– No. Yo diría que confuso es una definición mejor de cómo me encuentro -contestó-. Tal vez incluso un poco desconcertado.
Lily le agarró de la mano.
– No tienes por qué. Yo no me arrepiento de nada. ¿Y tú?
– Tú eres la experta en seducción. Tendrás que decirme cómo lo he hecho.
– ¡No! Se trata sólo de un libro. Hay autores que escriben sobre vampiros, brujas y monstruos, pero que jamás han visto uno. En realidad, tú eres el primer hombre al que he seducido.
Aidan se tomó un instante para asimilar aquella confesión. Entonces, asintió.
– Supongo que la mayoría de los hombres apreciarían que una mujer tuviera conocimiento teórico en lo que se refiere al sexo.
Lily asintió.
– Los hombres tienen técnicas para seducir a las mujeres, ¿no? Están escritas en todas esas revistas para hombres y en libros diversos. ¿Por qué no iban a poder hacer lo mismo las mujeres? A mí me parece que es justo.
Suavemente, le quitó el libro de las manos y lo volvió a meter en el bolso.
– Tienes razón.
Cuando terminaron de hablar, Lily se dio cuenta de que las turbulencias habían pasado y de que el avión volvía a moverse sin problema alguno. Tomó la mano de Aidan y entrelazó los dedos con los de él. Parecía muy natural mantener el contacto, pero se preguntó por qué le parecía necesario. Dentro de unas pocas horas, se estarían despidiendo. Y después, ella ya no lo volvería a ver.
– Señoras y caballeros, les habla el capitán. Me temo que tenemos más malas noticias. El aeropuerto JFK está cubierto de niebla y se encuentra cerrado. Teniendo en cuenta el combustible con el que contamos, nos vemos obligados a desviarnos a Hartford, Connecticut. Cuando se despeje la niebla, les llevaremos a su destino.
Lily oyó cómo todos los pasajeros lanzaban un murmullo de desaprobación. Miró a Aidan y él se encogió de hombros.
– El único momento en el que la niebla resulta peligrosa es cuando se intenta aterrizar, por lo que estamos seguros -comentó él-. Creo que necesito una copa. ¿Te apetece una a ti?
Lily lo observó mientras hablaba con la azafata. Por alguna razón, le resultaba completamente necesario mostrarse encantador, como si estuviera tratando de castigar a Lily por los secretos que le había ocultado.
Tal vez era lo mejor. Se había divertido, pero todo había terminado. No volverían a pensar en hacer otro viaje al cuarto de baño ni en continuar aquella aventura cuando el avión aterrizara. Lily contuvo los deseos de volver a tomar el libro. Aunque se lo sabía de memoria, no podía recordar bien un capítulo en el que se trataba el tema de cómo enfrentarse a las consecuencias de una seducción anónima. ¿Podría separar los recuerdos del acto en sí mismo de los recuerdos de Aidan? No puedo evitar sentir un ligero arrepentimiento.
Ya no servía de nada analizar la decisión que había tomado. Lo hecho, hecho estaba. Además, había conseguido exactamente lo que había ido buscando. Había llevado a cabo una fantasía.
Sin embargo, de repente sintió que aquello no la satisfacía. De repente, quería más.
El sol ya había salido cuando aterrizaron en Hartford. La aerolínea había decidido dejar desembarcar a los pasajeros mientras esperaban que una nueva tripulación llegara a Hartford. Cuando el tiempo mejorara, despegarían de nuevo en dirección a Nueva York. Aidan tomó su bolsa del compartimiento superior y se hizo a un lado para dejar que Lily pasara.
Era muy temprano y él estaba borracho. Se había pasado la última hora del vuelo bebiendo Jack Daniel's con agua mientras trataba de comprender qué diablos era lo que tramaba Lily Hart. No parecía una de esas mujeres a las que él siempre estaba tratando de evitar, mujeres que se fijaban en un hombre y que luego hacían todo lo que podían para poseerlo. Lo que había ocurrido entre ellos parecía algo completamente natural. Sólo eran dos personas que habían descubierto una abrumadora atracción entre ellos y que habían actuado en consecuencia.
