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– Quizás sea periodista -dijo mientras se colocaba la tira del bolso sobre el hombro y cogía el maletín del escritorio.

– Entonces ¿por qué no dejó una tarjeta, un número de teléfono? ¿Por qué no se cita contigo de una vez, eh? Te lo estoy diciendo, hay algo raro en ese hombre. No es normal.

– Tenemos muchos de ésos por aquí.

Louise sacudió la cabeza. Los rizos negros le brillaban bajo las luces fluorescentes.

– No, cielo, no los tenemos en la oficina del fiscal, y aunque el tipo no parezca el típico pirado armado, nunca se tiene el suficiente cuidado.

– Petrillo le está investigando, ¿no?

– Lo está intentando -contestó Louise encogiéndose de hombros.

– No te preocupes -dijo Miranda, parada frente a la puerta-. Tengo algunos días libres. Tal vez, quienquiera que sea lo deje estar y vuelva a lo que él llama casa.

– Como hizo Ronnie Klug.

De repente los músculos del cuello de Miranda se tensaron, y le costó avanzar. Sin querer, se tocó el pecho, sintió la pequeña marca de la cicatriz, y a continuación bajó la mano.

– No lo creo…

– Podría ser otro tipo al que hayamos enviado a prisión, Randa. Has estado trabajando aquí tiempo suficiente para que alguno de esos tipos haya salido de prisión.

– ¿El hombre que estuvo aquí era un ex presidiario?

– No lo sé. No lo parecía, pero nunca se sabe. ¿Te acuerdas de Ted Bundy? Atractivo, alegre. Resultó ser un verdadero asesino de mujeres.

No podía discutir sobre aquello.

– Es cierto.

– Bueno, Petrillo está revisando las fichas policiales de todos los tipos o novios o mujeres que has metido en la cárcel. Lo malo es que la lista es bastante larga.

– Además, siempre podéis contactar conmigo llamándome al móvil o escribiéndome un e-mail.

– Quizás para entonces sea demasiado tarde.

– Mira, Louise. No pierdas demasiado el sueño con esto, ¿de acuerdo? Sólo porque un tío venga por aquí fisgoneando…

– Es razón suficiente para preocuparse. Parecía un hombre decidido, el tipo de persona que no abandona sin una buena zurra. Te recomiendo, Miranda, que te guardes las espaldas estos días que estés de vacaciones.

«Vacaciones. Si Louise supiera lo que Miranda iba a hacer realmente, adónde iba a ir.»

Miranda no solía ponerse de los nervios fácilmente, pero la preocupación de Louise, junto al recuerdo de Ronnie Klug, habían conseguido preocuparla. Ronnie Klug y su cuchillo de treinta centímetros.

El hecho de que se marchara de la ciudad debido a una reunión con su padre no le ayudaba a quitarse el nudo que tenía en el estómago camino al coche. Dutch Holland estaba acostumbrado a conseguir lo que se proponía, tanto de su mujer como de sus hijas y sus cientos de empleados. Y ahora, por alguna razón desconocida, quería ver a su hija mayor.

Dejando el maletín y la gabardina en el maletero, echó un vistazo general al aparcamiento del garaje. Luego miró a través de la ventana y en el asiento trasero de su Volvo. No parecía haber nadie. No había ninguna figura siniestra entre las sombras. Gracias a Dios.

Miranda se sentó al volante e ignoró el horroroso dolor de cabeza que estaba empezando a sufrir en las sienes.

Sacó el coche y en pocos minutos se unió al resto de tráfico, mientras conducía resueltamente hacia las afueras de la ciudad. El aire acondicionado no funcionaba demasiado bien, así que bajó la ventana mientras miraba el maletero de un Buick al que seguía. Una ráfaga de aire veraniego refrescó el interior del coche. Miró su propio reflejo en el espejo retrovisor. No era agradable. El lápiz de labios había desaparecido, el rimmel también, y en las órbitas de sus ojos tenía multitud de líneas de color rojo. Tenía el pelo recogido hacia atrás con una coleta, pero se estaba empezando a soltar.

