– Todo irá bien -susurró, mientras las dos hermanas se abrazaban.
– Pero ¿qué pasa con Weston? -dijo Tessa-. No podemos dejar que se libre de todo esto.
Miranda tenía una expresión seria.
– La policía se dará cuenta de que falseó los documentos laborales de Hunter. Atarán cabos. Además, he estado investigando con la ayuda de un amigo del departamento, Frank Petrillo. Alguno de los negocios de Weston, en particular el que intenta cerrar con una tribu para abrir un casino, no está en regla. Así que va a tener más problemas con la justicia de lo que jamás hubiese pensado. Aunque eso ya no importa.
– Claro que importa -dijo Tessa, con tono distante-. Tiene que pagar.
– Shh. No hables así -le pidió Miranda-. Y ten esperanza. Sé que es difícil, pero las cosas acabarán saliendo bien.
– Nunca irán bien -dijo Tessa.
Kane, con sentimiento de culpa sobre los hombros por escuchar a escondidas como un vulgar fisgón, se escabulló en dirección al camino que bordeaba el lago. Sin embargo, pudo escuchar la voz de Tessa tras él.
– Pienso que estamos condenadas -continuó como absorta-. Cada una de nosotras.
Capítulo 31
Claire no podía comer ni dormir. Tras las revelaciones de la noche anterior, había pasado horas agitada y dando vueltas en la cama, mirando el reloj y recordando a Harley, al dulce y encantador Harley. Le había querido con un amor inocente de juventud, y no se había cuestionado sus sentimientos hacia él, hasta que apareció Kane. A pesar de sus errores, de sus defectos, no merecía morir y Tessa tampoco merecía ser una asesina.
Claire se duchó y vistió. Llevó a los niños a Stone Illahee, para que asistieran a sus clases de tenis y pasaran el día en la piscina. Más tarde, volvió a casa y se preguntó qué podría hacer para recuperar un poco de orden en su vida. Consideró la idea de llamar a la policía. Alcanzó el teléfono en varias ocasiones, pero luego decidió dejar a Miranda al mando. Después de todo, Miranda trabajaba en la oficina del fiscal del condado de Multnomah, la ciudad más grande de Portland. Así pues, como funcionaría de la justicia, debía de ceñirse a la verdad y seguir las leyes al pie de la letra. Las autoridades de Chinook acabarían siendo informadas.
«¿Y tú qué? ¿Es que no te preocupa lo que está bien y lo que está mal? ¿La muerte de Harley? ¿La violación de Weston a Miranda? ¿La pérdida del bebé de Miranda y Hunter?»
El dolor le desgarraba el corazón. Todo aquello la atormentaba. La atormentaba muchísimo.
Igual que cuando era una niña, sintió la necesidad de salir corriendo, de ignorar todo aquello que le quedaba por hacer. Caminó hacia la cuadra y contempló las nubes flotando en el cielo. ¿Qué más daba? En pocos minutos estaba ensillando la pequeña yegua y trotando hacia su habitual sendero cubierto de hierbajos, en dirección al terreno sagrado de las tribus nativas americanas. Se trataba de aquel claro del bosque situado en el risco, sobre el que Ruby le había advertido hacía años. Aquel lugar especial donde Kane y ella habían hallado el amor.
Kane. El corazón se le encogió al pensar en él. Seguramente Kane descubriría la verdad, destaparía las mentiras. De un modo u otro averiguaría que Sean era su hijo. ¿Y entonces qué? ¿Odiaría a Claire durante el resto de sus días, la abandonaría, lucharía por la custodia? Las ideas le daban vueltas en la cabeza. Oh, Dios, tenía que contárselo, y pronto.
Una bandada de gaviotas volaba por encima de los árboles, y las telarañas, entre las ramas, brillaban con el rocío de la mañana. Mientras la yegua trotaba segura en dirección a las nubes, varias hojas abofetearon el rostro de Claire.
Una vez en el risco, Claire aminoró el paso y dirigió la yegua hacia la zona de acampada donde se había encontrado con Kane. Sin embargo, aquel día no estaba y, excepto los restos de cenizas frías de una hoguera apagada, no había indicios de que nadie hubiera estado allí. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral, la carne se le puso de gallina y se preguntó si Ruby tendría razón, si los espíritus de los muertos habitaban en aquel pedazo de tierra.
