– Aparte de eso, no tengo nada más -continuó Styles, interrumpiendo a Weston, absorto en sus espantosos pensamientos.
– Siga investigando -le dijo Weston, todavía dando vueltas a la información. Al menos Styles no parecía estar ocultándole lo que sabía.
– Lo haré. Sobre todo indagaré acerca de la noche en que murió Harley. -Se volvió y miró a Weston por primera vez. Sus ojos fríos y severos se clavaron en Weston con una expresión de venganza personal, lo que provocó en Weston que casi se le detuviese el corazón-. Pienso igual que Moran. Algo de lo sucedido aquella noche no encaja.
Se encontraban sobre terreno peligroso. Según Weston, cuanto menos se supiera acerca de la noche en que Harley murió, mejor. Styles se sacó del bolsillo de la chaqueta un trozo de papel. Se trataba de una copia de un artículo que mostraba una fotografía de una pistola.
– Moran parece obsesionado con esta prueba -dijo, acercándole el trozo de papel a Weston-. ¿Usted qué piensa?
Weston miró la fotografía.
– No sé.
– El arma se encontró no muy lejos del cuerpo.
– Lo sé, pero la policía no la relacionó con el crimen.
– Pero es extraño, ¿no cree?
«No tanto», pensó Weston, mientras le arrancaba a Styles el papel de las manos y lo doblaba con cuidado. No quería recordar que habían encontrado el arma de su madre en la escena del crimen. Nadie reclamó el pequeño revolver, y no estaba registrado, naturalmente. No obstante, todos en la familia Taggert sabían que aquel arma había desaparecido hacía semanas del cajón de la cómoda de Mikki Taggert.
– Sí -dijo, asintiendo con la cabeza y mirando a los ojos inquisitivos de Styles-. Muy extraño.
– ¿Me estás diciendo que Sean es hijo de Harley Taggert? -preguntó Dutch mirando a Denver con el rostro colorado y un puro entre los dientes.
Estaban sentados el uno frente al otro, en la barra del bar del Hotel Danvers, muy conocido en Portland.
– Podría ser. Aunque aún tengo que comprobar el tipo de sangre.
– ¡Por el amor de Dios! ¿Cuánto tiempo puede llevarte eso?
– No mucho. Unos días. Incluso podría tenerlo para mañana.
– ¿Por qué pudo haber mentido Claire?
– Tendrás que preguntárselo a ella -contestó Styles.
No había probado su café con coñac; en cambio, Dutch iba por la segunda taza.
– ¿Y qué hay de la noche que murió Taggert? ¿Sabía él algo del bebé?
Styles se encogió de hombros.
– La única que conoce la respuesta a eso es Claire.
Dutch terminó la bebida y frunció el ceño.
– Supongo que ésta no es la peor noticia que podía esperar, pero tampoco es que me entusiasme.
– Házselo saber al director de su campaña, Murdock, él hará algo para evitar que salgas perjudicado con todo esto.
Dutch se frotó la barbilla y suspiró.
– La gente cuenta conmigo. No puedo permitir que ningún viejo escándalo me salpique. Tienes que conseguir llegar al fondo de todo este asunto, Styles, antes de que lo hagan mi oponente o Moran. Si conseguimos averiguar a qué nos enfrentamos, tendremos una oportunidad, si no… Oh, Dios, prefiero no pensarlo. Tú solamente descubre qué sucedió aquella noche.
– Eso haré -prometió Denver.
Y era lo que se proponía, a pesar de que mantener informado a Benedict Holland no era una de sus prioridades.
Después de trabajar el viernes, Miranda condujo directamente al lugar donde estaban trabajando en la ampliación de Stone Illahee. Según le había comunicado la secretaria de su padre en Portland, Dutch iba a supervisar las obras durante todo el fin de semana. Miranda necesitaba hablar con él antes de que éste anunciara su candidatura en la fiesta del domingo por la noche. Sólo Dutch podía pedirle a Denver Styles que se detuviera.
