Sin embargo, Claire le quería con todo su corazón.
– Hay algo que quiero que sepas. Algo que debí haberte contado hace mucho tiempo.
– ¿Sí? -Destapó el refrescó-. ¿Qué?
– Es sobre tu padre.
– Es un pervertido. -Tomó un buen trago a la Coca-Cola.
– No, Sean, no te estoy hablando de Paul.
– Joder, entonces ¿qué…? -Le lanzó una mirada severa.
Claire reposó los dedos en el antebrazo de Sean. Pudo sentir la tensión de sus músculos.
– Paul St. John no es tu padre biológico.
– Pero ¿qué coño…? -se apartó de ella como si estuviera ardiendo-. ¿Qué quieres decir con que no es mi padre biológico?
– Pues eso. Escúchame. No estaba casada cuando me quedé embarazada de ti. Mantenía una relación con una persona, pero él se alistó en el ejército y no llegó a saberlo.
– ¿Qué? -Saltó del taburete y avanzó hacia el extremo opuesto de la cocina, donde golpeó la pared-. ¿Qué? Por el amor de Dios, mamá, ¿es esto algún tipo de broma?
– No es ninguna broma.
– Pero… -Sacudió la cabeza incrédulo.
– Tu padre es Kane Moran.
Sean apenas pudo articular palabra.
– ¿El tipo de la motocicleta?
– El que te pilló robando en la tienda.
– ¿Es mi padre? -Su voz se quebró-. Esto no es más que otra mentira, ¿verdad?
– No -Claire le miró completamente seria.
El rostro de Sean pasó del rojo de un rebelde, al blanco de un fantasma.
– No puede ser.
– Sí, Sean, debí habértelo dicho antes.
– ¡Joder que si debías habérmelo dicho! ¿Pero esto qué es, mamá? ¿Vas a decirme que toda mi vida es una mentira?
– No, pero…
– Dios, ¡no me lo puedo creer! -Se le saltaron las lágrimas-. Te estabas tirando a ese tal Moran y luego me hiciste pasar por el hijo de ese pervertido de St. John. Por el amor de Dios. ¿Y Sam? -Su voz se quebró nuevamente y le empezaron a caer lágrimas de los ojos sin que él pudiese evitarlo.
– Paul es su padre.
– Por Dios, mamá.
– Sean, escúchame…
– ¡Ni hablar!
Retrocedió, tropezó con el taburete y se dirigió hacia la puerta. Salió corriendo de la cocina, todo lo rápido que le permitieron sus piernas. Claire fue tras él, cruzó las puertas francesas en dirección al porche, pero los tacones se le enganchaban entre las tablillas del suelo, así que no pudo llegar a alcanzar a Sean en su carrera hacia el garaje, hacia el embarcadero, hacia el bosque.
– ¡Sean! -chilló- ¡Sean!
– ¿Qué ha pasado? -preguntó Sam desde el porche.
– Le he dado una noticia que no quería recibir.
– ¿Qué noticia?
– Ya te lo diré luego. Ahora tengo que encontrarle.
– Deja que se le pase -le aconsejó Sam-. En realidad no hace falta que vaya a la fiesta, ¿verdad?
– Debería.
– Si va lo único que hará será molestar -dijo Samantha, sabiamente.
Claire miró hacia el bosque y se sintió impotente. Quizá Sam tuviese razón. Pero poco después volvió a sentir la necesidad de seguir a su hijo, abrazarle y decirle que todo saldría bien, que sentía haberle mentido, pero que la vida continuaba. Pidió a Dios que su hijo estuviese bien y que ella estuviese haciendo lo correcto.
– Está bien. Démosle un poco de tiempo -le dijo a Samantha, y se dispusieron a entrar en casa.
Cuando llegaron a la cocina, el teléfono sonó. Claire descolgó el auricular tras el tercer tono.
– ¿Claire? -La voz de Miranda temblaba-. ¿Has visto a Tessa?
– No. ¿Debería?
– Íbamos a asistir juntas a la fiesta, pero no está en su suite ni en cualquier otra parte de Stone Illahee.
Aquello no era ninguna sorpresa.
– Ya sabes cómo es.
