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Kane la abrazó incluso con más fuerza.

– Te quiero. -Subió las manos y movió la cabeza de Claire hacia arriba, para poder mirarle a los ojos-. Ya sabía lo de Sean.

Claire se quedó inmóvil.

– ¿De verdad?

– Lo descubrí ayer.

– ¿Qué?

Dios mío, lo sabía y había dejado que se humillara, que se arrastrara ante él. Intentó apartarlo, pero él continuó sujetándola, presionando la cabeza de Claire contra su hombro.

– Conseguí una copia del certificado de nacimiento.

– Oh, no -Claire quería que la tierra se la tragase.

– Al principio pensé que era hijo de Taggert. Pero después, pensándolo, vi que se parecía mucho a mi familia. El tipo de sangre también encaja. Lo he comprobado.

– Yo no lo supe hasta que fue demasiado tarde. Luego pensé que sería mejor para él pensar que Paul era su padre biológico, dado que estábamos casados -sollozó-. Otra equivocación.

– Todo va a salir bien -dijo, sorprendiendo así a Claire. Deseaba que Claire le creyera, que confiara en él.

– No sé cómo.

– Quiero que te cases conmigo, Claire -le dijo, mirándola y dedicándole sólo un esbozo de sonrisa-. Hemos perdido demasiado tiempo, pero creo que podemos recuperarlo. Todos.

Anonadada, Claire le miró. ¿Casarse? ¿Kane quería casarse?

– Pero Sean y Samantha…

– Ambos serán mis hijos.

– No creo que… es decir… Kane, estás escribiendo un libro sobre Harley.

Todo estaba sucediendo demasiado deprisa. Dieciséis años era demasiado tiempo para repararlo en un segundo.

– Se acabó. Tengo que hacerte una confesión.

Kane llevó a Claire al sofá, donde se hundieron el uno junto al otro. Una vez sentados, le pasó la mano a Claire por encima del hombro y le explicó lo sucedido la noche anterior. Le contó que había caminado a orillas del lago, con el fin de enfrentarse al hecho de que Sean fuera su hijo, que luego había oído la conversación de las tres hermanas y que había sido incapaz de dejar de escuchar.

– No debí quedarme allí escuchando a escondidas -dijo, obviamente, con la culpa aún carcomiéndole.

De nuevo, Claire se quedó helada al pensar que Kane había oído aquella conversación privada. El dolor de Miranda y la escalofriante confesión de Tessa.

– Pero no podía irme. Créeme, vuestro secreto está a salvo conmigo.

– Ya no hay nada a salvo. -Aquella era la única certeza en su vida.

– Shh. -La besó, notando el sabor salado de sus lágrimas-. Tú sólo confía en mí, Claire.

– Lo hago. -Se estremeció y emitió un pequeño suspiro de rendición. ¿Cuánto tiempo llevaba esperando escuchar aquellas palabras? Hubo un tiempo en que Claire nunca habría pensado que llegarían a estar juntos.

– Cásate conmigo.

– Sí… sí, quiero -prometió con lágrimas en los ojos.

Weston arrió el foque y el velero cortó el viento. Había llamado a Denver Styles para pedirle que se reunieran. Ahora se encontraban a solas en el Stephanie, rumbo mar adentro. Navegando en aquel impresionante velero, Weston se preguntó hasta qué punto podía confiar en Styles. El muy hijo de puta avaricioso haría cualquier cosa por dinero, de eso estaba seguro, y según le había demostrado, Styles no tenía escrúpulos. Era un detective privado solitario que probablemente mantenía lazos con el mundo criminal.

– Tengo un problema -reconoció Weston, manejando el velero en el sentido del viento.

– ¿De qué tipo? -Styles desvió la mirada en dirección a Weston.

– Uno que espero me ayude a solucionar.

– Tal vez.

– Necesito que algunas personas… desaparezcan.

El viento sopló sobre el pelo de Styles, tapándole parte del rostro. Sin embargo, el tipo no cambió de expresión. Continuó mirando a Weston con aquellos ojos grises del mismo color que el acero.

– ¿Qué quiere decir con «desaparecer»?

– Pues que nos dejen para siempre.

Styles se frotó la mandíbula.

– Quiere que se los carguen.