Tal vez eso había sido precisamente: una actuación. Alguien tan versado en el arte de la seducción podría hacer que un hombre creyera cualquier cosa. ¿Había sido real algo de todo lo ocurrido entre ellos? Su miedo a volar, el modo en el que le temblaban las manos cuando lo tocaba, la afirmación de que jamás había hecho el amor en un avión… Tal vez se había burlado de él.
La miró fijamente al rostro, los hermosos rasgos que había aprendido a apreciar en aquellas últimas horas. No se parecía en nada a ninguna otra mujer que hubiera conocido. Tenía una mezcla de alocada valentía y de abrumadora vulnerabilidad. Su instinto le decía que no había planeado seducirlo cuando se montó en el avión, pero la experiencia le advertía que no confiara en ella. Diablos. Había decidido apartarse temporalmente de las mujeres, dejar todas las atracciones superficiales allí donde debían estar, en Los Ángeles.
Si por lo menos tuviera más tiempo, podría tratar de comprender la clase de mujer que era. Por alguna razón, la verdad le importaba.
– Deja que te ayude -le dijo, para ponerse inmediatamente a echarle una mano con su bolsa de viaje-. ¿Tienes mucho equipaje?
– No. Sólo esa bolsa.
– Para ser mujer, viajas muy ligero.
– Tengo ropa en la casa.
Descendieron del avión juntos y en silencio, pero entre ellos existía una tensión que no podían ignorar. El aire estaba pleno de un deseo insatisfecho. No iba a resultarles fácil pasar juntos las siguientes horas. En el avión, estaban en su pequeño mundo. En aquellos momentos, habían aterrizado para volver a la realidad.
Aidan descartó el deseo de dejar las bolsas de viaje en el suelo y tomarla entre sus brazos, perderse en otro beso con ella.
– ¿Te apetece desayunar? -le preguntó-. Tenemos tiempo. A mí me vendría muy bien un café.
Lily sonrió.
– A mí también. Sigo un poco mareada del champán y de la falta de sueño.
– Tengo que decirte que nunca me había divertido tanto en un vuelo.
Se dirigieron al salón VIP. La aerolínea les había asegurado que en pocas horas podrían ponerse de nuevo en camino. A Aidan se le ocurrió que podría alquilar un coche y ofrecerse a llevar a Lily a los Hamptons, pero no quería arriesgarse a que ella le dijera que no.
Sin embargo, cuando llegaron a la puerta que marcaba la entrada real en el aeropuerto, se dio cuenta de que estaba a punto de tener que separarse de Lily. Junto a la puerta, había una azafata que sujetaba una tarjeta con el nombre de Lily escrito. Lily no la había visto y estuvo a punto de pasar a su lado sin percatarse. Lo habría hecho si Aidan no se lo hubiera advertido.
– Creo que esa mujer te está buscando.
– ¿Es usted la señorita Lily Hart? -le preguntó la azafata.
– Sí.
– Tengo un mensaje para usted. Un coche la está esperando en el exterior.
– ¿Un coche?
– Sí, señorita. ¿Ha facturado usted alguna maleta?
– No.
– En ese caso, espero que haya disfrutado de su vuelo y que vuelva a viajar pronto con nosotros -comentó la azafata.
– Gracias -replicó Lily mientras observaba cómo la azafata se alejaba. Entonces, se volvió a mirar a Aidan y sonrió-. Supongo que tendremos que dejar lo del desayuno para otro día -murmuró. Extendió la mano y le quitó la bolsa que le pertenecía. Se la colgó sobre el hombro y extendió la mano-. Ha sido muy… agradable conocerte, Aidan.
Él sonrió también.
– Espera un momento. Te acompaño -le sugirió él-. Tengo tiempo.
– No. No es necesario. No tienes por qué hacerlo.
Aidan volvió a quitarle la bolsa.
– Me vendrá bien hacer ejercicio -dijo. Echó a andar hacia la salida, por lo que a Lily no le quedó más remedio que seguirlo. Cuando lo alcanzó por fin, él extendió una mano y tomó la de Lily, entrelazando los dedos con los de ella-. Bueno, ¿qué es lo que vas a hacer en los Hamptons? Aparte de trabajar, claro.