Jamás había conocido una mujer tan nerviosa como Lily Hart. Aunque estaba acostumbrado a que mujeres de toda clase lo acosaran para conseguir un autógrafo y había recibido incluso un buen número de proposiciones deshonestas, tanta tontería le resultaba profundamente irritante. Entonces, ¿por qué le resultaba tan encantador en Lily?
Tal vez era porque, en el caso de su compañera de vuelo, no había ningún artificio. No estaba representando un papel. Ella tenía de verdad un montón de miedos e inseguridades. Ninguna mujer le hubiera derramado encima dos copas a propósito sólo para seducirlo. Ni se habría encerrado más de diez minutos en el cuarto de baño.
Contuvo el aliento y se reclinó en su asiento. Cerró los ojos. Era muy hermosa, a pesar de aquellas gafas de maestra y del descuidado peinado. No podía negar que la encontraba atractiva. Llevaba demasiado tiempo en Los Ángeles y las mujeres allí habían empezado a parecerse todas: largo cabello rubio, cuerpos esculpidos en un gimnasio y bronceados a base de crema, y con tan poca personalidad que casi resultaba imposible entablar una conversación con ellas.
Al principio, salir con hermosas actrices había sido fantástico. En el instituto, jamás había conseguido que una chica guapa se fijara en él. Entonces, era muy delgado, con poco estilo y, además, llevaba gafas. En la universidad, había mejorado un poco. En la actualidad, había logrado corregir todos sus problemas apuntándose a un gimnasio, con una competente estilista de Hollywood y operándose los ojos con cirugía láser. Como resultado, podía atraer a toda mujer que se propusiera. El problema era que, cuando las conseguía, dejaban de interesarle.
¿Qué diablos era lo que estaba buscando?
– Alguien de verdad -murmuró-. Algo de verdad.
Se había desencantado de su vida en general, de su trabajo, de las mujeres e incluso del coche que conducía. Había dirigido películas de éxito, pero no se trataba de películas importantes. No significaban nada. No perdurarían en el tiempo. Sus relaciones seguían más o menos el mismo patrón: resultaban muy llamativas, pero carecían por completo de sentimientos verdaderos. Demonios, incluso se había comprado su coche sólo por la imagen que le ayudaba a tener, a pesar de ser un todoterreno que se bebía prácticamente la gasolina. ¿Por qué nada de lo que hacía en su vida era como quería?
Tal vez precisamente por eso Lily Hart le había resultado tan intrigante. Era una mujer de verdad, con todas sus manías y rarezas. Había hecho el ridículo delante de él, pero, a pesar de todo, a él le parecía encantadora.
Además, era muy bonita. Casi no llevaba maquillaje. Su pálida piel, como de marfil, carecía por completo de imperfecciones. Llevaba el cabello oscuro apartado del rostro, lo que hacía que sus rasgos resultaran aún más llamativos. Sin embargo, era la boca lo que más le atraía. Tenía una forma perfecta, que no había sido creada por ninguna cirugía o inyección.
Aidan se reprendió mentalmente. ¿Por qué se había centrado inmediatamente en su aspecto? ¿Era eso lo que le había hecho la ciudad de Los Ángeles, convertirlo en un hombre necio y superficial? La mujer que iba a estar sentada a su lado no era sólo un montón de rasgos que se habían unido sólo para que él disfrutara observándolos. Hollywood era una ciudad insidiosa, como si se tratara de una droga que atraía a las personas sólo para conseguir que la vida de éstas se convirtiera en algo sin valor alguno.
Por eso se había sentido obligado a regresar a Nueva York. La Gran Manzana representaba una dosis de realidad que siempre conseguía aclararle la mente y hacerle centrarse en sus pensamientos. Necesitaba recordar los días en los que necesitaba rebuscar monedas en el sofá sólo para poder tomarse un café.
El avión comenzó a moverse lentamente hacia la pista de despegue. Aidan se levantó del asiento y se dirigió hacia la puerta del cuarto de baño. Llamó suavemente a la puerta.
– Lily, ¿te encuentras bien?