– Genial -murmuró. Se soltó el pelo del todo y dejó la goma elástica en el asiento del copiloto-. Genial.

¿Quién era el tipo que había estado haciendo preguntas acerca de ella? ¿Por qué estaba indagando sobre ella justo ahora, cuando parecía que todas las cosas malas le estaban sucediendo? ¿Cuando su padre, maldito sea, había decidido tomar de nuevo las riendas de su papel como patriarca? ¿Cuando su vida se estaba desmoronando?

– Ánimo -se dijo. No podía permitirse dejarse vencer. Ahora no. Había trabajado demasiado para llegar donde estaba. Había ascendido en la oficina del fiscal tras muchos esfuerzos, y había sufrido mucho emocional y psicológicamente en aquel proceso. Un tipejo misterioso merodeando por allí no iba a poder con ella. No lo permitiría, no lo podía permitir. No había pasado tantos años sintiéndose perseguida y había gastado tanto dinero en psiquiatras para superar su vida anterior y secretos pasados como para perderlo todo ahora.

Y tampoco sería su perdición aceptar el reencuentro con su querido y anciano padre, el cual le dejó un mensaje en el contestador. Se metió los dedos de una mano entre el pelo, se masajeó el cuero cabelludo y dejó que el viento alborotara los mechones rebeldes. Conducía a un ritmo constante en dirección oeste, hacia el sol.

Dutch Holland le había ordenado reunirse con él en la casa familiar del lago. Miranda pensaba que la vieja casa había estado abandonada durante años. Esperaba que las sábanas y plásticos que cubrían los muebles nunca se retirasen. Rezaba para que los secretos escondidos en esa monstruosa cabaña siguieran enterrados por siempre jamás.

– Maldita sea -murmuró mientras frenó frente a unos obreros de carretera que marchaban a casa después de un día de trabajo.

Maniobró por entre los conos naranjas de la obra, mientras uno de los obreros metía una pala en la parte trasera de un camión de alquitranado. Una mujer vestida con un chaleco naranja fluorescente, paró para encenderse un cigarrillo antes de entrar en el camión.

A Miranda le cegaba el sol. Aquel misterioso tipo ocupaba sus pensamientos. ¿Era posible que ese hombre que había aparecido haciendo preguntas sobre ella en su oficina fuese alguien relacionado con los propósitos de su padre? ¿O simplemente era casualidad que apareciese en el mismo momento en que su familia, separada durante tantos años, contactaba con ella de nuevo?

De ningún modo. Miranda Holland llevaba demasiado tiempo trabajando para la justicia para creer en las casualidades.

Capítulo 3

– Es ahora o nunca. -Así que, ¿por qué no nunca?

Miranda apagó el motor del Volvo y oyó el sonido del ventilador. A través del parabrisas, vio las tranquilas aguas del lago y se mordió los labios. En su mente tenía dieciocho años, chorreaba y tiritaba, muerta de miedo.

– Oh, Dios -susurró, e inclinó la cabeza durante unos segundos, apoyando la frente en el volante.

No había vuelto a aquel lugar desde ese verano.

– Tómate un trago. -No podía desmoronarse ahora, después de tantos años haciéndose a sí misma, demostrando a su padre y al mundo entero que era algo más que la hija de Dutch Holland.

Cogió el bolso y el abrigo, salió del coche y caminó por el sendero que llevaba al porche que rodeaba la casa. Golpeó con fuerza la puerta delantera, pero no esperó a que le abrieran. Empujó el pomo y la puerta se abrió. De repente, se encontró en la casa donde había crecido. Cientos de recuerdos le vinieron a la mente. Algunos eran recuerdos inocentes de una infancia mimada con sus dos hermanas, un padre ausente y una madre que no les prestaba la atención necesaria. Otros eran recuerdos más oscuros, de sus años de adolescencia, cuando se enteró por sí misma de que el matrimonio de sus padres se estaba desintegrando, que el amor que compartían se les había escapado. Y, finalmente, aquella oscura y fatídica noche en que todas sus vidas se vieron alteradas para siempre.