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– Estás nervioso -dijo Kendall. En los extremos de su boca se percibía una actitud de desaprobación.

El perro trotó por la cocina, y se detuvo junto a su cuenco de agua.

Weston no podía soportar más sentirse encerrado.

– Tengo que ir a la oficina -dijo.

Kendall le siguió con los ojos. Nunca había confiado en él, creía que Weston iba detrás de cualquier cosa que llevara falda. Aquello no era totalmente verdad, pero Weston se había ganado esa fama debido a todas sus relaciones, ya fuesen buenas o malas.

– ¿Nuevos negocios? -preguntó Neal, que siempre mostraba interés en lo que sucedía en Industrias Taggert.

– No. Es sólo que me quedan algunos cabos por atar.

Weston cogió las llaves y se dirigió a la puerta trasera. Se había levantado un viento que agitaba las ramas de los árboles. Había humo, procedente de unas cuantas hogueras en la playa. El olor se mezclaba con la brisa salada del mar.

Condujo alejándose de la casa y trató de calmarse. Su hermana tenía razón. Estaba histérico. Por varias razones. La primera, y la más importante, era porque Denver Styles llevaba trabajando para él casi una semana y hasta el momento no había conseguido información nueva sobre Dutch o sobre cualquiera de las Holland.

Nada. Nothing. Zilch. El tipo no estaba haciendo su trabajo, o quizá no le estaba contando nada. Probablemente Dutch le había ofrecido más dinero, lo que sería un error por su parte. Un gran error.

La segunda razón era que estaba teniendo lugar la excavación de la fase más reciente de Stone Illahee. A Weston se le revolvió el estómago, y la bilis le alcanzó la garganta. Como colofón, Dutch iba a hacer oficial el anuncio de su candidatura a las próximas elecciones a gobernador en una fiesta que tendría lugar el próximo fin de semana. A Weston le ponía enfermo la simple idea de que Benedict Holland tuviera una posición de poder en el Estado. No, no podía ser.

Weston conducía como poseído, superando el límite de velocidad permitido, derrapando por las curvas, hasta que finalmente su oficina. Iba a encontrarse con Styles aquella noche, y no podía esperar. Debía conseguir que el dinero que había invertido en aquel tipo sirviese de algo. En algún lugar de su mente se preguntó si Styles le había estafado. ¿Por qué Denver Styles se había embolsado el dinero que Weston le había entregado y no le había informado a cambio? Weston había tomado una decisión. O Styles le proporcionaba información, importante información, o haría que se las pagase.

Weston apretó los dientes y los labios se le tensaron, presionando contra la dentadura. No le gustaba que le engañasen. Había trabajado duro durante mucho tiempo precisamente para que no le engañasen. Así pues, si Styles estaba jugando con él, se las pagaría. Se las pagaría con su puñetera vida. Como todos los que habían intentado burlarse de él en el pasado.

Cuando llegó al edificio donde se encontraba su oficina, abrió con llave la puerta trasera, tal y como le había dicho a Styles que haría. Seguidamente, cogió el ascensor hasta su oficina. Se acababa de servir un buen chorro de brandy y de aflojar el nudo de la corbata, cuando Denver Styles, vestido de negro, entró en la oficina.

Weston avanzó hacia el mueble bar, pero Styles sacudió con la cabeza, rechazando la oferta. Styles se apoyó en el ventanal y miró hacia el exterior.

– ¿Qué ha averiguado?

Styles elevó un hombro.

– No mucho.

La rabia hizo que le empezara a hervir la sangre.

– Seguro que en una semana ha podido descubrir algo.

– Unas cuantas cosas. Nada importante. Nada acerca de la noche en que su hermano murió, que es lo que más preocupa a Dutch.

Weston intentó tener paciencia. Sabía que lo mejor era que Styles consiguiera la información a su manera y a su ritmo. No obstante, le hubiese encantado agarrar a aquel tipo por el pescuezo y sacudirle hasta conseguir respuestas.

– ¿Cree que alguna de las chicas mató a Harley?

– No lo sé. -Hizo una pausa-. Todavía.

– ¿Y qué es lo que sabe? -preguntó Weston, sin poder evitar el tono desagradable al pronunciar aquellas palabras.