Weston elevó un hombro y dijo:

– Eso sería lo más fácil, supongo. Un accidente en la 101, donde la carretera zigzaguea por encima del mar… el quitamiedos podría ceder y el coche podría precipitarse fuera de la carretera. Caería por el acantilado, zambulléndose en el océano.

Styles apretó los dientes, casi imperceptiblemente.

– ¿Y quiénes irían en el coche?

– Tessa Holland y su sobrino, Sean St. John.

– ¿Y si digo que no?

– Hay mucho dinero en juego.

Styles dudó y Weston supo que le tenía. A aquel cabrón sólo le motivaba el dinero.

– ¿Cuánto?

– Medio millón de dólares. Todo lo que tiene que hacer es encontrar la manera de raptarles y hacer que Tessa ingiera licor, tal vez el chico también, dado que es un gamberro y apuesto a que está harto de beber cerveza. Después de emborracharles, colóqueles en el coche de Tessa, y mientras todo el mundo acude a la fiesta que Dutch celebra mañana por la noche para anunciar su candidatura a gobernador, ambos sufrirán un accidente.

– Y usted tendrá una coartada. -No había un ápice de inflexión en la voz de Denver.

– Exacto. -Weston giró el velero en dirección al canal que conducía a la bahía-. ¿Qué me dice?

– ¿Quinientos mil?

– Eso es. Cien mil por adelantado.

Los fríos ojos de Styles echaron chispas, un minúsculo indicio de duda o remordimiento de conciencia. Poco después, sonrió de oreja a oreja.

– De acuerdo, Taggert -dijo-. Pero quiero mi dinero mañana por la noche, en cuanto termine la fiesta. Luego, desapareceré. Nunca más volverá a saber de mí.

– Perfecto -dijo Weston. De pronto le empezaba a gustar el estilo de aquel tipo-. Perfecto.

Capítulo 32

– Hay algo de lo que quiero hablarte -dijo Claire cuando Sean entró precipitadamente en casa.

Últimamente su hijo salía mucho y continuaba enfadado por haberse mudado a Oregón. Aunque no le habían vuelto a pillar robando, se había estado juntando con algunos críos que a Claire no le gustaban, llegaba tarde a casa y se quejaba constantemente. A menudo, Claire podía notar el olor a cigarrillos y cerveza, aunque nunca le había pillado con las manos en la masa o borracho. Sean se disponía a subir las escaleras, en dirección a su habitación.

– ¿Qué? -A la defensiva, se volvió hacia su madre. Vio que llevaba un vestido color crema-. Joder. Crees que voy a asistir a esa puñetera fiesta, ¿no?

– Es la gran noche del abuelo.

– Le pueden dar al abuelo. No es más que un cabrón manipulador.

– ¡Sean!

– ¿Qué pasa? Es la verdad. Además, tengo planes.

– ¿Con quién?

– ¿Y eso qué importa?

– Por supuesto que importa. Sean, a esta fiesta no puedes faltar.

– Claro que sí. Al abuelo no le importa que vaya. Además, ni siquiera le gusto.

– ¿Por qué dices eso?

– Lo noto en su mirada.

– Estás paranoico -dijo Samantha mientras bajaba las escaleras con su vestido nuevo, confeccionado con seda rosa que hacía frufrú.

– Sí, y tú eres una…

– Dejadlo, ¿de acuerdo? No tenemos tiempo para esto. Entremos en la cocina, Sean, hay algo de lo que quiero hablar contigo. -«Es ahora o nunca», se dijo. Demasiada gente sabía que Sean no era hijo de Paul. Era hora de que él conociera la verdad.

– Si alguien te ha dicho que he estado robando cosas, es mentira…

– Samantha, necesitamos estar a solas unos minutos -le dijo Claire.

Sam asintió y se dirigió hacia el porche de delante.

– No te ensucies.

– No lo haré, tranquila.

La puerta delantera se cerró de un portazo tras ella.

Claire siguió a su hijo hacia el interior de la cocina. Le observó revolver en el frigorífico hasta que se decidió por una lata de Coca-Cola y un trozo de pollo frío, y se sentó en un taburete, junto a la repisa. Sus ojos mostraban desconfianza, el pelo le cubría el rostro, tenía una expresión de enfado.