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reza oración a dios sin bulto y peso,

envejecida como si muriera.

Ese huerto nuestro que nos hizo extraño,

ha puesto cactus y zarpadas hierbas.

Alienta del resuello del desierto

y ha amado con pasión de que blanquea,

que nunca cuenta y que si nos contase

sería como el mapa de otra estrella.

Vivirá entre nosotros ochenta años,

pero siempre será como si llega,

hablando lengua que jadea y gime

y que le entienden sólo bestezuelas.

Y va a morirse en medio de nosotros,

en una noche en la que más padezca,

con sólo su destino por almohada,

de una muerte callada y extranjera.

BEBER [25]

Al doctor Pedro de Alba

Recuerdo gestos de criaturas

y son gestos de darme el agua.

En el valle de Río Blanco,

en donde nace el Aconcagua,

llegué a beber, salté a beber

en el fuete [26] de una cascada,

que caía crinada y dura

y se rompía yerta y blanca.

Pegué mi boca al hervidero,

y me quemaba el agua santa,

y tres días sangró mi boca

de aquel sorbo del Aconcagua.

En el campo de Mitla, un día

de cigarras, de sol, de marcha,

me doblé a un pozo y vino un indio

a sostenerme sobre el agua,

y mi cabeza, como un fruto,

estaba dentro de sus palmas.

Bebía yo lo que bebía,

que era su cara con mi cara,

y en un relámpago yo supe

carne de Mitla ser mi casta.

En la Isla de Puerto Rico,

a la siesta de azul colmada,

mi cuerpo quieto, las olas locas,

y como cien madres las palmas,

rompió una niña por donaire

junto a mi boca un coco de agua,

y yo bebí, como una hija,

agua de madre, agua de palma.

Y más dulzura no he bebido

con el cuerpo ni con el alma.

A la casa de mis niñeces

mi madre me llevaba el agua.

Entre un sorbo y el otro sorbo

la veía sobre la jarra.

La cabeza más se subía

y la jarra más se abajaba.

Todavía yo tengo el valle,

tengo mi sed y su mirada.

Será esto la eternidad

que aún estamos como estábamos.

Recuerdos gestos de criaturas

y son gestos de darme el agua.

TODAS ÍBAMOS A SER REINAS [27]

Todas íbamos a ser reinas,

de cuatro reinos sobre el mar:

Rosalía con Efigenia

y Lucila con Soledad.

En el valle de Elqui, ceñido

de cien montañas o de más,

que como ofrendas o tributos

arden en rojo y azafrán.

Lo decíamos embriagadas,

y lo tuvimos por verdad,

que seríamos todas reinas

y llegaríamos al mar.

Con las trenzas de los siete años,

y batas claras de percal,

persiguiendo tordos huidos

en la sombra del higueral.

De los cuatro reinos, decíamos,

indudables como el Korán,

que por grandes y por cabales

alcanzarían hasta el mar.

Cuatro esposos desposarían,

por el tiempo de desposar,

y eran reyes y cantadores

como David, rey de Judá.

Y de ser grandes nuestros reinos,

ellos tendrían, sin faltar,

mares verdes, mares de algas,

y el ave loca del faisán.

Y de tener todos los frutos,

árbol de leche, árbol del pan,

el guayacán no cortaríamos

ni morderíamos metal.

Todas íbamos a ser reinas,

y de verídico reinar;

pero ninguna ha sido reina

ni en Arauco ni en Copán…

Rosalía besó marino

ya desposado con el mar,

y al besador, en las Guaitecas,

se lo comió la tempestad.

Soledad crió siete hermanos

y su sangre dejó en su pan,

y sus ojos quedaron negros

de no haber visto nunca el mar.

En las viñas de Montegrande,

con su puro seno candeal,

mece los hijos de otras reinas

y los suyos nunca-jamás.

Efigenia cruzó extranjero

en las rutas, y sin hablar,

le siguió, sin saberle nombre,

porque el hombre parece el mar.

Y Lucila, que hablaba a río,

a montaña y cañaveral,

en las lunas de la locura

recibió reino de verdad.

En las nubes contó diez hijos

y en los salares su reinar,

en los ríos ha visto esposos

y su manto en la tempestad.

Pero en el valle de Elqui, donde

son cien montañas o son más,

cantan las otras que vinieron

y las que vienen cantarán:

– "En la tierra seremos reinas,

y de verídico reinar,

y siendo grandes nuestros reinos,

llegaremos todas al mar."

COSAS

A Max Daireaux

1

Amo las cosas que nunca tuve

con las otras que ya no tengo:

Yo toco un agua silenciosa,

parada en pastos friolentos,

que sin un viento tiritaba

en el huerto que era mi huerto.

La miro como la miraba;

me da un extraño pensamiento,

y juego, lenta, con esa agua

como con pez o con misterio.

2

Pienso en umbral donde dejé

pasos alegres que ya no llevo,

y en el umbral veo una llaga

llena de musgo y de silencio.

3

Me busco un verso que he perdido

que a los siete años me dijeron.

Fue una mujer haciendo el pan

y yo su santa boca veo.

4

Viene un aroma roto en ráfagas;

soy muy dichosa si lo siento;

de tal delgado no es aroma,

siendo el olor de los almendros.

Me vuelve niños los sentidos:

le buscoun nombre y no lo acierto,

y huelo el aire y los lugares

buscando almendros que no encuentro.

5

Un río suena siempre cerca.

Ha cuarenta años que lo siento.

Es canturía de mi sangre

o bien un ritmo que me dieron.

O el río Elqui de mi infancia

que me repecho y me vadeo.

Nunca lo pierdo; pecho a pecho,