Desilusionada, dejó que la yegua pastara y, sobre la silla de montar, contempló el océano oscuro y misterioso desde la cumbre. Las nubes se agolpaban en el cielo, amenazantes. Se dio cuenta de que en realidad no le apetecía cabalgar, sino que lo que quería era volver a ver a Kane. No necesitaba volver a ver aquel lugar lúgubre, sino a Kane.
Y eso era lo que haría.
– ¡Arre! -Tiró de las riendas. Hizo que el caballo girara en dirección a casa, presionó fuerte con las rodillas y ordenó a la yegua galopar. Por alguna razón, parecía sentir que el tiempo se le agotaba, que si no encontraba a Kane y le contaba la verdad sería demasiado tarde.
La última persona a la que Weston esperaba encontrar en su oficina era a Tessa Holland. Pero allí estaba, sentada en el sofá, con sus bonitas piernas cruzadas y un cigarrillo consumiéndosele en la mano. De algún modo, había conseguido burlar a la nazi de su secretaria, pero a Weston no le importaba. Tessa estaba tan sexy como siempre. Llevaba un jersey blanco ajustado y una falda negra corta. Weston sintió cómo su pene empezó a palpitar. Maldijo en silencio su libido hiperactiva, pues siempre conseguía meterle en problemas. En serios problemas.
– Tessa -dijo, intentando parecer despreocupado. Apoyó el trasero en una esquina de su escritorio y se dio una palmada en la rodilla con las manos-. ¿A qué debo el honor?
– Creí que ya era hora de poner las cartas sobre la mesa.
– ¿Las tuyas?
– No. Las tuyas. -Dio una calada a su cigarrillo y expulsó una bocanada de humo-. ¿Te has enterado de que han encontrado el cuerpo de Hunter Riley en la zona de excavación de la ampliación de Stone Illahee?
Weston tenía que andarse con cuidado. Obviamente, Tessa sabía más de lo que él pensaba.
– Escuché que habían encontrado a un chico, que suponen que es Riley por un anillo que llevaba, pero que no tendrán los resultados definitivos hasta que se realicen las pruebas dentales.
– Es sólo cuestión de tiempo. -Tessa ladeó la cabeza y miró a Weston de una manera que le produjo escalofríos-. Fuiste tú, Weston -le dijo-. Todas lo sabemos, porque mentiste cuando contaste que estaba trabajando en la plantilla de Canadá. -Chasqueó con la lengua-. Sabes, pensaba que eras más listo.
– Así que, has venido aquí para… ¿acusarme de asesinato? -rió-. Vamos, Tessa. Relájate. Según recuerdo, lo pasamos bien juntos. ¿No es por eso por lo que has venido, por lo que has vuelto?
– Ni en tus sueños. Sólo quería jugar contigo.
– Tessa, cariño…
– Según recuerdo yo, a veces también lo pasamos mal -dijo, abriendo un poco más sus ojos azules-. Como cuando me golpeaste y me obligaste a agacharme y a chupártela.
– Bueno, yo no…
– ¿Y qué me dices de cuando violaste a Miranda? ¿Te acuerdas? Sufrió un aborto. ¿Lo sabías? -Tessa se levantó y avanzó rápidamente hacia Weston. Se colocó cerca de él y le clavó en el pecho dos de sus dedos, con los cuales continuaba sujetando el cigarrillo, marca Virginia Slim. Tenía una actitud autoritaria y vengativa. Ya no era aquella niñita asustadiza-. Tu ataque fue tan brutal que perdió el bebé. Y yo estaba tan débil, tan jodidamente inútil, que ni siquiera pude ponerme en pie para ayudarla. Debí haberte matado entonces, Weston, y ahorrárselo al Estado cuando te condenen por el asesinato de Hunter Riley.
– Yo no lo hice…
– Entonces sabes quién fue. -Dejó caer la ceniza en la moqueta-. Más vale que consigas un buen abogado, porque lo vas a necesitar.
– No tienes ninguna prueba de lo que estás diciendo -replicó Weston, sereno por fuera, pero deshecho por dentro-. ¿Y quién te va a creer? ¿Cuántos psiquiatras has visitado en los últimos quince años? ¿Cinco? ¿Diez? ¿Y no corrían rumores de que te tirabas a uno de tus terapeutas? Por Dios, Tessa, no sé de qué estás hablando. No eres más que otra psicópata chiflada.