el tendal de los muertos
y el Quetzatcóatl verde,
se están como uno solo
mitad frío y ardiente,
y la mano en la mano,
se velan y se tienen.
Están en turno y pausa
que el Anáhuac comprende,
hasta que el silbo largo
por los maíces suene
de que las cañas rotas
dancen y desperecen:
¡eternidad que va
y eternidad que viene!
V
Las mesas del maíz
quieren que yo me acuerde.
El corro está mirándome
fugaz y eternamente.
Los sentados son órganos [21],
las sentadas magueyes.
Delante de mi pecho
la mazorcada tienden.
De la voz y los modos
gracia tolteca llueve.
La casta come lento,
como el venado bebe.
Dorados son el hombre,
el bocado, el aceite,
y en sesgo de ave pasan
las jícaras alegres.
Otra vez me tuvieron
éstos que aquí me tienen,
y el corro, de lo eterno,
parece que espejee…
VI
El santo maíz sube
en un ímpetu verde,
y dormido se llena
de tórtolas ardientes.
El secreto maíz
en vaina fresca hierve
y hierve de unos crótalos
y de unos hidromieles.
El dios que lo consuma,
es dios que lo enceguece:
le da forma de ofrenda
por dársela ferviente;
en voladores hálitos
su entrega se disuelve.
Y México se acaba
donde la milpa [22] muere.
VII
El pecho del maíz
su fervor lo retiene.
El ojo del maíz
tiene el abismo breve.
El habla del maíz
en valva y valva envuelve.
Ley vieja del maíz,
caída no perece,
y el hombre del maíz
se juega, no se pierde.
Ahora es en Anáhuac
y ya fue en el Oriente:
¡eternidades van
y eternidades vienen!
VII
Molinos rompe-cielos
mis ojos no los quieren.
El maizal no aman
y su harina no muelen:
no come grano santo
la hiperbórea gente.
Cuando mecen sus hijos
de otra mecida mecen,
en vez de los niveles
de balanceadas frentes.
Acostas del maíz
mejor que no naveguen:
maíz de nuestra boca
lo coma quien lo rece.
El cuerno mexicano
de maizal se vierte
yasí tiemblan los pulsos
en trance de cogerle
yasí canta la sangre
con el arcángel verde,
porque el mágico Anáhuac
se ama perdidamente…
IX
Hace años que el maíz
no me canta en las sienes
ni corre por mis ojos
su crinada serpiente.
Me faltan los maíces
y me sobran las mieses.
Y al sueño, en vez de Anáhuac,
le dejo que me suelte
su mazorca infinita
que me aplaca y me duerme.
Y grano rojo y negro [23]
y dorado y en cierne,
el sueño sin Anáhuac
me cuenta hasta mi muerte.
MAR CARIBE
A E. Ribera Chevremont.
Isla de Puerto Rico,
isla de palmas,
apenas cuerpo, apenas,
como la Santa,
apenas posadura
sobre las aguas;
del millar de palmeras
como más alta,
y en las dos mil colinas
como llamada.
La que como María
funde al nombrarla
y que, como paloma,
vuela nombrada.
Isla en amaneceres
de mí gozada,
sin cuerpo acongojado,
trémula de alma;
de sus constelaciones
amamantada,
en la siesta de fuego
punzada de hablas,
y otra vez en el alba,
adoncellada.
Isla en caña y cafés
apasionada;
tan dulce de decir
como una infancia;
bendita de cantar
como un ¡hosanna!
sirena sin canción
sobre las aguas,
ofendida de mar
en marejada:
¡Cordelia de las olas,
Cordelia amarga!
Seas salvada como
la corza blanca
y como el llama nuevo
del Pachacámac [24],
y como el huevo de oro
de la nidada,
y como la Ifigenia,
viva en la llama.
Te salven los Arcángeles
de nuestra raza:
Miguel castigador,
Rafael que marcha,
y Gabriel que conduce
la hora colmada.
Antes que en mí se acaben
marcha y mirada;
antes de que mi carne
sea una fábula
y antes que mis rodillas
vuelen en ráfagas…
Día de la liberación de Filipinas.
Saudade
PAÍS DE LA AUSENCIA
A Ribeiro Couto
País de la ausencia
extraño país,
más ligero que ángel
y seña sutil,
color de alga muerta,
color de neblí,
con edad de siempre,
sin edad feliz.
No echa granada,
no cría jazmín,
y no tiene cielos
ni mares de añil.
Nombre suyo, nombre,
nunca se lo oí,
y en país sin nombre
me voy a morir.
Ni puente ni barca
me trajo hasta aquí,
no me lo contaron
por isla o país.
Yo no lo buscaba
ni lo descubrí.
Parece una fábula
que yo me aprendí,
sueño
y de desasir.
Y es mi patria donde
vivir y morir.
Me nació de cosas
que no son país;
de patrias y patrias
que tuve y perdí;
de las criaturas
que yo vi morir;
de lo que era mío
y se fue de mí.
Perdí cordilleras
en donde dormí;
perdí huertos de oro
dulces de vivir;
perdí yo las islas
de caña y añil,
y las sombras de ellos
me las vi ceñir
y juntas y amantes
hacerse país.
Guedejas de nieblas
sin dorso y cerviz,
alientos dormidos
me los vi seguir,
y en años errantes
volverse país,
y en país sin nombre
me voy a morir.
LA EXTRANJERA
A Francis de Miomandre.
– “Habla con dejo de sus mares bárbaros,
con no sé qué algas y no sé qué arenas;