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y de la muerte seas librada,

mitad del mar yo canto:

– ¡Gracias, gracias!

Para mandarte

oro en la ráfaga,

y hacer metal

mi bocanada,

y crearte ángeles

de una palabra,

canto vuelta al Oeste:

– ¡Gracias, gracias!

VIEJA

Ciento veinte años tiene, ciento veinte,

yestá más arrugada que la Tierra.

Tantas arrugas lleva que no lleva otra cosa

sino alforzas y alforzas como la pobre estera.

Tantas arrugas hace como la duna al viento,

y se está al viento que la empolva y pliega;

tantas arrugas muestra que le contamos sólo

sus escamas de pobre carpa eterna.

Se le olvidó la muerte inolvidable,

como un paisaje, un oficio, una lengua.

Y a la muerte también se le olvidó su cara,

porque se olvidan las caras sin cejas.

Arroz nuevo le llevan en las dulces mañanas;

fábulas de cuatro años al servirle le cuentan;

aliento de quince años al tocarla le ponen;

cabellos de veinte años al besarla le allegan.

Mas la misericordia que la salva es la mía.

Yo le regalaré mis horas muertas,

y aquí me quedaré por la semana,

pegada a su mejilla y a su oreja.

Diciéndole la muerte lo mismo que una patria;

dándosela en la mano como una tabaquera;

contándole la muerte como se cuenta a Ulises,

hasta que me la oiga y me la aprenda.

" La Muerte ", le diré al alimentarla;

y " La Muerte ", también, cuando la duerma;

" La Muerte ", como el número y los números,

como una antífona y una secuencia.

Hasta que alargue su mano y la tome,

lúcida al fin en vez de soñolienta,

abra los ojos, la mire y la acepte

y despliegue la boca y se la beba.

Y que se doble lacia de obediencia

y llena de dulzura se disuelva,

con la ciudad fundada el año suyo

y el barco que lanzaron en su fiesta.

Y yo pueda sembrarla lealmente,

como se siembran maíz y lenteja,

donde a tiempo las otras se sembraron,

más dóciles, más prontas y más frescas.

El corazón aflojado soltando,

y la nuca poniendo en una arena,

las viejas que pudieron no morir:

Clara de Asís, Catalina y Teresa.

POETA [28]

A Antonio Aita.

– “En la luz del mundo

yo me he confundido.

Era pura danza

de peces benditos,

y jugué con todo

el azogue Vivo.

Cuando la luz dejo,

quedan peces lívidos

y a la luz frenética

vuelvo enloquecido."

"En la red que llaman

la noche, fui herido,

en nudos de Osas

y luceros vivos.

Yo le amaba el coso

de lanzas y brillos,

hasta que por red

me la he conocido

que pescaba presa

para los abismos."

"En mi propia carne

también me he afligido.

Debajo del pecho

me daba un vagido.

Y partí mi cuerpo

como un enemigo,

para recoger

entero el gemido."

"En límite y límite

que toqué fui herido.

Los tomé por pájaros

del mar, blanquecinos.

Puntos cardinales

son cuatro delirios…

Los anchos alciones

no traigo cautivos

y el morado vértigo

fue lo recogido."

"En los filos altos

del alma he vivido:

donde ella espejea

de luz y cuchillos,

en tremendo amor

y en salvaje ímpetu,

en grande esperanza

y en rasado hastío.

Y por las cimeras

del alma fui herido."

"Y ahora me llega

del mar de mi olvido

ademán y seña

de mi Jesucristo

que, como en la fábula,

el último vino,

y en redes ni cáñamos

ni lazos me ha herido."

"Y me doy entero

al Dueño divino

que me lleva como

un viento o un río,

y más que un abrazo

me lleva ceñido,

en una carrera

en que nos decimos

nada más que "¡Padre!"

y nada más que "¡Hijo!"

Recados

"RECADOS"

Las cartas que van para muy lejos y que se escriben cada tres o cinco años, suelen aventar lo demasiado temporal -la semana, el año- y lo demasiado menudo -el natalicio, el año nuevo, el cambio de casa-. Y citando, además, se las escribe sobre el rescoldo de una poesía, sintiendo todavía en el aire el revoloteo de un ritmo sólo a medias roto y algunas rimas de esas que llamé entrometidas, en tal caso, la carta se vuelve esta cosa juguetona, tirada aquí y allá por el verso y por la prosa que se la disputan.

Por otra parte, la persona nacional con quien se vivió (personas son siempre para mí los países) a cada rato se pone delante del destinatario y a trechos lo desplaza. Un paisaje de huertos o de caña o de cafetal, tapa de un golpe la cara del amigo al que sonreíamos; un cerro suele cubrir la casa que estábamos mirando y por cuya puerta la carta va a entrar llevando su manojo de noticias.

Me ha pasado esto muchas veces. No doy por novedad tales caprichos o jugarretas: otros las han hecho y, con más pudor que yo, se las guardaron. Yo las dejo en los suburbios del libro, "fuora dei muri", como corresponde a su clase un poco plebeya o tercerona. Las incorporo por una razón atrabiliaria, es decir, por una loca razón, como son las razones de las mujeres: al cabo estos Recados llevan el tono más mío, el más frecuente, mi dejo rural en el que he vivido y en el que me voy a morir.

RECADO DE NACIMIENTO PARA CHILE

Miamigo me escribe: "Nos nació una niña."

La carta esponjada me llega

de aquel vagido; y yo la abro y pongo

el vagido caliente en mi cara.

Les nació una niña con los ojos suyos,

que son tan bellos cuando tiene dicha,

y tal vez con el cuello de la madre

que es parecido a cuello de vicuña.

Les nació de sorpresa una noche

como se abre la hoja del plátano.

No tenía pañales cortados

la madre, y-rasgó el lienzo al dar su grito.

Y la chiquita se quedó una hora

con su piel de suspiro,

como el niño Jesús en la noche,

lamida del Géminis, el León y el Cangrejo,