– Sé que no quería asistir, pero anoche me dijo que lo haría.
– Sabes que suele cambiar de idea fácilmente.
– Esto es diferente -dijo Miranda.
Una nueva inquietud recorrió la columna vertebral de Claire.
– Hablé con ella hace dos horas y me dijo que estaría lista. Lo que pasa es que creo que había estado bebiendo.
– A veces, cuando necesita un poco de confianza…
– Lo sé, lo sé, se toma un trago. Pero… Oh, en fin, imagino que no puedo hacer nada. Nos vemos en la fiesta. Quizá Tessa aparezca por allí.
– Quizá -dijo Claire, mirando hacia el bosque en donde su hijo se había adentrado.
Sean volvería a casa. Siempre lo hacía, pero no hasta encontrarse bien y listo.
Claire contempló el cielo vespertino y no pudo evitar sentir un mal presentimiento.
Capítulo 33
A Weston le temblaba la mano al servirse licor en un vaso. Estaba perdiendo el control. Estupendo. Cómo le reventaba todo aquello. Aquella misma noche Dutch Holland haría oficial su candidatura a gobernador. Mientras aquel cabrón estaba allí, cenando y ganándose a la élite de Oregón, bailando, riendo, bebiendo, preparándose para un emocionante y tardío viaje, la policía estaría encajando todas las piezas de lo que le había sucedido a Hunter Riley.
Por no mencionar lo que había descubierto Kane Moran con su maldita investigación. Maldición.
Weston se llevó el vaso de güisqui a los labios y miró por el ventanal de su oficina, captando una vista panorámica de la ciudad de Chinook y más allá de ésta, por encima de los tejados, hacia el inmenso océano Pacífico, oscuro y misterioso, espejo de sus propios e inconmensurables pensamientos. La oficina estaba en penumbra; excepto por la lámpara del pasillo. Weston observó su reflejo en el vaso, una figura fantasmal, bebiendo a solas. Tras él, las luces de la ciudad brillaban sin descanso. Daba la sensación de que Weston estaba superpuesto al resto de Chinook. De hecho, así era como debía ser: siempre a la sombra, en las alturas, impresionando al resto de la ciudad. Pero también había otra imagen, una que Weston sólo podía ver en su mente: la de un chico encerrado en un sótano oscuro, al que habían amenazado con perder su casa, su herencia, el amor de sus padres.
– No me vuelvas replicar en la vida, chico -le había gritado Neal Taggert, abofeteándole en la cara mientras le empujaba hacia la puerta del sótano-. Y a tu madre tampoco. Si lo haces, te juro que te golpearé en cada centímetro de tu miserable cuerpo y tendrás que ir olvidando que vives aquí, conmigo, con tu madre. Me aseguraré de que todo vaya a parar a manos de Harley y Paige. -Le clavó los dedos en el brazo. Se inclinó a su oído-. Y me aseguraré de que cualquier hijo bastardo que engendre consiga más que tú.
Ni se reía ni sonreía. La expresión de Neal Taggert era dura como una piedra. Tenía los ojos oscuros por la decepción y la ira, mientras ordenaba imperiosamente a Weston que entrara en el sótano.
Temblando, Weston hizo lo que su padre le había ordenado. La puerta se cerró con un estruendo y Weston pudo oír cómo su padre le echaba el cerrojo.
No había luz en aquel sepulcro. El interruptor estaba colocado al pie de las escaleras, al otro lado de la puerta. Neal Taggert soltó unos tacos en voz baja, mientras subía las escaleras y dejaba a Weston a solas. La única iluminación que había era la que entraba por debajo de la puerta. Weston había pasado horas en aquel lugar. Cada minuto le había parecido una eternidad. El miedo le corría constantemente por la espalda. Su imaginación se disparaba, imaginaba ratas, arañas y murciélagos. Se sentó con la espalda apoyada en la puerta, los brazos sobre las rodillas. Tenía la vejiga tan llena que casi se le escapó el pis, hasta que finalmente se dirigió a una esquina y orinó contra la pared. Más tarde, cuando una criada descubrió la mancha, le golpearon nuevamente, porque su padre pensó que Weston había orinado allí simplemente para demostrar aún más su rebeldía.