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su cuerpo de vencido.

Parece tan distante

como el que no ha venido,

el que me era cercano

como aliento y vestido.

Apenas late el pecho

tan fuerte de latido.

¡Y cae si yo suelto

su cuello y su sentido!

Me sobra el cuerpo vano

de madre recibido;

y me sobra el aliento

en vano retenido:

me sobran nombre y forma

junto al desposeído.

Afuera dura un día

de aire aborrecido.

Juega como los ebrios

elaire que lo ha herido.

Juega a diamante y hielo

con que cortó lo unido

yoigo su voz cascada

de destino perdido…

Criaturas

CANCIÓN DE LAS MUCHACHAS MUERTAS

Recuerdo de mi sobrina Graciela.

¿Y las pobres muchachas muertas,

escamoteadas en abril,

las que asomáronse y hundiéronse

como en las olas el delfín?

¿A dónde fueron y se hallan,

encuclilladas por reír

o agazapadas esperando

voz de un amante que seguir?

¿Borrándose como dibujos

que Dios no quiso reteñir

o anegadas poquito a poco

como en sus fuentes un jardín?

A veces quieren en las aguas

ir componiendo su perfil,

y en las carnudas rosas-rosas

casi consiguen sonreír.

En los pastales acomodan

su talle y bulto de ceñir

y casi logran que una nube

les preste cuerpo por ardid;

Casi se juntan las deshechas;

casi llegan al sol feliz;

casi reniegan su camino

recordando que eran de aquí;

Casi deshacen su traición

y van llegando a su redil.

¡Y casi vemos en la tarde

el divino millón venir!

CONFESIÓN

I

– Pende en la comisura de tu boca,

pende tu confesión, y yo la veo:

casi cae a mis manos.

Di tu confesión, hombre de pecado,

triste de pecado, sin paso alegre,

sin voz de álamos, lejano de los que amas,

por la culpa que no se rasga como el fruto.

Tu madre es menos vieja

que la que te oye, y tu niño es tan tierno

que lo quemas como un helecho si se la dices.

Yo soy vieja como las piedras para oírte,

profunda como el musgo de cuarenta años,

para oírte;

con el rostro sin asombro y sin cólera,

cargado de piedad desde hace muchas vidas,

para oírte.

Dame los años que tú quieras darme,

y han de sermenos de los que yo tengo,

porque otros ya, también sobre esta arena,

me entregaron las cosas que no se oyen en vano,

y la piedad envejece como elllanto

y engruesa el corazón como el viento a la duna.

Di la confesión para irme con ella

y dejarte puro.

No volverás a ver a la que miras

ni oirás más la voz que te contesta;

pero serás ligero como antes

al bajar las pendientes y al subir las colinas,

y besarás de nuevo sin zozobra

y jugarás con tu hijo en unas peñas de oro.

II

Ahora tú echa yemas y vive

días nuevos y que te ayude el mar con yodos.

No cantes más canciones que supiste

y no mientes los pueblos ni los valles

que conocías, ni sus criaturas.

¡Vuelve a ser el delfín y el buen petrel

loco de mar y el barco empavesado!

Pero siéntate un día

en otra duna, al sol, como me hallaste,

cuando tu hijo tenga ya treinta años,

y oye al otro que llega,

cargado como de alga el borde de la boca.

Pregúntale también con la cabeza baja,

y después no preguntes, sino escucha

tres días y tres noches.

¡Y recibe su culpa como ropas

cargadas de sudor y de vergüenza,

sobre tus dos rodillas!

LEÑADOR

Quedó sobre las hierbas

el leñador cansado,

dormido en el aroma

del pino de su hachazo.

Tienen sus pies majadas

las hierbas que pisaron.

Le canta el dorso de oro

y le sueñan las manos.

Veo su umbral de piedra,

su mujer y su campo.

Las cosas de su amor

caminan su costado;

las otras que no tuvo

le hacen como más casto,

y el soñoliento duerme

sin nombre, como un árbol.

El mediodía punza

lo mismo que venablo.

Con una rama fresca

la cara le repaso.

Se viene de él a mí

su día como un canto

y mi día le doy

como pino cortado.

Regresando, a la noche,

por lo ciego del llano,

oigo gritar mujeres

al hombre retardado;

y cae a mis espaldas

y tengo en cuatro dardos

nombre del que guardé

con mi sangre y mi hálito.

GRACIAS EN EL MAR

A Margot Arce.

Por si nunca más yo vuelvo

de la santa mar amarga

y no alcanza polvo tuyo

a la puerta de mi casa,

en el mar de los regresos,

con la sal en la garganta,

voy cantándote al perderme:

– ¡Gracias, gracias!

Por si ahora hay más silencio

en la entraña de tu casa,

y se vuelve, anocheciendo,

la diorita sin mirada,

de la joven mar te mando,

en cien olas verdes y altas,

Beatrices y Leonoras,

yLeonoras y Beatrices

a cantar sobre tu costa:

– ¡Gracias, gracias!

Por si pones al comer

plato mío, miel, naranjas;

por si cantas para mí,

con la roja fe insensata;

por si mis espaldas ves

en el claro de las palmas,

para ti dejo en el mar:

– ¡Gracias, gracias!

Por si roban tu alegría

como casa transportada;

por si secan en tu rostro

el maná que es de tu raza,

para que en un hijo tuyo

vuelvas, en segunda albada,

digo vuelta hacia el Oeste:

– ¡Gracias, gracias!

Por si no hay después encuentros

en ninguna Vía Láctea,

ni país donde devuelva

tu piedad de blanco llama,

en el hoyo que es sin párpado

ni pupila, de la nada,

oigas tú mis dobles gritos,

y te alumbren como lámparas

y te sigan como canes:

– ¡Gracias, gracias!

Para tallarte

gruta de plata

o hacerte el puño

de la granada,

en donde duermas

profunda y alta,