– Que Dutch está nervioso, preocupado por que alguien pueda descubrir que una de sus hijas es una asesina, a pesar de que no haya pruebas que apoyen esa teoría, y también que descubran que cuando Claire Holland marchó de Chinook, hace dieciséis años, estaba embarazada.

Weston se quedó pasmado.

– ¿Embarazada? ¿Claire? -«Pero si era Miranda quien estaba embarazada.» Weston hizo cálculos mentalmente-. ¿Quiere decir de su actual hijo?

– Sí. Sean Harlan St. John no nació en julio, como ella dice, sino en abril. Lo que significa que estaba embarazada antes de conocer a su marido.

– ¿El bebé era de Harley? -De repente las piernas de Weston no podían soportar su peso, y tuvo que tomar asiento.

Era imposible. No podía haber otro Taggert… Harley no podía ser padre de un niño y sin embargo… Su memoria volvió a recordar otro certificado de nacimiento, uno que había quemado años atrás, la prueba de que su padre no había sido fiel a Mikki. Le entraron ganas de vomitar, los intestinos le empezaron a dar punzadas. ¿Había otro heredero de la fortuna de los Taggert? Cerró los puños con fuerza. Había trabajado mucho para heredar todo, y ahora este niño, este intruso… ¡Oh, mierda!

Sintió el sudor en el bigote, provocado por los nervios. De pronto parecía como si las costillas le oprimiesen los pulmones y no le dejasen respirar. ¡No! ¡No! ¡No! Ahora no. No cuando estaba seguro de que iba a heredarlo todo, excepto un pequeño porcentaje del patrimonio de su padre. Así se había dictado en su voluntad. Incluso Paige sabía que, siendo mujer y sin trabajar en la empresa, sólo heredaría la vieja casa en la que habían crecido. Sin embargo, ahora… con el hijo de Harley… No, no podía ser.

– ¿Quién más lo sabe?

– Sólo Claire St. John, aunque estoy seguro de que Moran también lo descubrirá.

– ¡Maldita sea!

– El chico no tiene ni idea, y su supuesto padre, Paul St. John, tiene ya suficientes problemas para preocuparse de que la verdad salga a la luz.

– ¿Cree que Moran lo hará público?

La mente de Weston trabajaba cada vez más deprisa, hasta llevarle a la conclusión inevitable: que finalmente se probaría que Sean St. John era un Taggert. Su padre se alegraría muchísimo, a pesar de que la madre fuese una Holland. Uno de las mayores decepciones en la vida de Neal era que no había tenido herederos varones que llevaran el nombre de Taggert. Kendall se había negado a tener más hijos, incluso se había operado para asegurarse de que nunca más volvería a quedarse embarazada. Lo había pasado muy mal con el embarazo de Stephanie. No estaba dispuesta a volver a pasar por el mismo sufrimiento emocional y físico nueve meses más. Tener a Stephanie había merecido la pena, pero Kendall no quería volver a tener otro hijo.

Y ahora este problema.

– Supongo que Moran publicará cualquier cosa que difame a Dutch -dijo Styles-. Le odia y con razón. Su padre sufrió un accidente mientras trabajaba en la maderera y quedó paralítico. Nunca le compensaron completamente por los daños causados. Se convirtió en un maltratador, aunque no físicamente, sí emocional. La madre de Moran, Alice, abandonó a su hijo y a su marido cuando Moran era muy joven. Casualmente, terminó viviendo en Portland como amante de Dutch, y nunca volvió a tener contacto con su hijo durante todo el tiempo que éste creció junto a un padre borracho y violento.

– Hijo de puta -murmuró Weston, y pensó sobre su propia experiencia con Dutch Holland.

En su mente, aún podía ver la pecosa espalda de Dutch sobre el edredón viejo, con las piernas de Mikki envolviéndole mientras follaban como dos animales asquerosos. Aquella imagen le obsesionaba, había tenido sueños en los que aparecía… sueños perturbadores en donde Weston mataba a Dutch, a continuación montaba a la puta de su madre, pero cuando la miraba no era Mikki Taggert, sino una de las hijas de Holland, Miranda, Claire o Tessa.