Un segundo más tarde, la puerta se abrió. Aidan se encontró mirándose en los ojos verdes más hermosos que había visto nunca. Dio un paso atrás, convencido de que se había equivocado de puerta. Entonces, se dio cuenta de que estaba mirando a Lily. Ella se había quitado las gafas y se había soltado el cabello. Los rizos oscuros se le enroscaban alrededor del cuello. Su rostro, que antes había presentado un aspecto pálido y tenso, presentaba un ligero rubor y los labios estaban maquillados con un seductor carmín de color rojo.
Aidan se aclaró la garganta.
– Debes venir a sentarte. Vamos a despegar.
Ella sonrió, mirándolo con los ojos ligeramente entornados.
– Gracias -murmuró.
Aidan se hizo a un lado para que ella pudiera pasar. Entonces, la siguió por el pasillo del avión. Sin poder evitarlo, se fijó en su trasero. La tela de la falda se le ceñía a las curvas como si se tratara de una segunda piel. Lily se sentó, recogió su bandeja y se puso el cinturón de seguridad.
– ¿Te encuentras mejor?
– Sí -respondió ella tranquilamente-. Mucho mejor.
– ¿Qué estabas haciendo ahí dentro?
– Ah… meditando. Es estupendo para aliviar el estrés.
Aidan no podía creer el cambio que se había producido en ella. Parecía haber dominado sus nervios de tal manera que él se preguntó si se habría tomado un par de tranquilizantes mientras estaba en el cuarto de baño. Sin embargo, cuando el avión entró en la pista y comenzó a tomar velocidad, vio que ella se tensaba, prueba evidente de que su tranquila apariencia era sólo superficial.
Aidan extendió la mano y agarró la de ella, entrelazando los dedos.
– Mírame -dijo. Ella se giró e hizo lo que él le había pedido-. No apartes los ojos de los míos y escucha mi voz. No hay nada que temer. Yo he tomado este vuelo cientos de veces y sigo con vida.
– Tú… Tienes unos ojos preciosos -murmuró ella-. Y unas pestañas muy largas.
– Yo estaba pensando lo mismo sobre ti -replicó él-. Y tu boca es…
– ¿Qué?
– Bueno, muy… Incita a besarla.
– ¿De verdad?
– Sí. De verdad.
Cuando notó que el avión alcanzaba la velocidad máxima, extendió las manos y le tomó el rostro entre ellas. Entonces, se inclinó hacia delante y la besó suavemente. Acarició con la lengua los dulces labios hasta que ella suspiró y los entreabrió.
A medida que avanzaban por la pista, el beso se hizo más intenso. Aidan comenzó a explorar los dulces rincones de la boca de Lily, bebiéndose su sabor. Trató de acercarla un poco más a él, pero el cinturón se lo impidió. Deseaba más, de un modo casi desesperado. La sensación que estaba experimentando al notar que el avión abandonaba el suelo se añadía a la adrenalina que se le había disparado.
Los motores rugieron, apagando así el rugido de su propio pulso en la cabeza. Un pequeño gemido se escapó de los labios de Lily, pero el beso no se interrumpió. Aidan sabía que, seguramente, estaban provocando una escena, pero no le importó. El instinto se había apoderado de él y le impedía detenerse.
Un sonido anunció que ya se podían quitar los cinturones de seguridad y los sobresaltó a ambos. Se separaron y Lily se acomodó de nuevo en su asiento, con los labios húmedos y vibrándole por lo que habían experimentado.
– ¿Qué ha sido eso? -preguntó.
– Si tienes que preguntar, supongo que no lo he hecho demasiado bien -respondió él.
– No. Yo… me refería a ese sonido.
Aidan indicó el panel que tenían por encima de las cabezas.
– Se ha apagado la señal del cinturón de seguridad -dijo-. Ahora, podemos levantarnos y andar por la cabina si queremos.
– En ese caso, volveré enseguida -anunció Lily. Volvió a agarrar su bolso y se desabrochó el cinturón.
Aidan se puso de pie y salió al pasillo. Entonces, decidió sentarse en el asiento de ventanilla que ella acababa de dejar. Unos instantes después, la azafata regresó para traerles de nuevo las bebidas que les había retirado antes de despegar. También puso un plato de queso y fruta sobre la mesa de Lily.