual.
– ¿Quién es?
– ¿No te acuerdas?
– ¿Debería? -La ansiedad le empezó a pellizcar el cerebro.
– Mmmm. Creo que sí.
Dios, ¿quién era? Aquella»zorra se estaba quedando con él.
– No estoy para tonterías.
– ¿No? No es eso lo que me parece recordar. Oh, Weston, no me digas que has cambiado ahora que te has convertido en un honrado y honesto hombre de familia.
¿Quién? ¿Quién? ¿Quién?
Una docena de rostros recorrieron su mente, pero enseguida los descartó.
– ¿Quién es? -exigió.
– ¿No te acuerdas? -preguntó, desilusionada.
Weston tuvo la sensación de que estaba jugando con él
– Eso me duele. -Sonó un suspiro y luego colgó.
– ¡Espera!
Pero se había ido. Weston se quedó mirando el teléfono durante más de un minuto, esperando que volviese a llamar, pero no fue así. A medida que pensaba sobre la conversación empezó a encajar las piezas. Era alguien de su pasado, alguien con quien se había enrollado antes de casarse y empezar una familia. Mierda, aun así la lista seguía siendo larga.
Oyó el sonido de pisadas en el muelle, miró por la portilla y vio a Denver Styles acercándose al Stephanie. Aunque estaba desconcertado debido a la llamada, consiguió volver a centrarse en el problema de Dutch Holland.
Holland. ¡Eso era! Sus labios se curvaron, formando una sonrisa áspera. Había mantenido una relación con la mujer de la llamada, con aquellos preciosos ojos.
– Espera y verás -dijo en voz baja.
Comenzó a pensar en la manera de volver a ver a Tessa Holland. Dieciséis años atrás, Tessa había sido una virgencita cachonda; ahora, con un poco más de edad y madurez, probablemente sería incluso más ardiente. Sonrió entre dientes. Tessa se había atrevido a llamarle y a burlarse de él como una puta barata. De acuerdo, Weston le seguiría el juego, cualquiera que fuese. La ingle se le contrajo al pensarlo.
Así que Tessa creía que jugaba con ventaja, ¿no? ¿No se sorprendería cuando se enterase de que no era así? Las tornas estaban a punto de cambiar para la hija menor de Dutch. Weston no podía esperar.
Capítulo 27
El sol llameaba en una esfera de color melocotón y ámbar, y las nubes altas reflejaban esos brillantes colores sobre la superficie el mar. Claire se dijo que Kane se estaba aprovechando de ella, que se estaba acercando a ella con el único propósito de su maldito libro. No obstante, no podía luchar contra aquel sentimiento de volver a enamorarse de él. Aquello era absurdo, lo sabía. Se trataba de una pequeña fantasía secreta que sólo ella conocía, y que no se atrevía a examinar con demasiado detenimiento.
En las afueras de Chinook, más allá del aserradero de los Taggert, Kane conducía la moto tierra adentro. Se dirigía hacia el norte, por la carretera del condado que llevaba de vuelta al lago Arrowhead. En lugar de tomar el camino de vuelta a casa, siguió recto, aún más deprisa, con las ruedas flotando sobre el asfalto.
– ¿Dónde vamos? -preguntó Claire en voz alta, aunque sus palabras perdían fuerza con el viento.
– Ahora lo verás.
Claire rió un instante, alegre, pero enseguida se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Dios mío, ¡no! El corazón se le encogió y se estremeció cuando notó que la moto reducía la velocidad. A lo lejos, vio un bosque de robles y abetos.
Kane giró, tomando un sendero, en dirección a la orilla del lago Arrowhead. La luz de los faros de la motocicleta alumbraba a través de la hierba alta. Finalmente, llegaron a orillas de las tranquilas aguas del lago. Agua oscura, imponente y de superficie lisa.
Un escalofrío le recorrió la columna vertebral. No era posible que estuviera allí, en el mismo lugar donde Miranda había precipitado su coche hacía dieciséis años. Claire aflojó los brazos de la cintura de Kane. El estómago se le revolvió. No sabía cómo podría enfrentarse a las preguntas que Kane seguramente le haría.
La moto rodó sobre una última duna y a continuación se detuvo, sacudiendo la arena. Kane apagó el motor. Su tono era bajo, pero ya no hablaba en broma, sino muy en serio.
– Creo que tenemos que hablar.
– Me has engañado -le comentó Claire, soltándole y bajando de la motocicleta. Pudo recordarse a sí misma y a sus hermanas en el interior del Camaro de Miranda, con el agua oscura y helada a su alrededor, y el pánico invadiéndole el cuerpo. No podía respirar, no podía pensar. Se frotó los brazos, como si el frío le estuviese calando los huesos, a pesar de que hacía una buena temperatura-. Me has traído aquí a propósito -prosiguió. Sus fantasías se derrumbaron.
Kane no se molestó en negarlo.
– Es cierto.
Se quitó las gafas y Claire le miró fijamente. Él no evitó la mirada, sino que la mantuvo, intentando penetrar en su alma. Sin embargo, Claire no se lo permitió.
– ¿Por qué?
– Creo que ha llegado la hora de que se aclare lo que sucedió aquella noche. -Bajó de la moto y se aproximó a ella.
Claire retrocedió al lado opuesto de la duna, donde había varias rocas y maleza. No quería estar cerca de Kane. Tenía miedo de cómo iba a responder si él la tocaba.
– Si crees que vas a conseguir alguna confesión por mi parte, o alguna versión diferente a la que le conté a la policía, estás muy equivocado.
– Claire… -Kane estaba cerca. Demasiado cerca.
– Por el amor de Dios, Kane. ¡Te he contado a ti y a todo el mundo, una y otra vez, todo lo que sucedió aquella noche! Compruébalo en los informes policiales.
Tropezó con una roca y estuvo a punto de caer de rodillas, pero Kane la sujetó por el brazo con una de sus enormes manos, ayudándola a incorporarse.
– Ya lo he hecho.
– Y con los artículos de prensa.
– También.
No la soltó. El brazo le ardía.
Claire mantuvo la calma.
– Entonces pregunta a cualquiera que estuvo aquí o con Harley aquella noche.
– Te estoy preguntando a ti -sus dedos se aferraban a Claire posesivamente.
Una emoción desagradable recorrió el cuerpo de ella.
– ¿Para que te diga algo que puedas publicar y así destruir a mi familia?
– Harley Taggert murió. Creo que se lo debemos a él y…
– A ti nunca te ha importado Harley. Por esa razón esto es de locos -dijo Claire, con el corazón latiéndole a toda velocidad. La sangre le hervía.
Kane continuaba frotándole el antebrazo. ¿Por qué no podía dejarla en paz, aceptar sus mentiras, apartar su mano cálida y llevarla de vuelta a casa antes de que se le escapara que Sean era hijo suyo?
– Me importas tú.
– Oh, Dios.