El tipo la estaba vigilando, sin duda. Había pasado por su oficina y por su casa en diversas ocasiones, y siempre que estaba con ella hacía que Miranda se sintiera nerviosa. No se debía a las preguntas que le hacía, sino por su presencia. Misterioso, pensativo, con facciones que podían cambiar de agradable a distante en un segundo. Styles la desconcertaba, a ella, que se sentía orgullosa de su frialdad ante cualquier situación; a ella, que no perdía la calma ante ningún abogado defensor, testigo desfavorable o sospechoso inestable. Aquel hombre había conseguido asustarla. Había conseguido que se cuestionara y que casi cambiase la versión de su historia.
– Tranquilízate -se dijo mientras cruzaba con el coche las puertas abiertas de la alambrada que cercaba el lugar de la excavación. El polvo sopló por encima del parabrisas del Volvo y el aire se resecó, en ausencia de la humedad característica del océano.
Había varias furgonetas aparcadas desordenadamente en una zona donde se amontonaban las rocas, hierba y árboles arrancados de la tierra. El Cadillac de Dutch estaba aparcado entre un camión de media tonelada de color gris y una furgoneta pintada de varios colores, abollada y con guardabarros que no eran los originales. Dutch no estaba dentro del coche, pero Miranda le encontró enseguida.
Dutch estaba arrancando el extremo de un puro junto a un grupo de trabajadores. Observaba una excavadora inmóvil, que expulsaba humo negro en la cálida atmósfera del verano.
Los hombres estaban serios y hablaban en voz baja. Al salir del coche, Miranda sintió un nudo en el estómago. Se trataba de un presentimiento anunciando que algo iba mal, muy mal. A lo lejos, oyó el primer bramido de una sirena, y, en un instante, a medida que el sonido se aproximaba, se dio cuenta de que, por alguna razón, la policía se dirigía hacia allá. Aceleró el paso por el camino de tierra, mientras el miedo le recorría el cuerpo. ¿Qué sucedía? ¿Le había pasado algo a alguien en la obra? Cuando se acercó al lugar, oyó trozos de conversación.
– …llevaba años aquí -masculló un hombre enorme con casco y mono de trabajo.
– Dios santo, ¿quién será? -dijo otro trabajador flaco, con poco pelo y gafas sin montura.
– A mí no se me ocurre nadie -volvió a decir el hombre enorme.
¿De qué estaban hablando? ¿De quién?
– A mí no me suena.
– A mí tampoco -dijo Dutch, dando una calada a su puro y mirando a sus pies, donde la tierra se removía mientras la máquina excavaba en el agujero.
– Me pregunto si llevará DNI.
Detrás de Miranda, aullaba una sirena. Un coche de policía cruzó las puertas a toda velocidad. Miranda, que aún caminaba, miró de reojo hacia el coche, el cual se detuvo cerca de su Volvo. Dos ayudantes del sheriff salieron y se apresuraron hacia el lugar donde estaba congregado el grupo de hombres. Justo en ese momento Miranda llegó junto a su padre. Miró hacia abajo, hacía el terraplén que tenía a sus pies, hacia el enorme agujero abierto en la tierra, donde la arena era húmeda y fresca. Allá, entre los escombros de hojas, rocas y basura, había un cuerpo, poco más que un esqueleto, con algunos trapos enganchados en los huesos.
A Miranda se le revolvió el estómago, estuvo a punto de vomitar.
– Oh, Dios -dijo.
En ese momento su padre se percató de su presencia.
– Randa, ¿qué haces aquí? Deberías estar…
– He visto cadáveres antes -replicó ella. Sin embargo, había algo en aquel cuerpo descompuesto que le inquietaba.
Los ayudantes del sheriff se acercaron, cuando Miranda empezó a sentir de nuevo aquel horrible presentimiento.
– Bueno, veamos qué tenemos aquí. ¡Jesús! Mira esto.
– Vamos a acordonar la zona -le dijo el segundo de los agentes-. No toquen nada más. -Miró hacia la máquina excavadora como si fuese una herramienta del diablo. A continuación, dirigió la mirada hacia la pequeña multitud-. Los forenses tendrán que ver todo esto. Que nadie toque nada.