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– ¿Qué puedo decir? Cometí un error.

– Y finalmente te has librado de él.

– De no ser porque es el padre de los niños. -Bueno, al menos el de Samantha.

– Pero a Sean le pusiste el nombre por Taggert. Sean Harlan St. John.

– Otro error -dijo Claire.

En principio había pensando que el bebé debería apellidarse Taggert, pero finalmente decidió que lo mejor para el niño sería que nadie lo supiera. Más tarde, cuando se hizo evidente que Sean era en realidad hijo de Kane, no supo qué hacer. Decidió centrarse en su matrimonio e intentar que las cosas funcionaran. Hacía todo lo que Paul le pedía. No planearon el segundo embarazo, y Paul no parecía estar contento con el hecho de tener otro hijo al que mantener, a pesar de que ese fuese realmente suyo. El bebé nació, una niña, y Paul aceptó la responsabilidad. Mientras tanto, Claire hacía malabares para llevar su vida hacia delante: iba a la escuela, corría de aquí para allá detrás de los niños y limpiaba la casa con el fin de aprobar las inspecciones de Paul. Más tarde, empezó a trabajar como profesora. Pasaba cada vez más horas fuera de casa y, con el tiempo, su matrimonio hizo aguas. Claire había crecido, se había vuelto más independiente y empezaba a tener sus propios pensamientos. Paul no lo aceptaba. Cuando Sean llegó a la adolescencia, Paul se volvió inflexible. No soportaba que Sean tuviese problemas con la justicia, pues le habían detenido por vandalismo y pequeños robos. Y entonces aparecieron las chicas. Colegialas atractivas se lanzaban a los brazos del guapo Sean. Finalmente, la vieja tara en el carácter de Paul resurgió en su fea cabezota. Se trataba de su deseo por las chicas jóvenes. Terminó seduciendo a Jessica Stewart, una de las novias de Sean. Pero aquella relación le estalló a Paul en la cara cuando Jessica no sólo se lo contó a sus padres, sino también a la policía. Más tarde otras chicas hicieron lo mismo y denunciaron a Paul.

– No me divorcié de él hasta que presentaron los cargos, aunque llevábamos separados mucho tiempo. Pensaba que era mejor continuar casados, por los niños.

– ¿Y ahora? -preguntó Kane, acercándose más a ella.

Suspirando, apoyó la cabeza en el hombro de Kane.

– Y ahora pienso que debería haber sido más lista, y dejarle la primera vez que supe que me estaba engañando, cuando Samantha tenía unos dos años. Pero era joven y dependía de él. La única opción que me quedaba era arrastrarme ante mi padre y rogarle que me ayudara. -Contempló el bosque oscuro y negó con la cabeza-. No quería hacer eso. Nunca.

– Por eso permaneciste junto a un hombre que te trataba como si fueses basura.

– No. Estábamos separados. Es sólo que no encontré el valor suficiente para divorciarme de él hasta que me di cuenta de que no teníamos ningún futuro juntos. Aunque no estuviese enamorada de él, pensaba que el matrimonio debía ser para siempre -sonrió amargamente-. Una fantasía romántica de juventud, supongo. Randa siempre dijo que mi vena romántica sería mi perdición. Parece que tenía razón. -Inquieta, bebió de la taza, pero el café se había enfriado y notó el sabor fuerte a alcohol.

– Así que no le querías.

«Nunca como te quise a ti!»

– No se trataba de amor, Kane. Sino compromiso. Con él. Con los niños. Con la familia. -Emitió una risilla ahogada-. Pero él no pensaba lo mismo. Finalmente me di cuenta, y aquí estoy, divorciada, sin trabajo, intentando criar a dos niños testarudos. -«Y mintiéndote. Oh, Dios, Kane, ojalá lo supieras. Ojalá pudieras adivinar que Sean es tu hijo, y no de Paul. Ni de Harley. ¡Tuyo!»

Claire se estremeció. Todos sus secretos se estaban desenmarañando. En cuanto Kane encontrara un hilo del que poder tirar, todas sus mentiras se descubrirían. Ya fuese por Kane o por Styles. ¿Y entonces qué? Claire se negaba a pensar en las consecuencias. Daba gracias a Dios por no tener una bola de cristal para ver el futuro.

Kane la besó en la sien y Claire reprimió un sollozo. No era justo volver a enamorarse de él, cuando estaba segura de que la verdad saldría a la luz, y de que él la odiaría hasta el fin de sus días.

– ¿Así que trabaja para Dutch Holland? -preguntó Weston, ofreciendo un trago a Denver Styles.

Cerró el mueble y tomó asiento en el lado más lejano del camarote. No le gustaba la idea de estar a solas con Denver Styles. Se sentía intranquilo, como un perro en celo sin pareja. Pero en aquel momento Weston necesitaba a Denver.

– Así es.

– ¿Se trata de un trabajo especial?

– Se podría decir. -Styles se dejó caer en una de las sillas. Apoyó un tobillo sobre la rodilla de la pierna opuesta. Su expresión rozaba la insolencia.

Weston intentó librarse de la idea que le hacía pensar que estaba siendo manipulado. Primero por Tessa, al teléfono, y ahora por aquel hombre silencioso con ojos de lince, vaqueros negros, camiseta desgastada y chaqueta hecha polvo. Llevaba botas de vaquero con algo de tacón y mostraba una actitud tan arrogante que le repelía hasta la médula de los huesos a Weston. Denver parecía haberse roto la nariz en más de una ocasión, y en sus manos morenas podían apreciarse cicatrices, probablemente a consecuencia de peleas a puñetazos o navajazos en su juventud. Styles era fuerte, delgado, y si la seguridad de la que hacía gala era verdadera, conocía sus puntos fuertes y débiles.

Era un hombre al que Weston no quería tener en su contra, al menos hasta averiguar más sobre aquel silencioso desconocido. Tenía que descubrir algún secreto de Styles, lo que fuera, para usarlo en su contra. Pero el tipo parecía no tener pasado. Era como si Denver Styles se hubiese presentado ante la puerta de Dutch Holland por arte de magia. Pero Weston no pensaba renunciar. Descubriría la verdad sobre Styles, aunque hubiese salido de las puertas del Hades. Todo el mundo tenía un pasado, y los que esconden el suyo probablemente tengan algún feo secreto que no quieren que nadie conozca. Perfecto. Aunque tuviera que morir en el intento, estaba decidido a averiguarlo todo sobre Styles y a conocer los secretos que ocultaba. A Weston no le gustaba sentirse en desventaja. Nunca.

– ¿Qué es lo que hace para Dutch?

Styles bebió, ingiriendo la mitad del güisqui que contenía el vaso. Repasó con la mirada la madera elegante del camarote, como si estuviera evaluando cada diminuto detalle.

– ¿Acaso es asunto suyo?

– Podría ser. -Weston sonrió de una manera que normalmente hacía relajar a la gente.

Obviamente, Styles no creyó que fuese una sonrisa sincera.

– Creo que está aquí para minimizar los daños -elevó una ceja oscura, alentando a Styles-. Lo que yo opino es que Dutch está planeando anunciar su candidatura a gobernador, pero quiere limpiar su casa antes de enfrentarse a la prensa. No quiere que ninguna sorpresa, ningún escándalo o secreto de familia le pille desprevenido. Ya tiene suficientes problemas con Moran y su libro. No necesita más problemas que puedan mandar su campaña al garete.

Styles no hizo ningún comentario al respecto. Simplemente continuó observando a Weston, sin parpadear, con aquella mirada intensa y condenatoria. Aquel tipo hizo que Weston sintiera escalofríos. No había duda de que era bueno en su trabajo. Maldita sea, lo era.

– ¿Qué es lo que quiere, Taggert?

La pregunta sorprendió a Weston. No esperaba que Styles fuese tan directo.

– Bueno, ya sabrá que los Holland y mi familia no somos exactamente amigos.

Styles comenzó a remover su bebida lentamente, al compás del suave balanceo del velero en su amarre. En el exterior, rugió el sonido de una sirena a lo lejos.

– De hecho, llevamos muchos años enemistados, y, lo crea o no, pienso que es algo que beneficia a la compañía -añadió Weston-. Sabe, creo que un poco de buena competencia favorece a la economía.